“Saber o no saber, esa es la cuestión”, diría Hamlet hoy
“Si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro. Morir: dormir, nada más”, seguiría diciendo Hamlet sin perder vigencia, ni, mucho menos, coherencia. Sir William Shakespeare inmortalizó esa pregunta existencial sobre cuál es el desafío de vivir y de morir frente a la realidad de la sociedad y el mundo. De hacerse esa pregunta hoy, sin dudas reemplazaría el verbo ser por el de saber, ya que el conocimiento se ha convertido en el factor que define la calidad de vida moderna, y distingue al individuo, le facilita la vida, y lo dota de riquezas inexpropiables.
De igual modo, si el genial filósofo francés del siglo XVII René Descartes hoy tuviese que sentar los principios fundamentales de una nueva filosofía moderna, ya no creería que es el pensamiento lo que confirma la existencia del hombre, sino que sería su conocimiento. Así, aquella premisa de “cogito ergo sum” (pienso, luego existo), hoy sería “sapere ergo sum” (sé, luego existo).
Lo curioso de todo ésto es que 400 años antes de Cristo, el padre de las filosofías, Sócrates, a través de Platón, ya nos advertía sobre nuestra propia tendencia a presumir de un conocimiento infundado, la cual consideraba dañina para el alma. Por ello, el griego insistía en marcar nuestros límites con su frase “yo solo sé que no sé nada”, y nos recordaba las fronteras del hombre y su sabiduría.
Con estos antecedentes, o a pesar de éstos, la supuesta civilización entra en la post modernidad, mal llamada era del conocimiento. En esta época, las nuevas tecnologías confabulan con las ideologías seudo progresistas para hacerle creer a los individuos que son sabios por el solo derecho de serlo, y no como resultado de mucho esfuerzo y sacrificio invertidos en aprender. La enorme abundancia de información hoy empacha a estos individuos desde todo tipo de dispositivos con pantallas, y esa saturación los sumerge en la convicción de que saben igual o más que cualquiera. Pero es solo información, no es conocimiento.
Esa concepción del saber inclusivo, libre y accesible, más la nefasta teoría de las mil verdades, gracias a la cual nadie logra saber la verdad, llevan a igualar a todos los individuos para abajo, los que saben de verdad junto a los que no saben y creen que sí. Al mismo tiempo, se les impone a todos el imperio de la incertidumbre, un imperio donde nadie, ni siquiera aquellos que aprendieron mucho, sobreviven a esta crítica degradación del conocimiento. Nada más injusto, desigual y, más que nada, peligroso.
Solo saldremos de este infierno de ignorancia incitando a pensar la información, la única forma de aprender y saber, provocando la necesidad de convertir datos en conocimiento, y recordando el legado de los clásicos del pensamiento. Aquello de que saber o no saber es la cuestión, de que uno existe solo si sabe, y reconociendo que, en definitiva, sólo sabemos que no sabemos nada.
Norman Robson para Gualeguay21