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Pilatos de ayer y de hoy, la eterna vigencia populista

El discurso del flaco comenzó a alterar el orden establecido por los políticos de aquel entonces. Su sola palabra, desnudando realidades, y seduciendo al pueblo, despertó la iracundia del poder, quien reaccionó persiguiéndolo hasta acabar con él. Solo Poncio Pilatos pudo haberlo evitado, pero prefirió lavarse las manos. Aún así, no pudieron acabar con su mensaje, sino que, por el contrario, se expandió. Cualquier semejanza con el presente argentino no es casualidad, es populismo, de ayer, de hoy y de siempre.

Aquello fue dos milenios atrás. Hoy, salvando esa distancia temporal, y las diferencias ideológicas, éticas y morales que a cada lector se le antojen, la miseria es la misma, y los Pilatos modernos, más interesados en congraciarse con el poder para perpetuarse en él, que en las necesidades de su pueblo, no dudan en lavarse las manos.

El juicio se celebró a la manera de entonces, y el acusado, sin oportunidad alguna de defenderse de los más insólitos agravios, fue condenado a morir en la cruz. Sus devotos reclamaron ante la autoridad, ese tal Poncio Pilatos, pero éste, a sabiendas de la injusticia, eligió la política por sobre la justicia, su conveniencia por sobre su deber, y, también, se lavó las manos.

Ésta historia no es un capricho, sino que es lo que cuenta la Biblia, y, cierto o no, grafica fielmente la inescrupulosa reacción de quienes ostentan el poder ante la amenaza de perderlo, y, con el mismo, perder sus preciadas mieles. En síntesis, un vicio presente en la Humanidad desde aquellos albores, una cultura hoy conocida como populismo.

Desde entonces, y hasta hoy, no son pocos los perseguidos, perseguidores y pilatos que han escrito la historia del mundo, aquí y allá, priorizando sus intereses por sobre los ajenos. Pero, así como entonces, y a pesar de las represiones, el discurso de estos profetas prevaleció a través del tiempo, más allá de cualquier injusticia que pretendiera anularlos.

Ahora bien, frente a esta historia, es difícil no recordar la realidad que hoy atraviesa la Argentina, donde el “poder”, antes dividido, se unió para defender sus prebendas del peligroso avance que las pone en peligro. Un presente en que un flaco, como aquel, se atreve a desnudar realidades en extremo inconvenientes para el “establishment” moderno, y una aristocracia política que no duda, como entonces, en escatimar agravios en su respuesta, ni se reserva saña en sus más insólitas acusaciones.

Como entonces, hoy, hay un juicio que se celebra en las pantallas de millones de dispositivos. Los medios son jueces, jurados y verdugos, y dictan sentencia obedientes a las pretensiones del poder. En un abrir y cerrar de ojos, sin derecho a defensa alguna para el reo de turno, tal como fue entonces, lo condenan a ser crucificado, pero en vivo y en directo.

Consumado este proceso, algunos, otrora funcionales al poder, se convirtieron en sus apóstoles, pero muchos otros, populistas de alma, prefirieron emular a Poncio Pilatos, y lavarse las manos, priorizando sus intereses particulares por sobre los del pueblo.

A lo largo de la Historia, el egoísmo y la intolerancia han dominado la tibieza del mundo, pero nunca lograron impedir la llegada de los cambios.

Nota: Este texto NO pretende colocar un político cualquiera a la altura del Salvador, ni siquiera se atreve a compararlos, pero SÍ pretende comparar a los Pilatos de entonces con los de hoy.

Norman Robson para Gualeguay21

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