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Clase presencial o virtual: No traicionemos a Sarmiento

Me resultan curiosos los debates entre padres, docentes y políticos sobre si las clases deben ser presenciales o no, siendo que nadie ha demostrado nunca interés alguno en la educación misma. Ahora se muestran todos preocupados por el medio en que se transmiten los contenidos, y no sobre éstos mismos, siendo que, desde hace décadas, no estamos educando. Prueba de esto es que más de la mitad de nuestros gurises no sabe interpretar textos, ni resolver problemas matemáticos. No hagamos que nuestra hipocresía traicione a Sarmiento.

Las posiciones adoptadas por unos y otros, esgrimiendo intereses loables y tomando posiciones diametralmente opuestas, me invitan a la reflexión. En este país, la dicotomía ha sido siempre un vicio cultural muy bien explotado en las estrategias políticas del estado ante una sociedad funcional que nunca reparó en hipocresías.

Si bien es indiscutible que la pandemia alteró la realidad en desmedro de lo establecido, también lo es que el estado y su sociedad supieron, rápidamente, adecuar los distintos sistemas a sus miserables vicios históricos. La politización, en general, de esta profunda crisis sanitaria y económica, y, en particular, de la educación, entorpeciendo, sino evitando, cualquier salida, es un claro ejemplo de las prioridades de esta sociedad. 

En el caso particular de la discusión sobre si el dictado de clases debe ser virtual o presencial, uno puede ver a los padres mostrando su preocupación por la educación de sus hijos, a los docentes mostrando su preocupación por su propia salud, y a los políticos mostrando su preocupación por ambos. Pero, una parte importante de todos estos encubre sus propios intereses: los primeros quieren que los chicos no se queden en casa, los segundos quieren quedarse ellos en casa, y los terceros quieren que la realidad de la deseducación no salga a la luz.

Nuestro sistema de educación lleva muchos años de obsoleto, y así lo han demostrado todo tipo de diagnósticos, propios y ajenos. Tal es el problema que la deficiencia educativa alcanza a más de la mitad de nuestros gurises, los cuales terminan la escuela con un paupérrimo nivel de formación. Si consideramos que la Argentina supo ser ejemplo en el mundo por sus políticas educativas, las que se imitaron alrededor del globo, lo que está pasando significa una alevosa traición a la Patria.

A pesar de la gravedad de esto, y de su nefasto impacto en nuestro futuro, ni padres, ni docentes, ni, mucho menos, políticos, advirtieron, reclamaron o hicieron algo al respecto, sino que se concentraron en sus propios intereses. Pero, ahora, como por arte de magia, todos aparecen preocupados por la educación, rasgándose las vestiduras por la forma en que se dictan las clases. Un poco de disimulo, por favor.

Entonces me pregunto qué sentido tiene la discusión sobre presencialismo y virtualidad, si ésta última es la que propone el futuro. Me pregunto a quién puede importarle la forma si no hay esencia. En otras palabras, me pregunto si no es más importante recuperar el contenido, en lugar de discutir sobre cómo estamos compartiendo el vacío. La pandemia impuso cambios, hagamos que esos cambios sean para bien de la sociedad y su progreso, no para mantener los vicios y las miserias heredadas, pero, más que nada, no traicionemos a Sarmiento.

Norman Robson para Gualeguay21

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