Corrupción
Los acontecimientos de las últimas semanas han puesto de manifiesto que la falta de controles, establecidos como práctica institucional de la República, han liberado de toda inhibición a nuestros funcionarios para exhibir —públicamente— aquello que está instalado —culturalmente— en una forma de ser argentinos. La formación ética, moral y cívica de los funcionarios debería ser el antídoto frente a lo que envenena la sangre que corre por las venas de lo público.
El Sistema Institucional tiene recaudos formales para que lo público, que es de todos, no quede disponible solo a la conciencia del funcionario, sino a la Ley. Entre ellos, quienes tienen poder delegado están obligados a rendir cuentas.
Dar cuenta por lo de todos no es una reacción a la denuncia, sino una práctica acordada antes de asumir la función de representación. Ser representante no implica ser dueño y señor de una jurisdicción.
Sin lugar a dudas, la primera rendición es cívica: abandonar el constante y disciplinado reclamo por la participación para lograr que los controles acordados en la Ley logren contener la voracidad sin límite de la apropiación de lo ajeno como derecho otorgado e institucionalizado de facto.
El pecado capital de lo privado como acto de la propia conciencia se hace institucional cuando al capital público se lo administra como privado, alimentando el pecado de una inmoralidad que se denomina corrupción.
Los controles independientes y soberanos resguardan de la avaricia, la gula y la lujuria de quien asume el poder público y que los pecados de la persona no se extiendan desde la función a una Nación.
La corrupción con C es nuestra. Está instalada en nuestra cultura y habilitada como una viveza criolla. Estamos convencidos de que no se trata de erradicar la corrupción sino de ajustarla a niveles “aceptables”, asumiendo que no podremos actuar con virtudes sino con controles que limiten nuestra naturaleza en el pecado.
Una profunda reflexión interior sobre los niveles individuales de aceptación de la corrupción es lo que debemos asumir como tarea pendiente cada uno de nosotros.
Los eventos de las últimas semanas, han desplegado una Korrupción con K que no es exclusiva de esta gestión, pero que se ha manifestado sin inhibiciones, hasta el límite de subestimar a todos y cada uno de los ciudadanos explicando lo inexplicable.
La omnipotencia de la subordinación de los controles y la subordinación de los auditores, junto con la prepotencia de una concentración única del poder hacen que la corrupción que nace culturalmente con C se haga pública con K, como consecuencia natural de que como ciudadanos no hacemos absolutamente nada más que mirar como espectadores el drama cotidiano del pecado capital de ser corruptos, atributo nacional de nuestra propia identidad.
La resistencia cívica es la esperanza de una República que está por venir.
En amistad y bendición.
Rabino Sergio Bergman