21 enero, 2025 1:16 pm
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Crudo diagnóstico del problema de fondo

Es bien sabido que a río revuelto ganancia de pescadores… ¡Que nos la van a contar a nosotros! Si sabremos del tema que, dos por tres, terminamos ensartados cual sarta de bagres.

En nuestro escenario doméstico, los pescadores conforman el poder en todo su espectro, los pescados, lamento informarles, somos nosotros, y el río es la sociedad en la cual intentamos desenvolvernos, donde cunde el desorden, rige la anarquía y reina el caos.

 

 

 

Esto surge de un simple examen de nuestra sociedad, el cual arroja como diagnóstico que ésta se encuentra desordenada por la sola fragilidad de las leyes, una fragilidad que no radica en sus enunciados, en su mayoría bien redactados, sino en el poco respeto, sino desprecio, hacia las mismas.

O sea, podemos tener el más perfecto de los marcos legales pero si en el seno de nuestra idiosincrasia está arraigada la compulsiva y arbitraria discusión de las leyes, este marco es absolutamente inútil y estamos ante un cuadro de necio libertinaje.

Si bien las leyes son mandamientos que deben cumplirse a rajatablas, nuestros vecinos, compañeros de cardumen, entienden que son solo meros enunciados puestos a su sabia consideración y que ellos gozan de la prerrogativa exclusiva de su acatamiento.

Nuestros estimados vecinos ignora que estas leyes son el importantísimo factor de ordenamiento que hace posible que una sociedad que se precie de civilizada pueda convivir tolerándose unos a otros en paz y armonía.

En definitiva, si bien somos pescados, lo somos de una rara variedad de dudosa intelectualidad, ya que en nuestro exacerbado individualismo desechamos nuestra capacidad de ordenarnos convirtiendo el cardumen en una masa no solo amorfa sino tan divisible como individuos lo componen.

Esta última característica nos ubica en un escalón por debajo, incluso, de la hormiga.

Lo cierto es que vivimos tan entretenidos en una constante puja por ubicarnos en el palo superior del gallinero universal, pretendiendo poder cagar al de abajo, que en nuestra soberbia no nos percatamos que desde los palos de arriba se ríen de nosotros.

En este tragicómico escenario, nuestro individualismo hace que todos queramos ser caciques, lo cual no representa un problema por si solo, sino que provoca que nadie quiera ser indio, convirtiendo la anarquía en un absoluto caos.

Uno de los síntoma de esto es eso de que todos quieren ser empresarios, todos pretenden mandar y nadie acepta obedecer, por lo tanto, nadie trabaja, y donde nadie trabaja se cae el sistema desmoronando hasta los mismos palos del gallinero universal.

Anarquía y caos en el umbral de la barbarie misma.

Entonces, aunque no lo parezca, el problema está claro, el problema es asumir el problema, pero el problema es que nadie se hace cargo y le echan la culpa al chancho, cuando la culpa no es del chancho sino del que le da de comer.

O sea, está claro el desorden, la anarquía, el caos y la potencial barbarie, a veces materializada y expuesta por los medios de prensa, solo falta que la sociedad asuma su dolencia y se haga cargo de la misma.

Está claro, también, que todo esto se origina a partir de que la sociedad, desde décadas atrás, ha sido sometida a un continuo proceso de degradación en el cual se le han socavado las bases de la educación, alterando su escala de valores y debilitando el marco legal, promoviendo la intolerancia y haciendo cada vez más difícil la convivencia.

Pero también está claro que la voluntad política de ordenar no va a surgir espontáneamente de quienes se enriquecen a partir de esta situación, y no nos referimos al gobierno de turno, mero alfil funcional a intereses mayores, sino a todo el concierto de poder que explota la situación actual, esa suerte de ejército anónimo de jinetes apocalípticos sin cara cuyo único interés es su inescrupuloso beneficio material.

Por lo tanto, la solución a todo este embrollo debe surgir del mismo seno de la sociedad y no de los gobiernos de turno, debe surgir de sus sectores intelectuales y civilmente responsables, quienes deberán marcar el rumbo hacia donde deberán confluir todas las exigencias y voluntades de la sociedad.

Como primera medida para restablecer el orden es la imposición estricta de las leyes vigentes, marcando la cancha y poniendo a los delincuentes de un lado y a los ciudadanos modelos del otro, por más desparejo que parezca el partido en su inicio.

Para esto, es preciso comenzar a llamar las cosas por su nombre, y, de acuerdo al significado etimológico de ese adjetivo calificativo, delincuente es aquel que delinque, aquel que viola la ley, sea de forma dolosa o culposa.

De acuerdo a esto, nuestra sociedad, aquel desacreditado cardumen del que hablamos al principio, debe dividirse entre ciudadanos y delincuentes, sin zonas grises, sin atenuantes, dividirse con una frontera que no admita intermedios ni ponderaciones.

De este modo recuperaremos una sensación perdida hace muchos años: la sensación de justicia, una sensación que va más allá de la inseguridad coyuntural que pueda existir, sea esta social, económica o cultural.

Reinstaurando el marco legal repondremos el orden, y a partir del orden recuperamos la tolerancia y volvemos a la buena y cordial convivencia.

Reinstalando el sistema tal cual está diseñado, comenzaremos a rescatar la antigua escala de valores, se empezará a erradicar esa angustia social que inconscientemente nos desvela, y se restablecerá un balance energético de la sociedad que sea favorable para que cada uno reconozca su identidad, asuma su rol y encauce el merecido desarrollo social.

El desafío es salir de este remolino que nos va tragando mientras nos enclaustramos en nuestra angustia y encausarnos hacia ese desarrollo en comunión.

Y esto solo depende de nosotros, de nuestra decisión, y de las pelotas que pongamos si asumimos este desafío.

En definitiva, la pelota está de este lado de la cancha, la tenemos los buenos, bajo nuestro pie está el partido y el futuro, de nosotros depende.

Norman Robson para Gualeguay21

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