Crónica de un día para uno. Ese día que siempre postergamos para otro día
Quienes no cedemos en el loco ajetreo diario detrás de efímeros objetivos, tomarnos un día para uno puede ser determinante para nuestra salud física, mental y espiritual. Lamentablemente, pocas veces tomamos la decisión de parar la pelota y tomarnos un descanso, aunque sea un solo día. Días pasados tuve la suerte de poder salirme de esa corriente que nos arrastra y disfrutar un día para mí en el complejo Termas Concepción. El primero para mí en unas termas. Allí descubrí lo importante que puede ser bajar un cambio y reencontrarnos a solas con nuestro cuerpo, con nuestra mente y con nuestro espíritu.
Llegué a la noche y me acomodaron en una de las 12 cabañas de madera de bosque nativo misionero equipadas con todo lo necesario. En ese mismo sector están los 50 bungalows de material, y un edificio de 20 habitaciones triples tipo Apart Hotel. Como una barrio, ya que pueden alojarse allí hasta 300 almas. Como faltaba un rato para las 21 horas, aproveché para disfrutar un rato del agua termal en una de sus 10 piletas.
La primera sensación fue extraordinaria. La respuesta de mi cuerpo una vez inmerso en el agua caliente fue sorprendente, ya que pude hacer ejercicios que afuera me son imposibles. Todas mis articulaciones estaban de fiesta, mientras un terrible chorro atacó, una a una, hasta la última contractura de mi espalda. Así estuve hasta que se cerraron los chorros y el personal comenzó a limpiar ese sector del complejo. Eran las nueve, y ya hacía hambre. Luego de pasar por la cabaña a tomar una ducha para remover la sal del cuerpo y cambiarme, cené en el restaurante del complejo: Justo José, un enorme salón tipo gran rancho con capacidad para unos 200 cubiertos.
Luego de prepararme un café en la cabaña, y tomarlo mientras miraba tele y revisaba las redes en el teléfono, me desmayé en la cama y me dormí sin parar hasta la.mañana siguiente. El agua había logrado su cometido.
Apenas alumbró el sol, aunque cubierto por nubes grises, me levanté a ver qué me ofrecía el lugar, y disfrutarlo. Justo en ese momento un cuatriciclo me dejaba el desayuno en la galería: una bolsa con sobres individuales de café, té, leche en polvo, azúcar y edulcorante, más medialunas con potes de manteca y dulce de leche. Por supuesto, me vi obligado a demorar mi paseo.
Así fue que, bien desayunado, salí de recorrida por las 30 hectáreas del complejo, sacándole fotos a todo lo que se movía, y a lo que no, también. A lo largo de la caminata descubrí la belleza del “barrio”, y la organizada labor del personal atendiendo las distintas unidades. Más adelante, me encontré con un hermoso lago interno, con un muelle con botes en alquiler, la famosa tirolesa, todo conectado por sendas y puentes. Dominaban el lugar teros, patos y biguás.
Más adelante, luego de unas canchitas de fútbol, llegué al parque acuático, donde me empaché de adrenalina. La oferta allí incluye piletas con juegos, un gran tobogán de agua, y dos monumentales estructuras por las cuales uno se tira hasta llegar a una pileta, en uno, y ser “frenado” por el agua en el otro. Uno es un intrincado tubo semiabierto en bajada, como si fuera una montaña rusa, por el cual circula agua facilitando el deslizamiento de quienes se le atreven.
La otra estructura es palabra mayor. Se trata de un tobogán casi vertical, de unos 15 metros de alto, por el cual también corre agua. Los que se animan, bajo el cuidado de Vero, Pablo y Lucho, suben por las escaleras y se lanzan “al vacío”, para terminar, al final del recorrido, detenido por el agua acumulada. Una de las pruebas de mayor vértigo que experimenté en mi vida. El susto fue reparado con otro baño termal.
De camino a la cabaña, luego de pasar los locales, en los que compré pan y fiambre para comer al mediodía, y alquilé una bata para más comodidad a la hora de mis chapuzones, atravesé el sector de churrasqueros y juegos infantiles. Al llegar, me acomodé en la galería para almorzar y disfrutar de la vista, para luego tomar una corta pero reparadora siesta.
A lo largo del día, perdí la cuenta de las veces que me bañé en alguna de las tantas piletas, ni de cuantos kilómetros camine paseando por el lugar. Mi cuerpo estaba agradecido, mientras que mi mente se había logrado desconectar de todo aquello que la agobiaba. ¿Mi espíritu? Definitivamente renovado y listo para enfrentar lo que depare el destino.
Al irme, a la mañana siguiente, pensaba en qué lindo sería volver, en grupo, y aprovechar al máximo todo lo que ofrece Termas Concepción.
Norman Robson para Gualeguay21