8 septiembre, 2024 1:44 pm
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Las Tunas: Un relato sobre la impunidad

Se trata de un relato de la Prof. Adriana González, escrito en marzo de 2008,
que habla de la impunidad, y del castigo divino. Está inspirado en un oscuro hecho ocurrido en un rancho de nuestro parque Quintana, allá por los sesentas, en el siglo pasado. Un horrendo abuso grupal que nunca se conoció, ni, mucho menos, se juzgó, pero que trascendió de boca en boca, en voz baja, como en secreto, casi sin mencionar los apellidos involucrados. El texto.

Al llegar a la puerta él la miró, y puso cara de quererla tanto que ella casi lloró. Era alto, altísimo, tenía la sonrisa amplia y blanca. Parecía un ángel sabandija. Le corrió el mechón de los ojos y se acercó observándola de una manera que ella no alcanzó a adivinar porque sintió el mareo vertiginoso que una siente cuando la alzan en brazos. Cerró los ojos, y se acurrucó. Cuando sintió el accionar del picaporte sintió un temor raro, pero siguió con los párpados bajos. Él la bajó suavecito, la habitación olía como una disco.

Reaccionó de golpe y se dio vuelta para verla. Entonces se dio cuenta que todo había llegado a su fin. Eran tres más. Tenían la mirada viscosa y rojiza, quizás mucho alcohol, o alienados. Los conocía a todos. Chicos bien. Niños ricos. Que burlaban la buena fe de las niñas y estafaban corazones acobardados, o acostumbrados a perder.

Nunca la soledad y la desesperación le habían parecido tan enormes, o tan terribles. No servía gritar. Ni llorar. Ni pelear. El primer cigarrillo le hizo arder el corazón. El segundo la piel entera del cuerpo. Luego ya no sentía. Estaba adormecida entera. Las muñecas y los pies marcados por el ciñe de los cintos. Sangraban. Los miró uno por uno a los ojos. Sabía que solo así iba a saldar las cuentas. Ella tenía la mirada negra y profunda. Y calma.

Ellos en cambio no podían sostener por un segundo la vista sobre ella. Parecía estrujarles el alma cuando volteaba la cabeza para mirar a algunos de ellos tirada lánguida sobre la mesa. Se abandonó al sueño. Aflojó la lucha, el cuerpo. La respiración. Se fueron apagando las risas. La lucidez iba ganándoles la mente, irguiéndoles la columna. Y la desesperación, que en algún momento la retorció sobre la mesa, parecía ahora chorrear hacia el piso cuando a ella la abandonó y fue subiéndole a los cuatro en estertores que parecían rajarles la piel.

Pero aún era de noche, y en un pacto casi implícito en el que mediaron palabras frías y esenciales, salieron los cuatro. Cada uno a su casa y a su vida. La pesadilla quedó encerrada en “las tunas” custodiada apenas por un sereno que nunca supo nada de aquel ultraje. Y esa ignorancia, ese silencio tuvo herederos ricos, mientras la no ignorancia no tuvo herederos. Fue estéril y a veces venenoso. Sus secuelas fue el hijo demente de uno, la soledad empedernida de otro, un tumor hereje y voráz en un tercero, y un hijo hermoso y vital estrellado y muerto al regalo de su padre el último.

La vida tiene sus vueltas, y muchas veces las verdades quedan encerradas o disfrazadas, como ahora, en un chalet como el de “las tunas”.

Gualeguay21

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