Ante la debacle, primero fue culpa de Macri, el covid y Ucrania, ahora es del odio
En este país, desde que en el seno de su sociedad prendió y creció el populismo, se ha atacado sistemáticamente cualquier voz incómoda a la expansión de esta corriente moral, ya que, para poder corromper lo bueno en favor de lo malo, es indispensable poner en duda la realidad. Así funcionó en los inicios, imponiendo tantas verdades que nadie sabía cual era la verdadera, hasta que la debacle se fue desnudando despejando dudas. Entonces, ante la innegable realidad, comenzaron las culpas, pero éstas, una a una, se agotaron, hasta que fue el turno del odio.
El populismo nació en el mundo como un modelo de desorden que promueve una tergiversación de la realidad que pretende igualar lo malo con lo bueno para facilitar su dominio del pueblo, proceso que consolida con pobreza y deseducación. Al llegar al poder en la Argentina, en el 2003, basó su propuesta en un relato, más fantástico que real, que no era sustentable en el tiempo, pero que prosperó gracias a una extraordinaria bonanza internacional que lo permitió. Estas propuestas difícilmente prosperan, ya que la paz nunca puede existir si todos tienen derechos y nadie obligaciones, al igual que no puede existir el crecimiento si muchos gastan y pocos producen.
De ese modo, el relato duró lo que aguantó la caja, y se desmoronó. En el 2019, después de volver gracias a la decepción de una promesa de cambio que nunca llegó, el relato populista tuvo una nueva oportunidad. Pero claro, en lugar de bonanza hubo múltiples crisis, y, al no contar con una suculenta caja como la de antes, al populismo le tocó enfrentar su ocaso. Así lo demostró la heladera del pueblo, la inflación que le comió el bolsillo, y la pobreza que avanzó sobre muchos que no la conocían.
Respecto de esto, es necesario advertir que esta corriente moral, inicialmente, prendió masivamente, tanto en la clase vulnerable, de bajos recursos, como también en ese universo de gente más acomodada pero con valores morales muy diferentes a los de la mayoría, ya que este modelo que propone el populismo los contiene y beneficia. Dicho de otra forma, quienes adhirieron a este modelo lo hicieron, unos por necesidad, y otros por mera conveniencia.
Ahora bien, al caerse el relato, quienes se vieron más comprometidos fueron sus seguidores de bajos recursos, y no tanto los acomodados. De ese modo, todo esto provocó que el modelo comenzara a perder simpatizantes, pero, especialmente, entre quienes conforman esa creciente masa de pobres que no siempre tienen para comer. Y eso afecta cualquier pretensión política a futuro.
Frente a esta debacle, en un intento desesperado de tapar el sol con los dedos, e intentar revertir su propio ocaso, la dirigencia populista tuvo que buscar y promover explicaciones. Así le echaron la culpa, primero, a Macri, después al covid, y, por último, a la guerra de Ucrania contra los rusos. Pero la caída fue irreversible, los culpables se fueron agotando, y algo había que hacer. Encima, como si eso fuera poco, agravó la situación el juicio a la líder espiritual de esta corriente moral.
Sin lugar a dudas, había que hacer algo que sostuviera, o reviviera, la grieta, la discordia social y la violencia, de forma de sostener el gobierno, o no, pero sí llegar al 2023 más fortalecidos. Es en esa desesperación por hacer algo que un loco intenta matar a la vicepresidenta.
En realidad, no importa si el atentado fue armado o no. Lo que sí es de destacar como importante es el aprovechamiento político que hicieron del mismo. Desde el tan insólito como absurdo feriado nacional, hasta cada acto a lo largo y a lo ancho del país, cada discurso de la dirigencia, y cada publicación en redes de la obsecuencia, todo sirvió para recrear un nuevo culpable de la debacle: el odio de la oposición y de la prensa. Con esta magistral jugada, aparte de victimizarse, la dirigencia populista pretende, por un lado, desligarse de la crisis que sufren los argentinos, y, por el otro, restaurar la duda sobre esa realidad.
En este contexto, la inquietud política es sobre cómo ve todo esto el pueblo, esa masa popular que votará en menos de un año, y que cada vez está más inmersa en la irreversible pobreza. Lo relevante es saber si el pueblo compra esta nueva culpa, si cree el cuco del odio, y, si lo hace, cuanto puede durar eso con la heladera vacía, o sin funcionar porque le cortaron la luz.
Norman Robson para Gualeguay21