4 octubre, 2024 5:52 pm
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Cuando el presente destruye cualquier futuro y todo cuesta el doble

Una primera acepción del término “vergüenza” refiere una pérdida de dignidad y un sentimiento de humillación, y eso tiene que ver con la angustia que siento hoy por las realidades que vivimos. A cada rato siento que los dirigentes de este país me roban un pedazo de dignidad, y, a cada rato, también, me siento humillado por su escandalosa y alevosa conducta. Solo me basta prender la televisión en algún canal de información, o visitar algún portal de noticias, para sentir una profunda y angustiante vergüenza, la cual solo puedo interrumpir con algo de sana envidia.

Arranco mi día con un café y haciendo zapping desde mi cama. La realidad me muestra una hermosa mesa, larga y de estilo, bien lustrada, sobre la cual funcionarios nacionales, todos de onerosos salarios, pero que no entraron en el avión presidencial a USA, debaten sobre los mecanismos a aplicar para garantizarle a la sociedad el acceso a las figuritas del mundial de fútbol de Qatar. Mientras miro eso, boquiabierto, algo comienza a arder en mi estómago, y un peso se instala en mi pecho. Aunque es muy temprano, es la vergüenza que me angustia.

No puedo dejar esa noticia y cambio de canal. Un abuelo de 85 años camina por la ciudad ofreciendo a la venta encendedores y pañuelos. Es vendedor ambulante para poder comer. En la pantalla alguien se conmueve y conversa con él, y el anciano se quiebra en llanto. El abuelo recibe dos mil pesos, pero todavía le queda dignidad, y quiere dejarle unos encendedores. Mis ojos se humedecen, el ardor crece algo más en mi estómago, y aumenta el peso en mi pecho. Es la vergüenza que me angustia.

Sin dudar, cambio de canal, y un diputado nacional, sentado en su banca, y envuelto en un carísimo traje oscuro, pero sin corbata, propone declarar a un pueblo bonaerense como capital nacional del jamón crudo. Lo imagino de cuerpo entero calzando zapatillas blancas. Vuelvo a cambiar. Un especialista explica detalladamente cómo impacta la inflación, que ya roza el cien porciento anual, en la pobreza, que ya alcanza a uno de cada dos argentinos. El ardor de mi estómago y el peso en el pecho se funden en un solo malestar, mientras se me cierra la garganta. Es la vergüenza que me angustia.

Cambio de nuevo. El avión presidencial carretea para despegar cargado de funcionarios públicos prendidos del traje del presidente solo para conocer Nueva York. Nadie puede justificar el viaje de doscientos funcionarios y asesores. Cambio otra vez. En la tele debaten sobre la tragicómica banda de los copitos y su frustrado magnicidio. Cambio. Un abogado mediático pretende querellar a un caricaturista por satirizar la realidad. Cambio. Un video de seguridad muestra un motochorro arrastrando a una vieja de su cartera. No aguanto más mi malestar.

Tan indignado como descompuesto, vuelvo a cambiar, y me acuesto. ¿Para qué levantarme? Es un canal extranjero. Sir David Beckham, uno de los más populares astros del fútbol inglés, lleva doce horas haciendo cola para despedir a su reina. No una, ni dos. Doce. Pienso en el ejemplo de respeto que deja el jugador. Sonrío al imaginar a algún ídolo criollo colándose al congreso para sacarse una selfie en el velorio de algún mandatario. Mi estómago y mi pecho se relajan, pero mi cuerpo está cansado.

Quiero taparme y dormir, pero me levanto y enfrento mi día, aunque no sé porqué, ni, mucho menos, sé para qué. O sí: Para no sentirme culpable, ni cómplice, aunque no sé si lo logro 

Norman Robson para Gualeguay21

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