La alienación: La gran amenaza a cualquier gestión de gobierno
Según las ciencias, la alienación es un desorden mental por el cual quienes la sufren dejaron de ser quienes eran por haber perdido su sentido existencial, haberse divorciado de la realidad, y, en su lugar, haberse creado un relato que los contiene y justifica. Si bien ésto se da con frecuencia en las adicciones, es una gran amenaza para aquellos que llegan al poder elegidos por la voluntad popular, con muchas pretensiones, pero sin las condiciones adecuadas. En éstos casos, es muy común que se exhacerve el narcisismo, y que la alienación mute en una corrupción acorde al grado de poder que se tenga.
Sin lugar a dudas, el liderazgo no es fácil, sino que es un atributo que debería estar reservado para los líderes. El problema es que siempre hubo muchos que no estaban preparados y ocuparon lugares de liderazgo, con las consecuencias que eso tuvo. Los argentinos podemos dar fe de ello, ya que en más de cien años de historia no han sido pocos los “líderes” alienados que desgobernaron este país, sus provincias o sus ciudades. Pero el tema es la gravedad de cada caso y el tipo de daño que puede causar.
Que es la alienación
La concepción más antigua sobre la alienación pertenece a Santo Tomás de Aquino, allá por el siglo XIII, quien concibió ésta como la posesión del cuerpo del hombre por el demonio. Conforme pasaron los siglos, llegó la ciencia, y la alienación se convirtió en un estado mental, generalmente, por efecto de adicciones extremas a alguna droga (drogadicción), al alcohol (alcoholismo), o al juego (ludopatía).
De acuerdo a los especialistas, el sujeto alienado pierde su identidad, el entorno se le desdibuja, y deja de comprender la realidad. Como consecuencia de esto, deja de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo legal y lo ilegal, deja de atenerse a las normas, y cae en el incumplimiento de sus responsabilidades, perdiendo asi el control de sí mismo.
El principal problema del alienado es que desconoce totalmente lo que le sucede, y rechaza cualquier argumento que se lo demuestre, ya que todas sus acciones se dan en el marco de su relato, dentro del cual todo está bien y todo lo que él hace está siempre bien justificado.
Ahora bien, la alienación a partir de alguna de las adicciones suele afectar solo a las víctimas y a su entorno inmediato, pero la alienación producto del poder alcanza a afectar a todos los sometidos a ese poder, con consecuencias impredecibles. Por ejemplo, si el alienado es el capitán del equipo, puede costarle la derrota, si es el presidente de una institución, la desaparición de la misma, si es el dueño de una empresa, su quiebra y la desocupación de sus trabajadores, y si es quien gobierna un territorio, una guerra y el exterminio de todo un pueblo.
Alienación y poder
El primer caso de alienación en contexto de poder tuvo lugar en los orígenes del universo. Por entonces solo vivían en el cielo Dios y los ángeles, y allí imperaba el bien, desbordante de amor, felicidad y gozo. Pero un día, Dios decidió nombrar un ángel por sobre el resto para ordenar tanto bien y ser el único interlocutor entre los ángeles y el trono divino. Nombró en ese cargo a Lucifer, quien estaba dotado de liderazgo, belleza, simpatía y era respetado. Era perfecto, pero sin la fortaleza moral suficiente para resistir las tentaciones del cargo, razón por la cual no tardó en embriagarse de poder y codiciar el puesto de quien era su jefe.
Así fue que Lucifer traicionó lo establecido y convenido, se separó de su jefe y fundó un cielo paralelo, que luego se llamó infierno, el cual, desde entonces, ha tenido singular éxito. De ese modo nació el mal y no solo se terminó la hegemonía del bien, sino que uno comenzó a competir de igual a igual con el otro.
Desde los albores de la Humanidad, el ser humano siempre quiso el poder, y, desde siempre, ha pretendido dominar todo lo que esté a su alcance. De igual modo, junto al poder, siempre convivió la corrupción. Tal vez por eso, la siguiente frase del siglo XIX se mantuvo vigente hasta estos días: “El poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”, dijo entonces Lord Acton, un historiador, político y escritor inglés, católico y liberal.
Así es que, a lo largo de toda la historia de la Humanidad se han encontrado demasiadas veces los mismos rasgos, dinámicas y patrones en el comportamiento de individuos que fueron dominados por las vanidades del poder y cayeron en la alienación. Desde Calígula hasta los Kirchner, pasando por Napoleón, Rosas, Hitler, Mussolini, Cleopatra, Galtieri, Atila, Pinochet y Thatcher, entre tantos.
Para entender la génesis de esta amenaza alienante es preciso comprender a los sujetos que, al embriagarse por el dominio y el control propios del poder, se exhacerva su narcisismo y encuentran en ese poder el placer que los hace adictos. Así se vuelven inconscientemente perversos, y hasta siniestros, sin límites piadosos para con quienes les significan algún tipo de amenaza.
En otras palabras, ese sujeto se vuelve un adicto algo más peligroso que el común por la sola dimensión de su poder, ya que entiende necesario e indispensable eliminar todo lo que confronte con su relato. En este contexto surgen y se desnudan la incapacidad y la codicia propias de su narcisismo, las que confabulan para corromperlo, mientras que, generalmente, nadie de su entorno se anima a oponérsele.
En el obsesivo afán de disimular su desatinado proceder y sus vanalidades, el alienado comienza a exagerar su desempeño público y a profundizar su relato, negando con alevosía todo lo que contradiga a éste. Para completar el proceso de alienación, y siempre en el afán de sostener lo insostenible, el alienado busca desesperadamente perpetuarse en el poder, sin nunca darse cuenta de lo que le ocurre.
Conclusión
Al cabo de esta descripción en la que, seguramente, muchos encontrarán parecidos con personajes de nuestro pasado, o presente, sin dudas surgirá la pregunta sobre si es posible un liderazgo en serio, y no siempre caer en un alienado.
Hay esperanza. Aunque las estadísticas de nuestra experiencia nos indiquen que es casi imposible ser liderados por verdaderos líderes, lo cierto es que, si se eligen los correctos, se puede. A demostrar eso apunta el ejemplo de Dios, que aún siendo un dios vino al mundo como hombre, Jesús, para servir a sus prójimos y no para servirse de ellos. Este ejemplo pretende demostrar que existe un estilo de liderazgo genuino, el de aquel que renuncia a las tentaciones de la vanidad, y a todo lo individual, para lograr los objetivos de su colectivo, como tal vez lo fueron Lincoln, Gandhi, Perón, Churchill, Kennedy, y Alfonsin, entre no muchos más.
Es cierto que ejemplares como Lucifer seguro abundan, y que aquellos como Jesús, tal vez, no abunden, pero que los hay, los hay.
Norman Robson para Gualeguay21