20 mayo, 2025 5:12 pm
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El adoctrinamiento en los medios y en las escuelas • Cuándo es y cuándo no

Quienes desempeñan la tarea de producir y transmitir conocimiento, como docentes y periodistas, unos frente al aula como los otros frente a una cámara, un micrófono o un teclado, lo hacen desarrollando contenidos con su impronta personal para compartirlos cada uno con su clase o audiencia. En esta tarea, es natural que la pasión traicione y alguna subjetividad influya en los conocimientos transmitidos. Ahora bien, la cuestión es saber cuándo se trata de ser vicio inocente, y cuándo responde a una estrategia de adoctrinamiento.

Según la Real Academia Española, adoctrinar es inculcar a alguien determinadas ideologías o creencias, e inculcar es infundir con fuerza en alguien una idea, un concepto, o una visión. Dicho de otra forma, adoctrinamiento es cuando alguien, con cierto grado de influencia sobre un grupo de personas, sea una audiencia o un aula, aprovecha ese poder para formar en ese grupo ideas, conceptos y visiones sobre un tema determinado. Sin dudas, se trata de un acto intencional.

Ahora bien, cualquier ser humano, lo haga o no público, cultiva una forma de pensar, y tiene una visión particular de la realidad. Por esta razón, cualquier persona, aunque pretenda ser objetiva y ponga todo su empeño en ello, a la hora de compartir cualquier conocimiento, lo hará acompañándolo con algo de su forma de pensar y de su visión, en especial si lo hace de forma apasionada. Sin dudas, se trata de un acto inconsciente.

Como en ambos casos se debe inculcar información lisa y llana, para que cada uno construya sus propias ideologías o creencias según sus propias ideas, conceptos y visiones, tanto del lado de los medios como de las escuelas se deben tomar los recaudos pertinentes para proteger ese objetivo. Para ello, se debe corregir cuándo se trata de una acción inconsciente e inocente, y denunciar cuándo se trata de  algo sistemático e intencional, ya que se trataría de un caso de adoctrinamiento.

Si bien es cierto que el adoctrinamiento, como práctica tendenciosa, puede encontrarse en los medios con más frecuencia que en las aulas, en éstas últimas es mucho más dañino, por lo cual es absolutamente reprobable, y debe ser evitado, ya que significa un atentado contra el derecho de los niños a una educación sana y libre de tendencias. Por el otro lado, en el caso de los mayores, aunque atenta contra la libertad de pensamiento, se trata de seres más formados que deberían saber protegerse de ésto.

Para protegernos, y proteger a los nuestros, de éstas prácticas, se deben tomar medidas preventivas en ambos extremos de la misma: donde nace el contenido y donde se recibe. En ambas actividades hay una autoridad: la dirección del medio de prensa y la dirección de la escuela en el origen, y los mayores en sus hogares. En origen, los responsables son los que deben monitorear las transmisiones de contenidos de forma de garantizar que las formas de pensar y visiones particulares de quienes los transmiten no los contamine.

En el otro extremo, en los hogares, son los mayores los que deben supervisar tanto lo que ellos mismos reciben por los medios de comunicación, como lo que reciben sus niños en la escuela. Por desgracia, para que esto funcione, los mayores deben estar preparados, o formados, para comprender el tenor de los contenidos, sea que provengan de los medios, o sea que estén en las carpetas o cuadernos de los chicos. De igual modo, es importante, también, que los mayores se fijen bien a quien acreditan o legítiman como transmisor de contenidos, sea periodista o docente.

Cuando esto no es así, unos y otros se convierten en influenciables por cualquier tipo de adoctrinamiento, haciéndolos vulnerables a la manipulación política de los poderes de turno. Sin lugar a dudas, la educación de los mayores es determinante en todo esto, ya que el conocimiento permite a los individuos protegerse de todo esto.

Por lo tanto, debemos saber dudar de la información que recibimos, así como sabemos dudar de los alimentos que consumimos o que damos a consumir a nuestros hijos. Verificamos vencimientos, miramos, olemos, probamos, y después recién comemos. Lo mismo debemos hacer con los contenidos que incorporamos nosotros o que permitimos que incorporen en los más chicos. Y, cuando algo no conforma, o despierta sospecha, se debe actuar con la debida seriedad.

Norman Robson para Gualeguay21