El desafío del turismo cinegético en la Argentina
A diferencia del resto del mundo, la Argentina sufre un fundamentalismo ambiental que en nada atiende las reales necesidades de la naturaleza, pero que ha convencido a la sociedad local de que solo así se defiende al mundo y su ambiente. Convencer de que la realidad ambiental actual exige otras cuestiones, y que lo realmente importante es la sustentabilidad de las actividades económicas, es el verdadero desafío de la actividad cinegética,y de la sociedad en general.
El ambientalismo local cree que no hay que alterar la naturaleza, cuando desde la primera revolución industrial se la viene alterando. Hoy hay cemento en lugar de pasto, hay humo en lugar de aire, hay deforestación, etcétera, etcétera. En síntesis, hay contaminación en todos los niveles. O sea que se trata de un nuevo mundo.
Un nuevo mundo donde, desde un principio, se explota la naturaleza para mejorar la calidad de vida de la gente. Un mundo donde las personas queman petróleo para transportarse o calentarse, donde se siembra la tierra para comer pan, donde se desforesta para escribir cartas y envolver regalos, donde se malgasta el agua para nadar cada uno en su casa, donde los animales se faenan de forma masiva para comer su carne, etcétera, etcétera.
Es que el hombre, desde el principio de la Humanidad, aprendió a servirse de la naturaleza de todo aquello que puede mejorar su calidad de vida. Así aprendió a hacer fuego, a tallar la piedra, a hacer ruedas, a talar arboles, a sembrar semillas, y a cazar para comer y vestirse. Pero el hombre creció en cantidad, superpobló el planeta, de toldos de cuero pasó a vivir en rascacielos de concreto, y todo se convirtió en recursos naturales para la producción masiva de bienes, alterando aquel sistema primario.
Hoy, se trata de un mundo muy distinto de aquel natural, un mundo que, guste o no, está regido por las distintas economías, todas diseñadas para darle comodidades a la gente. Un mundo donde los reinos animal, vegetal y mineral han cargado con toda esta evolución, viendo sensiblemente alterados todos sus entornos. Un mundo donde estos reinos se han convertido en recursos naturales al servicio del hombre. De allí la importancia de su sustentabilidad.
Para facilitar la comprensión de lo expuesto, vale recordar que, en aquel mundo antiguo, las semillas se sembraban de a una, las ovejas se carneaban de a una, las vacas se ordeñaban de a una, los árboles se talaban de a uno, los granos se cosechaban de a uno, y los animales silvestres o salvajes se cazaban y comían de a uno.
Hoy, las sembradoras siembran miles de hectáreas en un día, las ovejas se faenan por miles en horas, las vacas se ordeñan de a cientos a la vez, y los árboles se talan con topadoras, pero los animales aún se siguen cazando de a uno, ya que las carnes domésticas han reemplazado a las otras.
De este modo, la evolución del mundo alteró, con la extracción descontrolada, la realidad de los universos animales, vegetales y minerales, mientras que solo se mantienen aquellas realidades sujetas a políticas públicas que garanticen la sustentabilidad. Un ejemplo de esto es que, mientras en América del Norte se ven diezmadas la mayoría de las especies de aves, los anátidos (patos) han crecido un 30 porciento, solo por ser considerados como recurso natural dentro de las políticas públicas de los Estados.
Claro está que ningún país, ni ningún juez en su sano juicio, puede considerar a alguno de estos recursos naturales como sujetos de derecho. De hacerlo, rápidamente, por ejemplo, se prohibiría cualquier tipo de caza, y los veganos exigirían que no se faenen más vacas, ni ovejas, ni cerdos, y, sin más tardar, los ambientalistas exigirán que la soja, forma de vida vegetal, junto a otras especies de plantas, también sean consideradas sujetos de derecho. Y el mundo colapsaría.
Más allá de eso, lo cierto es que nadie quitaría de la pirámide alimenticia la carne, la leche, la miel, etcétera, elementos indispensables de la dieta humana. En síntesis, desde la prehistoria, hasta hoy, el ser humano mata animales y vegetales para comer. Antes, cuando éstos eran menos, lo hacían con herramientas rústicas, más tarde, con armas de fuego y cuchillas, y, hoy, en cadenas de producción masiva.
En este contexto, la caza y la pesca responden a la lógica de la evolución expuesta, siempre y cuando se practiquen de forma estrictamente sustentable. O sea que se proteja la abundancia de todas las especies, la abundancia del recurso. Por eso se prohibe la pesca masiva con redes y se promueve la pesca con devolución, y, por eso, se protegen a las especies en vías de extinción, al igual que se protegen los montes nativos, todo a través de políticas públicas comprometidas con el ambiente.
En otras palabras, hoy se sigue matando para comer, sea de forma directa, alimentándose de la pieza matada, o de forma indirecta, a través de una actividad económica que genera los recursos que permita a sus eslabones comer otra cosa.
Esta visión real del mundo moderno es fundamental para que la sociedad argentina acepte la actividad sinegética, y, para que ello ocurra, es preciso demostrarle la confiabilidad de los actores involucrados, la sustentabilidad de la actividad, y los beneficios que ésta genera.
Con este objeto, es preciso convencer a la comunidad de la calidad científica y profesional de quienes elaboran la información sobre las poblaciones, calculan sus abundancias, y establecen los márgenes de extracción tolerables, aspecto fundamental para garantizar la sustentabilidad de los recursos.
Del mismo modo, es importante que la gente no tenga dudas sobre la idoneidad y responsabilidad de quienes, desde el Estado, determinan las políticas públicas, al igual que lo son la efectividad y eficiencia de los controles que debe realizar el gobierno bajo la supervisión de la sociedad civil.
Por último, con el objeto de que la sociedad pueda confiar en la sustentabilidad de los recursos, ésta debe comprender la importancia de las abundancias para todos los actores involucrados, visualizando, en toda su dimensión, cómo y cuánto impacta la actividad, social y económicamente, en toda la sociedad.
En síntesis, el desafío de la actividad cinegética argentina es convencer a su sociedad de que los primeros interesados en preservar el recurso son los mismos actores, pero que, igualmente, como sobre seguro, los científicos acreditados por su trayectoria y el prestigio de sus instituciones establecen los parámetros de las garantías, los gobiernos traducen esos parámetros en normas de práctica, y, en conjunto con la sociedad civil, se ocupan de fiscalizar su cumplimiento.
Solo así la actividad podrá desarrollarse en paz con el beneplácito de su sociedad.
Norman Robson para Gualeguay21