26 marzo, 2025 12:28 pm
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Trulalá: Una de polis y ladris en un barrio cheto (cuento)

Trulala

Trulalá ya no es lo que era cuando estaba el Comisario. A Hijitus le afanaron el sombrero y se recluyó en una casa abandonada de Bernal, Neurus se murió de una neurisma, a Largirucho lo metieron en un geriátrico y Oaki aprovechó a vender todo y se fue a vivir a Europa. Desde entonces, a este pequeño pueblo lo ganó el desgobierno, y cada día todo es más difícil. Tal es así que los polis y los ladris comen asados juntos en casa del Alcalde, y al famoso calaboso solo lo usan de burdel.

En este desbarajuste, abundan las historias en que nada, ni nadie, es lo que debe ser, y los inocentes son siempre los que pagan el pato. Una de éstas es la del pibe de la esquina. Un loco que por querer hacer sufre los embates del establishment vernáculo.

Resulta que al pibe se le ocurrió poner un boliche en una esquina, justo entre vecinos retirados de la vida y aún peleados con el universo. Como era de esperarse, casi de inmediato, comenzaron las quejas. Los vecinos, Pepa, Pepe y Ña Popa, pusieron rápidamente de su lado al Alcalde y al Comisario, y al pibe de la esquina empezaron a volverlo loco.

Una noche uno, la otra otro, y el pobre pibe se defendía con uñas y dientes, como gato panza arriba. Que la gente, que el ruido, que la música, que la felicidad, todo molestaba. Tal era la sensibilidad de estos vecinos que habían silenciado hasta las campanas de la Catedral de Trulalá. Es más, una vez habían hecho una marcha en contra de la ley, y, después, se juntaron para impedir que viniera trabajo.

Los ataques a la esquina se repetían noche tras noche, pero el pibe nunca se rindió. Así fue que, por un tiempo cortito, todo se calmó. Como que parecía que se habían cansado. Nadie imaginó entonces que se estaba pergeñando alguna forma de hacer que el pibe se vaya de allí.

Fue entonces que al pibe de la esquina lo empezaron a robar. Noche tras noche le empezaron a faltar cosas, y cosas grosas, caras. No podía descubrir quién o cómo lo hacían. Encima, el Comisario y los polis no le daban bola, tiraban la pelota afuera, incluso cuando el pibe les daba datos posta.

El pibe, desesperado, decidió hacer algo por las suyas. Así fue que pudo descubrir que entraban por el sitio lindante con la Pepa, bien enfrente a lo del Pepe, que siempre está chusmeando, y en línea con la cámara de Ña Popa. Pero lo curioso fue que el Pepe nunca vio nada y que la cámara, justo esas noches, dejó de funcionar.

Sabido todo eso, el pibe neutralizó la “entrada” y no pudieron robarle más nada, pero quería saber qué había pasado y si habría forma de recuperar algunas cosas. Así que recurrió a los servicios de un Ex rehabilitado muy respetado en la periferia, y le encargó el mandado.

Días después, el Ex le contó todo al Pibe. “Fueron Fulano, Sultano y Mengano, todos delfines de Alí Babá, y fue un trabajito por encargo”, le dijo, y agregó con picardía: “¿A que no sabés quienes los contrataron?”. Claro, todo le cerró clarito. El Pepe puso sus vínculos con la vagancia, la Pepa sumó la inteligencia, Ña Popa neutralizó las cámaras, el Comisario ordenó mirar para otro lado, y, desde la Alcaldía, levantaron el pulgar.

“¿Tanto por un modesto boliche?”, preguntó el Pibe, inocente. “Naaaaa”, respondió el Ex entre carcajadas. “Esas son cosas de todos los días”, le explicó.

NdeR: Cualquier parecido con la realidad es purísima casualidad.

Norman Robson para Gualeguay21

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