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17 junio, 2025 5:31 am
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Día de la Policía: Reflexiones oportunas sobre el presente y pasado de la fuerza

“Allá lejos y hace tiempo”, conocí un vigilante, de impecable azul, que se paraba en una esquina de mi barrio. Recuerdo salir corriendo de casa con otros amigos, riendo a los gritos, y, al verlo, congelarnos en el aire para caminar, circunspectos y en silencio, hasta dejarlo lejos, y volver a nuestra infantil algarabía. Sí, era miedo, pero era respeto. Aquello fue en los sesentas. Hoy, aquel agente mutó en un servidor público, como el maestro y el juez, pero, a diferencia de éstos, degradado por sucesivos desaciertos políticos. La necesidad de reivindicarlo.

Hoy, la presencia estatal como garantía de seguridad no es más aquel vigilante de la esquina, sino que, aunque aún conserva el azul, se trata de un funcionario público, más alejado de la gente, que pasa en un patrullero o está atrincherado en una garita. Un servidor público que, salvo en el caso extremo de un hecho delictivo, no tiene contacto con la gente a la que debe servir. Un agente que ya no está en el barrio.

En el medio siglo que separan a aquel vigilante del policía moderno, estos servidores públicos sufrieron de todo. Primero, la subversión de los setentas los diezmó, y, luego, las dictaduras los utilizaron para reprimir. Así, diezmados y desacreditados, y siempre mal pagos, la democracia les pasó factura y los condenó a la antipatía del pueblo. Por último, el populismo, con los derechos sin obligaciones, el garantismo zaffaroniano, y el desprecio propio del resentimiento, terminó discapacitándolos.

Todo esto frente a un crecimiento exponencial de la inseguridad, de la mano de la droga, de la pobreza y de la propia violencia social. 

Pruebas de todo esto es la muerte de Maribel Nélida Zalazar, la oficial de la Policía asesinada a tiros mientras prestaba servicio en la estación de Retiro, al igual que la ridícula discusión sobre si las Taser sirven o no cuando son utilizadas en todo el mundo, o los paupérrimos salarios de todos los escalafones, o las indignas condiciones laborales en que deben trabajar los funcionarios, a quienes se les prohíbe agremiarse en un sindicato. 

De ese modo, uno de los roles más importantes para la sociedad fue vapuleado necia, irresponsable y sistemáticamente por el propio Estado a lo largo de cinco décadas, ante los ojos cómplices de una sociedad que cree que el orden ya no es necesario, pero llora la inseguridad. 

Hoy, indefensos y malpagos, estos servidores públicos deben enfrentar la nueva realidad en inferioridad de condiciones. Deben detener niños armados y desquiciados por la droga. Deben conciliar bataolas barriales entre bandas, las que, al verlos, se unen para enfrentarlos a piedrazos. Deben tolerar los agravios de cualquier infraccionado en la vía pública. Deben apaciguar la violencia constante que impera en este presente tan convulsionado y desmadrado. 

Actúen como actúen, resulte como resulte lo actuado, la Policía siempre cargará con la culpa de las leyes mal hechas, o insuficientes, o discontinuadas; del pésimo accionar de la Justicia, a la cual poco le importan las consecuencias de sus decisiones; y de la incompetencia de las instituciones públicas que deben velar por la niñez, el género y la familia.

Pero lo peor de todo esto es que estos impotentes custodios de nuestra paz y tranquilidad deben hacer todo esto con sueldos y presupuestos de miseria, sin recursos, ni equipamiento, ni insumos, solo con lo mínimo indispensable, despreciados por el Estado y rechazados por la sociedad. En esas condiciones, estos agentes del orden deben salir a la calle, y, si les toca enfrentar un delito, elegir entre un sumario y la pérdida del trabajo, y una bala en la frente.

Si hoy volviera a ser gurí y, en mi barrio, me tocara salir de casa corriendo y saltando, riendo y gritando, con unos amigos, y en la esquina hubiese un funcionario policial, vestido de azul, ni siquiera lo vería.

Hoy es el aniversario de la Policia de Entre Ríos, un momento oportuno para que la sociedad entrerriana reflexione sobre la realidad de esa fuerza y de quienes la sostienen, sobre su infraestructura, sobre su formación y capacitación, sobre sus condiciones laborales, sobre sus recursos y salarios, etcétera, etcétera. No alcanza con una foto sonriente o unas palabras bonitas solo un 6 de marzo.

Norman Robson para Gualeguay21