Las fuerzas vivas están en jaque
Si bien la dinámica de una sociedad está pautada por su política gubernamental, son las fuerzas vivas, en conjunto, las que deben garantizar su justo equilibrio. Para ello, cada institución debe cumplir con su rol de forma estricta, pues, caso contrario, el desequilibrio atentará contra toda la dinámica social. En las últimas décadas, la política ha sabido debilitar las entidades y alentar la desinstitucionalización de la sociedad, y la dirigencia ha caído en la trampa.
En la humanidad conviven múltiples intereses, razón por la cual los individuos han elegido asociarse según éstos, sea para protegerse, o sea para potenciarse. Esas son las fuerzas vivas de una sociedad. En síntesis, cada institución agrupa personas con un interés común que definieron el sentido que tendrán sus acciones, dentro de un estricto marco de valores, criterios y conceptos.
De este modo, la asociación fundada pasa a ser parte del patrimonio social de la sociedad donde se desenvuelve, y no de sus dirigentes, ni siquiera de sus asociados. Gracias a ésta cultura institucional, las instituciones sobreviven y su participación deberia ser defendida por todos.
“Los hombres pasan y las instituciones quedan”, dijo Jean Monnet.
A los efectos organizativos, y efectivos, las asociaciones eligieron un marco democrático por el cual un grupo de gente representa el interés común y, según éste, toma las decisiones que determinan el destino de la institución. Comúnmente se llama a este grupo Comisión Directiva, y sus directores son quienes deciden por todos.
Ésto ha sido así por décadas y décadas, en todo el mundo, y así ha sido, también, el desafío de que sus miembros sean estrictamente leales a la comunidad que representan, y no a otros intereses.
Ahora bien, cuando un miembro de una fuerza viva no hace lo que debería hacer, debilita el rol de la misma, y altera la dinámica general, con resultados que pueden ser negativos para todos. Del mismo modo, cuando el dirigente de una institución deja teñir sus decisiones por otras cuestiones, la entidad ve alterado su sentido y degradada su misión, lo cual también afecta la dinámica general provocando un desequilibrio que afecta a toda la sociedad.
Algunos ejemplos. Cuando el dirigente de un club rechaza a un joven, no solo defrauda su misión, sino que se convierte en responsable de los errores que ese joven cometa de ahí en más. Al igual que cuando un productor no participa de un reclamo por las retenciones, el reclamo se debilita, no se hacen cambios, y cae la economía afectando a millones que nada tienen que ver con esa producción. Y lo mismo cuando un sindicato baja los brazos, o mira hacia otro lado, frente a injusticias laborales. Etcétera, etcétera.
En los últimos tiempos, son muchas las instituciones que están siendo jaqueadas por este tipo de conducta sin que su comunidad, ni la sociedad, vean el peligro que eso significa. Como que se están naturalizando el fraude y la traición a lo común en favor de lo individual.
Por último, todo esto puede ser casual y propio de la miseria humana, o puede no ser casual, y obedecer a una campaña impulsada desde la política para neutralizar las fuerzas vivas y concentrar el poder. Así como neutralizó la verdad comprando medios e instalando la teoría de las mil verdades, la degradación moral al frente de las entidades también puede resultar de tentadores ejemplos exitosos motorizados desde el poder.
En definitiva, hoy, de una u otra manera, las instituciones están en jaque, ya que por cuestiones internas o externas, sus dirigentes dejan de hacer lo que deben hacer, y su rol está siendo neutralizado, lo cual compromete no solo a sus sectores particulares, sino a toda la realidad de la sociedad. Solo la integridad de los dirigentes que sobrevivan íntegros podrá proteger a las fuerzas vivas.
Norman Robson para Gualeguay21