25 de Mayo
Una revolución de Mayo en el 2014 es una evolución espiritual de un pueblo que duerme la larga siesta de ver lo que pasa sin hacer nada.
Tenemos que decir que el pueblo sí sabe de qué se trata, porque nosotros sí sabemos de qué se trata, y de lo que se trata es justamente de que la democracia es la manera en la que elegimos a nuestros representantes, pero la república es la forma en que nos tienen que gobernar. Que la Constitución no dice que el máximo objetivo que tenemos como sociedad es votar, ese es el mínimo umbral de la democracia electoral, pero una vez que ejercemos el voto aquellos que son elegidos no pueden hacer lo que quieren, sino que se deben someter a la ley que nos regula, que es la república.
Hace falta volver a la biografía, cada uno de nosotros tiene recursos biográficos para contarles a nuestros hijos cómo sí se puede hacer una Patria grande y una Nación noble. De los doscientos años que cumplimos, cien años los tenemos perdidos con dolor, también con sangre y con terror, con desencuentros, pero hay cien años que fueron ganados. Volvamos a los cien años ganados, a nuestros próceres, nuestros abuelos inmigrantes, los que nos enseñaron con el ejemplo el valor de la palabra, del sacrificio, del esfuerzo, que nada se logra de hoy para mañana, que bien vale la pena que uno haga sacrificios para que los hijos y nietos estén mejor. Esos ejemplos los tenemos, contemos esas historias, volvamos a la idea que tan noblemente nos enseñó Juan Pablo II, de bendita memoria, en unas de sus últimas encíclicas, que planteaba que no hay acción de caridad más plena que la política: increíble verdad. Imagínense ustedes que una persona, que toda su capacidad, que su tiempo vital, que su entrega, en lugar de estar dedicado para él está dedicado al bien común, es una acción de caridad que no da plata, da caridad, da su vida y su capacidad.
Movernos, conmovernos, convocarnos, no estar juntos sino unidos, volver a las utopías del destino que tenemos como Nación porque no perdimos la memoria de la raíz de quiénes somos ni de quiénes venimos, y que lo que somos no es una circunstancia sino un tránsito, y que nuestra contribución noble no se pierde porque es amorosa ofrenda por el bien común. Entonces, y solo entonces, nosotros podremos levantar el cáliz de una salvación que ya no es de sangre, sino que sea del vino dulce del trabajo bien añejado, de la bendición de esta tierra y de la custodia de cada uno de nosotros, entre nosotros, como hermanos que somos. Y que nadie quede fuera del banquete de la vida y sea sentado entre nosotros, sin distinción, para partir y repartir el pan, el digno sustento, porque el milagro de la multiplicación de los panes, como lo leemos juntos en el Evangelio, no fue parte de los efectos especiales, fue tan sólo la grandeza del Maestro de enseñarnos a partir y a repartir nuestro pan. Entonces esa bendición no será del cielo, sino que será nuestra aquí en la tierra, y no solamente brindaremos y nos brindaremos todos como hermanos para levantar esa copa y poder decir “al gran pueblo argentino, salud”. Que en esa salud y en esa bendición hagamos la nación del porvenir y nos encontremos los argentinos como hermanos unidos en esa tradición, por el amor al prójimo como a nosotros mismos porque es lo que espera el Padre en el cielo, que nosotros como hermanos, en su nombre, hagamos el anticipo de su reino aquí en la tierra.
Rabino Sergio Bergman