Día del Periodismo: La importancia de saber bien qué se dice y quiénes lo dicen
Se viene el día del periodista y, detrás, se vienen tiempos que ya se anuncian muy complicados, en los cuales las certezas de saber y conocer pueden significar nuestra supervivencia. En esta era de la información y el conocimiento, y de la proliferación de redes y medios para propiciarla, es más importante que nunca saber muy bien qué se dice y conocer a quiénes lo dicen. Interpretar bien la información que encontramos, teniendo bien en cuenta la fuente de esa información, se torna vital para enfrentar los tiempos de crisis que se avecinan.
Es como cuando compramos algo que queremos que sea bueno, sea una torta, un traje, o un peinado, sea un producto o un servicio. En esas ocasiones elegimos siempre aquello hecho por los que saben, quienes, generalmente, saben porque se dedican a eso, viven de eso, y son reconocidos por eso. Es lo mismo cuando compramos información: si queremos que sea buena, debemos asegurarnos que venga de quienes saben, que saben porque se dedican a eso, viven de eso, y son reconocidos por eso.
Lamentablemente, en el universo digital de hoy, donde todos tenemos voz, es un error demasiado común creer que todas las voces son igualmente válidas y creíbles. Hoy, todos hablamos, pero no todos sabemos de lo que hablamos, ni todos decimos lo que debemos decir, ni todos tenemos los mismos intereses.
Sin lugar a dudas, un gran universo de voces enriquece a nuestra sociedad, pero toda esa riqueza la perdemos cuando creemos que cada voz es una verdad. La verdad es una sola, solo la opinión sobre la verdad puede diferir, y ese sí es un derecho que no está en discusión. Por desgracia, el falso concepto de que hay infinitas verdades solo sirvió para confundir a la sociedad y hacer que ésta pierda de vista la única verdad, que es la realidad. Por ejemplo, podemos opinar que el día es lindo, feo, soñado o de terror, pero la verdad es una sola, y es indiscutible: es de día.
Hoy, la maldad y la mentira son las de siempre, lo que pasa es que a los malos y a los mentirosos ahora les dimos Facebook, Twitter, Instagram, etcétera, y, a ese escenario, se sumaron los comentadores improvisados, esos que se suben a la información seria, pocas veces para enriquecerla, y muchas veces para bastardearla y distorcionarla. Con ese revoltijo de chismes, cuentos, figuretismos e intereses oscuros, convivimos los pocos que producimos y compartimos información genuina y honesta fruto de nuestro esfuerzo y dedicación.
Es que lo nuestro es buscar, encontrar y compartir información, y lo hacemos con integridad, responsabilidad y compromiso. Ese es nuestro rol en la sociedad, al cual destinamos nuestras muchas horas y nuestros muchos días, sin sábados, ni domingos, ni feriados. Es que ese es nuestro laburo, y es así como, a lo largo del tiempo, hemos construido nuestro principal capital de trabajo: nuestra credibilidad.
Entre tantos haters y fakers, tantos simuladores e improvisados, a los codazos, los comunicadores de oficio luchamos por distinguirnos del chusmerío, y por no caer en el barro de la prebenda, ni del funcionalismo, ni, mucho menos, del vedetismo, preservando nuestra única misión: que la sociedad conozca la realidad en toda su dimensión, para que, con ese conocimiento, pueda defenderse y crecer.
Es por eso que es cada vez más necesario que el público en general sepa que cada voz, para ser creíble, debe contar con fundamentos que la acrediten y avalen, debe ser una fuente bien identificada, que se haga cargo de lo que dice, comprometiendo su credibilidad en cada dicho. Eso es lo único que distinguirá a la voz veraz entre toda esa masa inmensa de voces.
Precisamente, esa credibilidad es la que debe distinguirnos entre todo el universo de publicadores y comentadores seriales, y es la que debería evitar que se confunda nuestra información con los chismes y demás. Al mismo tiempo, esa credibilidad es la que nos protege de esos ataques que intentan en vano difamarnos, desprestigiarnos, y desacreditarnos tiñendo nuestro producto de subjetivo, tendencioso, o, simplemente, falso.
Afortunadamente, en abril de este año, la Justicia resolvió la demanda de un ciudadano contra otro que lo había injuriado en Facebook publicando que era el autor de un delito. Al no existir pruebas de ello, fue condenado a reparar económicamente el daño ocasionado. Ese fallo es ejemplar y comienza a traer justicia a un ámbito hasta ahora impune, pero la verdadera justicia llegará cuando cada uno distinga la realidad entre tanto humo.
Hoy todos son bienvenidos a sumar su pluma, su micrófono o su imagen al concierto de la información, pero sí es un requisito indispensable que lo hagan invirtiendo tiempo, esfuerzo, integridad, responsabilidad y compromiso, ya que, para decir, hay que saber, y, para saber, hay que estar, andar, preguntar, escuchar, volver, insistir, mirar, leer, revisar y volver otra vez, hasta estar seguros de que lo que digamos sea cierto, útil y no lastimemos gratuitamente a nadie. Sino, es chisme, y ése no es nuestro negocio.
Norman Robson
Director de Gualeguay21