12 octubre, 2024 5:39 am
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Concordia: Un día gris en una ciudad pobre

El pronóstico era claro: iba a llover. El amanecer desnudó un cielo nublado y horizontes peores. Pero la ciudad estaba ahí, esperándome, y no la iba a despreciar, aunque fuera la más pobre de todas. Ya la noche anterior me había mostrado su multitudinaria vida. Las Costaneras, porque tiene más de una, y la oferta recreativa y gastronómica en todos sus sectores, me habían sorprendido. Desde ese momento me empecé a preguntar qué es una ciudad pobre. Así que, a la mañana tempranito, enfrenté el clima y salí a recorrerla. Al fin del día, había descubierto como guarismos caprichosos pueden estigmatizar injustamente a una comunidad.

Ya de entrada, uno relaciona a una ciudad rotulada como pobre con la inseguridad, la suciedad, el abandono, la tristeza, etcétera. Entonces me fui al diccionario a ver qué significa ser pobre. Allí, en distintas ediciones, encontré que la pobreza es necesidad, es carencia de lo necesario para vivir, es falta, escasez. O sea que yo estaba en una ciudad necesitada de lo básico, carente de lo indispensable. Una ciudad que apenas sobrevive. Sin lugar a dudas no lo parecía.

A pesar de ese rótulo de pobre, esta ciudad de poco más de 200 mil almas, bendecida por una naturaleza y una historia valiosísimas, no aparentaba ser una ciudad pobre. Me resultaba difícil que con esa extraordinaria oferta comercial de cuadras y cuadras, ocho bancos, docenas de industrias de todo tipo, al lado de una de las plantas hidroeléctricas más importante del país, con paso fronterizo, autódromo, tres complejos termales, carnavales, y el río Uruguay bañando todo su oriente, fuera pobre. Esa etiqueta, conforme recorría la ciudad, se me hacía más dudosa.

Entonces, la malicia me llevó a pensar que me escondían la pobreza, aunque esa no es tarea fácil. Normalmente, la pobreza extrema invade todo, y brota impúdica junto a los contenedores de basura, en la gente pidiendo o viviendo en alguna galería, o en cartoneros y otras actividades marginales. Así que decidí ampliar mi radio de investigación y salir a buscarla.

Me encontré con la pobreza en el lado oeste de la ciudad. Barrios y asentamientos definitivamente vulnerables. Mucha casilla de madera, calles de tierra roja, microbasurales, animales sueltos, carros tirados por caballos, gurises corriendo. Exclusión y ausencia del Estado. La postal típica de cualquier periferia de cualquier ciudad de la provincia, o del país. ¿Si me pareció mucha? Más que Gualeguay y mucho menos que Paraná. Aunque sin el “pobrómetro”, en términos de proporciones, me pareció normal. Tal vez esté por arriba de la media, pero, sin lugar a dudas, nada extraordinario.

¿Entonces? ¿Porqué dicen que es la más pobre de todas?

Para responder a esto me remití a los informes elaborados por el Indec en 2021, en los que pude encontrar cómo resulta condenada Concordia con la tan difundida etiqueta. Según los datos del primer semestre de aquel año, este aglomerado urbano entrerriano de algo más de 200 mil habilantes supera a todos los lugares relevados, con el 56,1 porciento de pobres, guarismo que resultaría de índices estadísticos que no necesariamente reflejan la realidad.

Según se desprende de la información disponible, este frío número resulta de estimar los ingresos promedio de distintos grupos socioeconómicos, y de cuantificar aquellos que queden debajo de la línea de pobreza, determinada, también, por el Indec. De ese modo, la pobreza reflejada no obedece estrictamente a la realidad de la vulnerabilidad, sino que está distorsionada por cálculos antojadizos que no ponderan aspectos como el trabajo en negro, la estacionalidad productiva, y el cuentapropismo.

La realidad muestra que una parte significativa de la población de Concordia se encuentra en situación de vulnerabilidad, que hay una fracción importante de trabajadores precarios o, por lo menos, informales, en muchos casos vinculados a las actividades estacionales (zafras), y que una buena porción de los empleados públicos tienen haberes indignos.

Pero esta realidad también muestra que muchos de estos ingresos fueron subvaluados, por debajo de lo real. Si bien éstos pueden ser bajos, algunos inestables, se trata de gente activa de una economía que, aunque informal, lejos está de la pobreza infraestructural con la que se estigmatiza a Concordia.

En definitiva, ninguno de todos estos guarismos caprichosos de las estadísticas son suficientes para señalar una pobreza extraordinaria, tal como la expuso el Indec y se hicieron eco los medios de todo el país. Concordia no es una ciudad pobre, ni tiene una pobreza exageradamente mayor al promedio entrerriano. Solo se trata de una ciudad mediana, activa, que, en su periferia, tiene barrios humildes y vulnerables, comúnmente etiquetados como pobres. Sin lugar a dudas no es la Capital Nacional de la Pobreza que pintó la tele.

Al dejar Concordia atrás, solo pienso en la injusticia de los falsos rótulos, de las etiquetas mentirosas, y de la morbosa saña con que se condena a una comunidad. Dejo atrás una ciudad hermosa y cálida, con los problemas y desigualdades comunes a todas las ciudades, pero riquísima en sus patrimonios natural, histórico, arquitectónico y económico. Las ciudades pobres no tienen patrimonios. 

Norman Robson para Gualeguay21

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