15 septiembre, 2024 8:06 pm
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Entre los últimos patriotas de una Patria que está dejando de serlo

No es que todo tiempo pasado fue mejor, pero lo cierto es que el mundo se ha enfriado. La vanalidad y el desamor se han impuesto por sobre las pasiones. El inmediatismo, el facilismo y el consumismo, la globalización y la tecnologización, todo ha confabulado para ir apagando las emociones. En ese contexto, el sentimiento y el compromiso han pasado de moda, y, entre ellos, el patriotismo. Hoy, los patriotas están en extinción, pero en mi pueblo, Gualeguay, queda por lo menos uno. El Negro tiene casi ochenta y carga con los achaques propios de la edad, pero nada de eso le impide seguir estando presente en cada homenaje a San Martín, como lo hace desde los setentas.

El Negro nació el 21 de octubre de 1946, en el seno de una familia humilde. Fue uno de los cinco hijos, cuatro varones y una mujer, de Doña Paula y Don Toribio, allá en el Octavo Distrito, Departamento Gualeguay. Allá lejos de todo, y a un paso de la nada, alguien supo enseñarle de valores, de compromisos, de pasiones, de devociones. Alguien le enseñó a sentir y a saberse parte de un todo junto a otros, y ese alguien, también, le contó la historia, la de su pueblo, y él supo hacerla suya, y abrazarla con pasión. Ese alguien fue la abuela Rosa, la abuela correntina.

Así, antes de cumplir los treinta, se vinieron todos para el pueblo, a las Chacras, y el Negro trajo consigo todo aquel bagaje de valores y conceptos que, aunque no supiera leer o escribir, lo engrandecían como persona. En aquel momento, de alguna forma, se enteró que ese 17 de agosto le rendían homenaje a aquel héroe de la historia, al Che General correntino, al Libertador de pueblos, y esa sangre correntina que corre por sus venas, heredada de su abuela, comenzó a latir al ritmo de la marcha de San Lorenzo. Esa misma sangre que le hierve cuando escucha sobre sus batallas, o sobre el Cruce de los Andes.

Desde entonces, el Negro se aquerenció allí en las chacras, a metros de la ruta 11, fue trabajador de la Rolling, levantó su rancho, formó una familia con la Chacha, tuvo hijos, éstos le dieron nietos, y quedó viudo. Más de cincuenta años de historias, pero nunca faltó a un acto por el aniversario del nacimiento del General Don José de San Martin, el Libertador. Tal es así que siempre le adelantó a sus patrones que él no tenía problema de trabajar sábados y domingos, pero que los 17 de agosto no contaran con él. El “tenía” que estar en el acto.

Así fue que, cada aniversario del Libertador, el Negro está allí, siempre de sombrero, camisa, pañuelo al cuello, bombachas y botas, como un genuino paisano del General chamigo. Pero al Negro no solo se le enturbia la mirada cuando escucha hablar de San Martín, también se emociona con el Himno, con las Malvinas, frente a la bandera, ni hablar con un partido de la Selección. Él es un verdadero criollo, no solo por sus costumbres, sino por su sentir, su concebir. Es uno de esos patriotas que ya no quedan. Un hombre que no luchó al lado de algún procer porque nació en otro tiempo, un tiempo de indiferencia y desidia.

El Negro saca pecho frente a su Patria: la Argentina. Se emociona en serio, y también se enoja en serio si le hablan de los ingleses. El Chirú, amigo en guaraní, como le dicen algunos, cultiva una devota pasión por lo nuestro. Habla guaraní, baila chamamé como pocos, y sabe golpearse la boca con un sapucay. Es tan fácil imaginarlo como parte de alguna campaña heroica del siglo XIX, entre soldados, caballos y cañones.

El Negro siente lo que muchos hoy nunca sintieron, y ama aquello que hoy muchos ni siquiera comprenden. Él pertenece a una casta en extinción, esa de aquellos capaces de dar la vida por la Patria, como Cabral. Él no mira a Europa, ni al norte. Él, mira a su Corrientes porá, a su Entre Ríos, al Gauchito Gil, a la Pachamama, a la Patria Grande, la suya.

El Negro ayer, en el acto, contó que un 17 de agosto de aquellos primeros tiempos venía para el pueblo en su Zanella 175. Se había empilchado de gala y venía con el sombrero aludo bien atado al mentón, cuando en la garita lo paró la policía reclamándole por el casco. Él, indignado, les dijo, mitad en guaraní, mitad en español, que iba a rendirle su honor al Che General. “Los milicos me hicieron la veña y me dejaron pasar”, terminó, riéndose.

Ese es el Negro, Alberto Espinoza, ese que aún hoy se echa todas sus pilchas encima para venirse hasta el pueblo a rendirle su más caro homenaje a su héroe, a su prócer. Él, el patriota de una Patria que está dejando de serlo, pues la Patria solo la hacen los patriotas.

Norman Robson para Gualeguay21

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