“Sueltenme, hijos de p…”: A seis años de aquel último grito desgarrador
Una mañana de sábado como hoy, pero 6 años atrás, la ciudad comenzaba a vivir una semana de intensa angustia, una historia que dejaría la ciudad marcada para siempre. Todo comenzó en las redes sociales, alrededor del mediodía, con una publicación: “Atención Chica Desaparecida”, adviertía, y agregaba: “Micaela García , 21 años, 1,63 metros, contextura física media, morocha, fue vista hoy por última vez en King a las 5 am, llevaba puesto remera blanca y short animal prince. Nunca regresó, su última conexión de whatsapp fue a las 5:45”. He aquí un relato de cómo pueden haber sido los hechos de aquel día.
Es sábado, igual que hoy. Es de madrugada. El local de King, de amplias dimensiones, desborda de gurises. La psicodelia del nuevo milenio, confabulación de vibraciones y flashes, sacude el lugar al ritmo de unas marchas. Son gurises sanos, inocentes. Son estudiantes de educación física, adolescentes y jóvenes en su fiesta, organizada por ellos, para ellos. Son de la facultad de educación física, de la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Micaela está en un rincón, charlando con Kevin. En realidad, se desahoga.
Micaela es de Concepción del Uruguay y ya es una referente en la facultad. Si bien tiene un cuerpo menudo, tiene un carácter singular para su edad. Es la mayor de un matrimonio de docentes que supo inculcarle los valores del compromiso, los cuales, sin dudas, ella supo capitalizar. Tal vez sea esa virtud, a tan temprana edad, la que la lleva a destacarse dentro y fuera de la facultad.
Su mirada profunda de ojos oscuros, aunque enmarcada en suaves y delicadas facciones, advierte sobre una personalidad que no se circunscribe a los ámbitos típicos de los gurises de hoy. Tal es así que su compromiso la llevó, hace tiempo, a la militancia social. El mismo que la mantiene junto a Alejandro, su novio. Estas son las preocupaciones que afectan a Micaela esta madrugada de sábado, las cuales la previa con sus amigas no la ayudó a olvidar. Mientras conversa con Kevin, trata de ponerle onda a la noche.
Con las chicas cruzan miradas. Ellas buscan corroborar que ella está bien. Ella finge una sonrisa por respuesta. En unas horas estaría con Ale y hablarían tranquilos. Ya había sacado pasaje para Concepción. Finalmente decide irse al departamento que alquila con sus amigas. No se aguanta quedarse hasta que termine. No se siente cómoda. La cámara de seguridad de King registra su salida. Son las 5:22 horas.
Los ojos de la ciudad siguen su recorrido hacia el depto en la zona de CEF. Calle Belgrano, luego San Antonio, después Parachú. Los mismos ojos también ven una Break 18 que la acecha. Unas cuadras antes de llegar, el auto la intercepta. A una señora, en el silencio de la noche, la despierta el grito desgarrador de “sueltenme, hijos de p…”. Un camión dobla en la esquina y pasa por el lugar. El conductor ve las piernas que se asoman por la puerta abierta del auto, del lado del acompañante.
La Break arranca y toma derecho hacia el norte, cruza la Soberanía y se pierde en las chacras, hasta una desolada calle cortada, cerca de la usina eléctrica, a chacras de la ruta 12. Allí, entre chilcas y espinillos, detienen el auto, se bajan, y la bajan. Allí pasa todo, y allí mueren los gritos, mueren los forcejeos, mueren ahogados de desesperación.
En Concepción, el joven duerme en el sofá de su casa, mientras el televisor pasa ofertas de productos maravillosos. Se quedó dormido con su celular en la mano, esperando respuestas que no llegan. La angustia lo despierta sobresaltado e insiste en contactarse con su novia. Los últimos whatsapps no le llegan, y las llamadas caen en el contestador. Su imaginación lo altera. Ya no lo preocupa la situación que se había suscitado entre ellos. Ahora es ella misma, es la incomunicación, lo que lo altera. “Ella no es de hacer éstas cosas”. Se conocen. Amanece.
Las chicas llegan al departamento que comparten con Micaela entre carcajadas, potenciadas por el alcohol, recordando anécdotas de la noche vivida. Se sacan las sandalias y comienzan a acomodarse para dormir hasta el mediodía. No dejan de reírse, pero algo no está bien. Sin terminar de desvestirse, una de ellas se da cuenta de que Micaela no está, mientras que su bolso está como lo habían dejado cuando se fueron. Su documento y su pasaje a Concepción siguen, intactos, sobre la mesa. “¿Qué hizo la boluda?”, pregunta una.
Entre risas, esbozan algunas alternativas sobre lo que podría haber hecho Micaela. Posibilidades también que descartan entre risas. Sin reconocerlo, cada una disimula su preocupación. “Es raro que Micaela haga estas boludeces”, piensa cada una. Con esa incertidumbre se duermen.
La tranquilidad del paisaje rural de los alrededores de Gualeguay apenas es interrumpida, a esa hora, por el paso de algún auto. El camino vecinal, como muchos caminos de tierra, muestra el impacto de las últimas lluvias, y el paso necesario de algún tractor. Incluso, en los tramos bajos, aún hay grandes sectores de barro chirle.
Son las 8:30 de la mañana. El Renault 18 Break vuelve hacia la ciudad. El camino corre a la par de las abandonadas vías del ferrocarril, razón por la cual, a un costado del mismo, lo acompaña una espesa franja montielera de árboles y malezas. Del otro lado, el típico campo entrerriano, molinos, granos, vacas y pasturas. La impericia, o algún exceso, hacen que el conductor no pueda evitar el barro y el vehículo se empantane.
Él y su acompañante, ambos visiblemente alterados, solo atinan a insultarse. En la insistencia, las ruedas delanteras se hunden en el lodazal. Luego de sacar el barro y poner ramas frente a las ruedas, el conductor se sienta y pone en marcha el auto. El otro se afirma atrás para empujarlo. El auto avanza y sale del barro. Ellos siguen su huida hacia el pueblo. En el camino, se cruzan con una vecina de la zona. Agachan la cabeza, para que no los reconozcan. Atrás dejaron, escondido, su atroz crimen, semidesnudo, entre las malezas, disimulado por más ramas.
El sol está arriba y no hay noticias. “Perdió el bondi, boluda”, advierte una de sus amigas. Ya están preocupadas. Saben bien que para Micaela es importante ese viaje a Concepción, para estar con Alejandro. Un mensaje del joven cae en el grupo. Le cuentan que Micaela no está, que está su bolso, su documento de identidad y su pasaje, ya vencido. Hablan con los papás y a ellos también les cuentan. Empieza a cundir la preocupación y crece la angustia.
Surgen entre ellos un montón de preguntas que nadie se anima a hacer en voz alta: ¿Que le pasó? ¿Alguien la secuestró? ¿Trata de blancas? ¿Venganza? ¿Se habrá suicidado? Hasta que van a Jefatura y publican en las redes: “Atención Chica Desaparecida”. Comienza así, en Gualeguay, aquella semana de profunda angustia imposible de olvidar. Siete dias hasta aquel desgarrador desenlace, también un sábado.
Norman Robson para Gualeguay21