Cáncer de próstata: En primera persona y del otro lado del mostrador
Sin dudas, el cáncer es el cuco que asusta al ser humano, y, entre sus variantes, el cáncer de próstata es el que aterra al hombre, razón por la cual es importante conocer de qué se trata realmente esta enfermedad. Al Dr. Marcelo Brisco, un reconocido urólogo local, le tocó vivir dos veces la salud del otro lado del consultorio: una como padre y la otra cómo paciente, ya que el año pasado le detectaron cáncer de próstata. Es por esto que es tan interesante su testimonio sobre cómo vivió, y vive, él su enfermedad, su proceso, sus emociones, y sus reflexiones.
A principios de 2021, por sus problemas con las grasas y los azúcares, Marcelo decidió visitar un colega. Lo recibió el Dr. Mauricio Besinsky, quien le ordenó una serie de estudios para ver cómo estaba. “¿Te hago un PSA?”, lo invitó el colega, refiriéndose al análisis de sangre para medir el nivel del antígeno prostático específico (PSA, por sus siglas en inglés) en la sangre, y que determina la presencia de cáncer en la próstata. “No, me siento bien, y funciona bien”, dijo Marcelo. Afortunadamente, el médico insistió e incluyó el estudio.
Durante los días siguientes, Marcelo continuó su vida normalmente, hasta que, a la semana siguiente, fue a buscar los resultados. No necesitaba llevárselos a nadie para que le dijera que los mismos advertían un nivel muy alto de PSA. Así fue que lo visitó al Dr. Romero, su colega urólogo, quien ordenó una biopsia para confirmar el diagnóstico de los análisis. Así pasó por el CEM, y, después de unos diez días, le dieron la mala noticia.
Ese momento significó un antes y un después en su historia personal por las distintas emociones disparadas por la novedad. Asumir que uno tiene cáncer, enfrentarlo, es un desafío para cualquiera, incluso para un médico. O, mejor dicho, especialmente para un médico. “Ser paciente, y de cáncer, y de próstata, no fue fácil”, reconoce Marcelo, aunque agrega que no le dolía nada, sino que se sentía bien.
En esta instancia la cabeza tiene un rol muy particular. En su caso, la cuestión de la muerte está asumida como una consecuencia natural que no está en manos de los seres humanos, pero el desafío fue decírselo a sus hijos. En esto, reconoce Marcelo, el acompañamiento de su ex, la Dra. Patricia Tarruela, fue crucial. “Decirle a los chicos fue lo más duro de todo esto”, confiesa. Lo demás, no tenía secretos, ya que él ya sabía perfrctamente lo que le esperaba.
Ahora bien, para comprender el testimonio de Marcelo debemos hacer un paréntesis para abordar su personalidad, forjada a lo largo de años de carrera en la salud pública y privada. Años atrás, andando mucho con la enfermedad de su hijo Ezequiel, este profesional se vio obligado a cruzar esa frontera imaginaria que hay entre médico y paciente, y conoció en carne propia los padeceres de quienes transitan una enfermedad.
Tal fue el compromiso social que, a partir de aquella experiencia, sumó a su compromiso profesional, que tuvo que pedir una junta médica para que lo inhiban de practicar cirugías en el hospital público, ya que toda esa situación había afectado emocionalmente su desempeño.
Con ese antecedente, más una dilatada experiencia en el tema próstata en particular, Marcelo enfrenta su cáncer. Ser médico lo dota, no solo del conocimiento completo del asunto, sino, también, de la experiencia en términos de casos, ya que muchos pasaron por su consultorio. “Tuve muchos pacientes con cáncer”, cuenta, y agrega: “Algunos lo superaron bien, otros mal, algunos se murieron bien, y otros se murieron mal”.
Así fue que se fue a hacer todos los estudios en el Cemener, el moderno complejo oncológico del Iosper en Oro Verde, y luego el bloqueo hormonal, durante 6 meses. Marcelo ya conocía el tratamiento. Sabía que su sexualidad iba a estar anulada a cero durante todo el bloqueo, no por falta de erección, sino por ausencia total de libido. “Podía aparecerse Pampita en bolas que no se me movía un pelo”, reconoce hoy, entre risas.
Después, a fines del año pasado, comenzó la radioterapia, y los viajes frecuentes a Oro Verde para las sesiones, en las cuales, por media hora, quedaba a solas con su enfermedad. Fue en aquellos viajes en el “Oncomóvil” del Iosper que lo llevaba al Cemener junto a otros pacientes, que Marcelo, tal como cuando recorría alternativas con su hijo, comenzó a reflexionar sobre varios aspectos de la enfermedad, de la profesión, y de la vida. Y fue entonces que sintió la necesidad de rescatar su experiencia con esta enfermedad como paciente común con los conocimientos de un médico especialista.
En ese contexto, Marcelo, al descubrir el universo de emociones que lo asaltaron desde que se enteró que tenía cáncer, abordó su propia empatía para con sus pacientes, ya que nunca les había preguntado cómo habían transitado esa parte de la enfermedad, esa instancia de extrema soledad emocional que entonces le tocaba a él atravesar.
Por otro lado, recordando sus malas experiencias por distintos destratos sufridos como papá de Ezequiel, celebró el buen trato que recibían los pacientes en Oro Verde, siendo que nadie sabía au profesión. A la vez, se preguntó, y aún se pregunta, porqué en Gualeguay no eran tratados así. A partir de esto, también se preguntó sobre la calidad humana que deben tener los médicos a la hora de atender a un paciente que por su propia enfermedad se encuentra en una situación en extremo vulnerable. Todo esto mientras no sabe
Por eso no pierde oportunidad de apuntar la importancia para un profesional de saber lo que pasa en el otro lado, no solo en lo biológico, sino también en lo emocional, pues ésto último siempre termina afectando a lo primero.
Marcelo aprendió, como paciente ahora, y antes como papá de un paciente, aquello que no le enseñaron en la facultad, ni aprendió en tantos años de ejercicio profesional: Lo que siente el enfermo y su familia, la expresión “con el corazón en la boca”, la sensación de pánico, lo que es convivir con la incertidumbre sobré qué pasará, si volverá, y cómo volverá. Y es por eso que éste hombre no duda en compartir su historia con quien le interese. Está convencido de que la experiencia de un médico como paciente sirve, “y puede sumarle sentido a todo esto de vivir”.
Al reflexionar sobre los conceptos de Marcelo, concluyó que, sin dudas, tarde o temprano, esa ilusión de certidumbre sobre la vida de nuestra juventud, y que mantenemos en la madurez, en un instante, se derrumba, y sólo queda, bajo sus escombros, la certidumbre de que todo es incierto, y que lo único cierto es la muerte, aunque nunca se sabe cuando.
Norman Robson para Gualeguay21