Caminar juntos como hermanos
Estamos celebrando una Fiesta Patria y en algo seguramente coincidiremos: todos queremos la felicidad, aunque probablemente tomemos caminos diversos para alcanzarla. Un poeta argentino escribió: “hay caminos que se cruzan, como los hay paralelos, al encontrarse los nuestros, pudimos fundar un sueño” (Peteco Carabajal).
Hoy nos reunimos para dar gracias a Dios por los hombres y mujeres que en 1810 —y aun desde bastante tiempo antes— hicieron que sus caminos se cruzaran y juntos forjaron los comienzos de nuestra Patria. No fueron tiempos fáciles. Se exigía generosidad, entrega, sacrificio económico, y la disponibilidad de dar la vida si hacía falta.
Fue un proceso de maduración. Pasaron de habitantes a ciudadanos, y de allí a la experiencia de ser pueblo. Lo explico.
Quien habita un lugar lo cuida en cuanto le es útil. No necesita amar la tierra para habitarla y servirse de ella, o para reclamar pertinentemente sus derechos. Se siente de paso, no como peregrino sino como extranjero, o mejor aún, extraño.
El primer escalón entonces es pasar a ser ciudadano que se hace cargo y participa en las responsabilidades que le corresponden. Es un crecimiento importante, aunque no suficiente. El ciudadano se compromete en cumplir y hacer cumplir las leyes. Supera la ley de la selva en la cual impera el más fuerte, y no quien tiene la razón.
Es necesario que todos renovemos este compromiso al que somos convocados (llamados). La Patria necesita ciudadanos honestos, que asuman la verdad y la justicia. Que cumplan la ley aunque no se los esté mirando.
“Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía.” (EG 220)
Hay una mística en la pertenencia al Pueblo (cfr. EG 271, 273, 274) que nos lleva a disfrutar de la historia común que nos permite soñar juntos en el porvenir, unidos a las demás naciones hermanas con las que también nos vinculan orígenes en común.
Saberse y sentirse pueblo nos provoca alegría interior y fuerte sentido de pertenencia. A su vez, nos hace solidarios con la situación de todos, especialmente de los pobres y excluidos.
En el Te Deum de esta mañana he elegido un texto del Evangelio de San Mateo, el comienzo del hermoso Sermón de la Montaña en el cual Jesús proclama las Bienaventuranzas (Mt. 5, 1-10). “Felices los pobres, los afligidos, los misericordiosos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que tienen el corazón puro, los que trabajan por la paz.”
Jesús quiere que seamos felices y nos enseña cómo trabajar para ello.
No es por el camino del egoísmo o la soledad que podemos hacerlo. Los obispos de la Argentina hemos querido promover en este día la oración de San Francisco de Asís. Te invito a sumarte en esta cadena de oración: “Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz. Donde hay odio, que lleve yo el Amor. Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón. Donde haya discordia, que lleve yo la Unión. Donde haya duda, que lleve yo la Fe. Donde haya error, que lleve yo la Verdad. Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría. Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz. Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, como amar. Porque es: dando, que se recibe; perdonando, que se es perdonado; muriendo, que se resucita a la Vida Eterna”.
Feliz día de la Patria.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social