Campanas: Un pueblo entre su historia y su histeria

Un cura nuevo llegó al pueblo y, a los pocos días, una vecina paqueta lo visitó en la parroquia quejándose sobre el sonido de la campana. El cura, sin dudar, suspendió las campanadas que sonaban desde hace apenas 142 años. Algo así pasó días atrás en Gualeguay y, desde el pasado viernes, el campanario de la parroquia San Antonio no suena más para dar la hora, y solo lo hace para llamar a misa. Esto desató la indignación del pueblo, el cual reclama que le devuelvan las campanadas.
En el caso de la Iglesia San Antonio, su campanario ha marcado el pulso del pueblo a lo largo de su historia, y así fue hasta que la histeria de alguien obligó al pueblo a dejar de latir.
La campana nace en la historia de la Humanidad allá por el siglo VI de nuestra era como un sistema de comunicación de largo alcance. Podía advertir sobre el momento de orar, un incendio, un ataque enemigo o, también, el paso del tiempo a cada hora. Claro está que la modernidad hace que hoy no sea tan necesaria, pero su repicar ya era importante para el pueblo desde hace siglos, incluso después de ser innecesario, y hoy es parte de su cultura.
Ésto así ha sido considerado cuando algún movimiento de la comunidad atacó el repicar de las campanas de una iglesia. En los últimos tiempos, en España, hubo varios reclamos como el de la señora de Gualeguay, pero nadie los resolvió de forma arbitraria y unilateral, sino que fueron atendidos por las vías correspondientes.
Por ejemplo, en octubre de 2012, las campanas del antiguo reloj de la iglesia del Salvador, en Callao y Tucumán, CABA, dejaron de sonar tras 115 años. La medida fue en respuesta a la queja de un vecino por ruidos molestos, y de inmediato se llevó el caso a la Justicia. Finalmente, las partes llegaron a un acuerdo: De noche, entre la 1 y las 6 de la mañana, el sonido no superaría los 50 decibeles.
En el caso de Gualeguay, la Iglesia podría haber recurrido a diferentes alternativas antes de suspender su repique, al igual que hizo el cuartel local de Bomberos Voluntarios, cuando surgieron reclamos de parte de sus vecinos. En aquel caso, la institución llamó a un técnico para que ajuste el sonar de su sirena de acuerdo a los límites establecidos.
En este caso no se trata de enfrentar la cultura tradicional de un pueblo con sus normas vigentes de convivencia, sino de establecer acuerdos entre mayorías y minorías según la legislación vigente. Los pocos que se sienten afectados por el sonido y los muchos que saben apreciar el tañido de las campanas, deben acordar la convivencia, unos respetando el acervo popular de la comunidad y otros adecuando éste a las normativas vigentes.
Una vez que se resuelva ésto, si es que se resuelve, sería interesante poder avanzar en una mejor calidad de vida para todos, en particular en contaminación sonora, atendiendo los excesos de los escapes libres, de los estéreos de los autos, y de tantas otras cosas. Sin lugar a dudas, para avanzar en ésto se precisa un decibelímetro.
Norman Robson para Gualeguay21