21 abril, 2025 5:09 am
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El amor de Ña Carmen

Carmen no se dejaba ver triste. No se lo permitía. Por coqueta, pero también por luchadora, por estar siempre cargada de energía, con ganas de hacer cosas, de mirar para adelante y no errar el rumbo. El dolor la atravesó de muy joven, cuando a fines del ’76 le avisaron de la desaparición de Eduardo, en Rosario y pasó la peor Navidad de su vida. Pero no se quedó de brazos cruzados. Fue la primera de la familia en reclamar por verdad y justicia, golpeando puertas o reuniéndose clandestinamente en la Parroquia del Carmen, en aquellos inicios de ese peregrinar valiente de las madres del dolor por hechos de la dictadura en Entre Ríos, que tanta enseñanza dejó.

Sabía, como Amanda Mayor, Clara Fink o Elba Goiburú, que tenían a no pocos agentes civiles de inteligencia desplegados tras sus movimientos, cada día en que se reunían en ese lugarcito asignado por el cura Metz y que se enfrentaban a los tentáculos del poder militar, en plena dictadura, pero no les importó. Esas ausencias, esas faltas de respuestas a tanto sufrimiento, ese mirar para otro lado de tanta gente en Paraná, que repetía el perverso “por alto será”, eran motivo suficiente para luchar en silencio. Había que reclamar por los hijos, pero también velar por la suerte de los muchachos detenidos y desaparecidos. Contener a familiares, batallar con la angustia y conseguir dinero para que no pocos pudieran viajar a las cárceles del país a ver a sus hijos. Era una tarea titánica y nadie se los iba a reconocer. Pero lo hicieron.

 

Carmen, al igual que sus amigas del dolor, nunca bajaron los brazos. Siguieron hasta el final. Trasladaron esa enseñanza militante por la verdad a hijos, nietos, amigos y fue un legado maravilloso. Nada hubiera avanzado sin el esfuerzo de ellas, que un día determinado dejaron de bailar solas –como decía Sting-, porque otros fueron siguiendo sus pasos y ya no era necesario tanto esfuerzo.

Carmen hacía un tiempo se había ido vaya a saber dónde. La enfermedad le fue ganando al cuerpo y la mente. Alcanzó a ver el crecimiento político y el reconocimiento de Guillermo en el Registro de la verdad. Disfrutó con esa alegría y esas lágrimas de emoción el aplauso merecido a Gustavo en diferentes partes del mundo, por esa muestra maravillosa y contundente, que fue como un sello distintivo de la lucha de toda una vida.

 

Ña Carmen se fue en silencio. Sin saber ni ver entre rejas a los autores de la desaparición de Eduardo, pero con la tranquilidad de que las cosas no se hicieron en vano y que la justicia siempre llega. El amor, la enseñanza, la paz, la lucha transmitida por Carmen tuvo y tiene continuidad. Seguramente andará caminando, de la mano con Eduardo, con Felipe a su lado, en algún punto imaginario y disfrutando de su legado en la tierra.

 

Carmen, descansa en paz.

 

Daniel Enz para Análisis Digital

 

 

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