Cartas entre amigos
Ayer terminamos la Asamblea Plenaria de todos los obispos del país. Desde el lunes hemos compartido momentos de oración y reflexión buscando servir mejor a la misión que Jesús encomendó a su Iglesia. La primera en tantos años en que no estuvo con nosotros el Cardenal Jorge Bergoglio. Lo hemos extrañado. Era común encontrarnos tempranito tomando unos mates entre algunos en un encuentro de dos pasillos, o conversar un rato en los intervalos. Sus intervenciones siempre tan precisas y claras.
Nos causó una gran alegría cuando nos enteramos de que nos había escrito una carta. Les comparto algunos renglones.
Después de saludarnos nos pide “que toda la pastoral sea en clave misionera. Debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales y crecer en parresía”. (Término de origen griego que significa el entusiasmo y alegría que tenían los primeros discípulos cuando salieron a misionar con la fuerza del Espíritu Santo.)
Y nos decía algo que ya le había escuchado cuando era Arzobispo de Buenos Aires: “una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar’. Es que estamos llamados a dar testimonio del amor de Dios, y si nos quedamos encerrados discutiendo acerca de lo mal que andan las cosas, o mirándonos en el espejo alabando lo buenos que somos, vamos camino al sinsentido de la vida y a una fe raquítica”.
En otro pasaje de la carta escribe: “Les deseo a todos Ustedes esta alegría, que tantas veces va unida a la Cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de la solteronería clerical. Esta alegría nos ayuda a ser cada día más fecundos, gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios; esta alegría crecerá más y más en la medida en que tomemos en serio la conversión pastoral que nos pide la Iglesia.”
Y por último nos dice: “les pido, por favor, que recen por mí, para que no me la crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero. Rezo por Ustedes.”
Nuestra respuesta fue otra carta en la cual le expresamos nuestra disponibilidad y compromiso. Pero también le contestamos con un gesto: fuimos a rezar al santuario de nuestra Madre, la Virgen de Luján, a quien nuestro Papa Francisco tanto quiere.
Este domingo es el cuarto de la pascua, y se lo llama del “Buen Pastor”. Rezamos contemplando a Jesús que da la vida por nosotros, nos reúne y cuida de la comunidad cristiana, nos conduce y alimenta. También pedimos por las vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras, al diaconado permanente….para que muchos escuchen el llamado del Señor que sigue pasando y diciendo «Ven y sígueme» (Mc 10,21). El Papa Benedicto comentando este llamado evangélico dijo: “Las vocaciones sacerdotales y religiosas nacen de la experiencia del encuentro personal con Cristo, del diálogo sincero y confiado con él, para entrar en su voluntad. Es necesario, pues, crecer en la experiencia de fe, entendida como relación profunda con Jesús, como escucha interior de su voz, que resuena dentro de nosotros. Este itinerario, que hace capaz de acoger la llamada de Dios, tiene lugar dentro de las comunidades cristianas que viven un intenso clima de fe, un generoso testimonio de adhesión al Evangelio, una pasión misionera que induce al don total de sí mismo por el Reino de Dios, alimentado por la participación en los sacramentos, en particular la Eucaristía, y por una fervorosa vida de oración”.
El sábado próximo celebramos los 25 años de nuestro seminario diocesano puesto al cuidado de María Madre de la Iglesia. Recemos entonces por nuestros seminaristas y por todas las vocaciones en la Iglesia. Dios nos sigue amando. Respondamos con confianza a su llamado. Y gracias, Papa Francisco, por estar cerca de tu pueblo argentino, tus hermanos obispos, tu Iglesia que te vio nacer en la fe.