Una nueva política llegó al poder, pero la vieja se resiste

En las últimas elecciones, los argentinos eligieron el antipopulismo, sabiendo que era la única salida para el país, y sabiendo que eso le iba a costar sudor y lágrimas. Por desgracia, a esa alternativa no le alcanzó para ganar provincias, ni más volumen en el Congreso. Al asumir su gobierno, ante semejante desastre, y en su afán de cumplir lo prometido, el oficialismo confió al Congreso su Ley Omnibus. Fue entonces que la nueva política se encontró con los vicios y miserias de la vieja, que no quiere perder poder.
En los últimos 20 años del país, 16 fueron gobernados por un populismo de izquierda que lo depredó todo en todos sus frentes, y 4 por un populismo de derecha que no depredó tanto, pero no fue distinto, ni cambió nada. Mientras el país se desmoronaba, emergió una propuesta netamente antipopulista, de lenguaje claro y frontal, que propuso hacer lo único que se podía hacer, advirtiendo que sería muy duro.
A pesar del esfuerzo de los otros empeñado en campañas de descrédito y difamación, el antipopulismo ganó con contundencia en segunda vuelta, asumió el poder el 10 de diciembre pasado, y, luego del famoso DNU, mandó al Congreso una amplio paquete de leyes. Era todo lo que necesitaba para hacer lo que había prometido hacer.
Como el ahora oficialismo es amplia minoría en el Congreso, para que su paquete de leyes prosperara, necesitaba el apoyo de alguno de los dos populismos. Claro está que el de izquierda nunca lo acompañaría, de modo que debió recurrir a los de derecha. Al hacerlo, descubrió que debía hacer algo deleznable: Negociar.
Ahora bien, desde los inicios de la campaña electoral, se pudo apreciar que el concepto de política del antipopulismo era diametralmente diferente. El propio candidato habló claro, adelantó lo que iba a hacer, y lo que eso costaría, sin medias tintas, ni, mucho menos, promesas. Sin lugar a dudas, era una práctica política novedosa.
Del mismo modo, el electorado pudo apreciar que este antipopulismo, en sus proyectos, anteponía lo común por sobre lo individual, la Nación por sobre cualquier sector, lo cual hacía más rara esta nueva práctica política. Con estos antecedentes, creer que el oficialismo aceptaría negociar su promesa dada al pueblo, resultaba infantil.
Bastante tolerante fue al aceptar las primeras imposiciones de los populistas amigos. Pero cuando el oficialismo vio que el paquete original iba perdiendo sentido, y que todos querían algo a cambio, ordenó su retiro de la mesa y volver a foja cero. Es que en su inocencia e inexperiencia, creyó que a los populistas les importaba el país, y descubrió que no, que cada uno tiene sus intereses particulares, y muchos no pueden superar aún haber perdido.
Al hacer esto, el populismo de izquierda festejó como si eso significara una victoria, mientras el populismo de derecha quedó boquiabierto, como papando moscas. Sus vicios y miserias habían quedado en evidencia. Tanto habían tirado de la cuerda que la habían cortado.
Cuando reaccionaron, tarde, salieron a culpar al oficialismo de inexperimentado, necio, soberbio, etcétera, etcétera, y a asegurar y jurar que ellos querían que saliera la ley. Si así hubiese sido, la ley ya hubiese estado votada y en el Senado. Pero no, sus pertenencias o sus divismos fueron más fuertes.
En síntesis, al cabo de dos meses de gobierno, el populismo, en cualquiera de sus formas, ambas poco democráticas y menos republicanas, reivindicó sus intereses y se distinguió de esta nueva política, más enfocada en el bienestar y desarrollo del país. Ahora le toca al pueblo elegir entre el pasado que nos trajo a esta realidad y un futuro de lucha y esfuerzo para recuperar el país. Así lo entendió el pueblo, y algunos como Bullrich, Ritondo, Picheto y Scioli, pero otros siguen sin entender nada. De los argentinos dependerá hacer que entiendan.
Norman Robson para Gualeguay21