Carta a un asesino
No sé cuál es tu edad, ni tu nombre. No sé qué te deshumanizó. No sé cómo es tu rostro, y, la verdad, puedo imaginar tus ojos como dos abismos impenetrables, donde nada se sabe de su interior, del fondo.
Pero imagino que en ese fondo habita la maldad, retorciéndose por doblegar tu voluntad y convertirte en lo que sos: un asesino.
Imagino que en tu vida debe haber mucha nada, porque tu carencia de amor por la vida, así lo demuestra.
Tu cobardía habla de un ser inescrupuloso, perverso, maligno.
Imagino una niñez sin risas, porque la risa es alimento para el alma y la tuya es un alma famélica, enferma, resentida.
Imagino una vida sin amor, porque el amor abre puertas al respeto, a la solidaridad, te hace un ser amable y feliz, y vos sos un ser despreciable, ignorante de las pequeñas bellezas de la vida, insensible ante la misma vida, inhabilitado para amar y ser feliz porque la sangre de una inocente manchó tus días, las lágrimas de una madre estigmatizaran, marcarán, tu existencia hasta que te vayas de este mundo al que viniste hacer daño, en el que dejaste una huella de dolor y muerte.
Imagino que tus manos son delgadas y oscuras, como garras, proyectadas de la misma muerte, incapaces de crear una caricia, porque son letales, malvadas.
Imagino tu soberbia y desparpajo ante la muerte, creyéndote valiente, o, para acercarme a tu entendimiento, zarpado, porque mataste a un chico.
Imagino que sos un triste cobarde, incapaz de luchar por tu vida para suplir tus carencias, tu desamparo en este sistema que te excluye, según algunos.
¿Leandro tenía la culpa de tu triste vida? ¿Leandro te debía algo? ¿Leandro tenía un arma? ¿Leandro tenía un físico amenazador que ponía en riesgo tu acto despreciable y tu vida?
¿Ese viernes 10 de abril, arribaste a un nuevo día más capaz?
A vos, asesino, a vos te escribo desde mi impotencia, desde la rabia, Leandro fue una brisa leve que pasó por esta vida, casi no lo conocí, pero vi sus ojos donde residía la dulzura y la honestidad, conocí de su respeto solo para entrar a un aula, que es mucho.
Podrás evitar la justicia imperfecta de los hombres y salir con una sonrisa dibujada en tu desagradable rostro, así lo imagino, pero nunca vas a escapar de la justicia de Dios, que, tarde o temprano te alcanzará.
Podrás reírte de la incapacidad de nuestros gobernantes y de las leyes que te favorecen por ser un delincuente, pero nunca te podrás reir de Dios…
Y lo que es peor para vos, podrás reírte, sí, pero nunca podrás ser feliz, porque el peso de la muerte de un ángel, el peso del llanto eterno de una familia, lo vas a llevar hasta que mueras y lo vas a pagar por siempre.
Mariela Rógora