El fundamentalismo no marca el buen camino
Para determinar que el fundamentalismo no marca el buen camino debemos acordar, primeramente, que entendemos por fundamentalismo.
Al cabo de consultar distintas fuentes, se puede resumir que el fundamentalismo es esa actitud de extrema soberbia, rayana con el fanatismo o el extremismo, que rechaza variantes conceptuales aferrándose a una estricta rigidez intransigente.
En otras palabras, el fundamentalismo es la propiedad indiscutida de la verdad, y si no te gusta, o no estás de acuerdo, te descalifico.
El fundamentalismo vernáculo, el nuestro, se proyecta en nuestro ámbito ostentando una doctrina fundamentada en su pureza más rigurosa, aquella que lo distingue por sobre sus vecinos.
Hoy por hoy es fácil distinguir a nuestros exponentes fundamentalistas, tan fácil como encontrar las razones de nuestro estancamiento.
Un simple paneo a nuestra realidad socio política sería suficiente.
Y en ese ejercicio es triste ver a los otrora pensadores comprometidos, militantes devotos del buen y profundo análisis, siempre propensos al debate enriquecedor, caer hoy en el liviano criterio, en el fácil caratulado con cómodas o funcionales etiquetas.
En estos días me he chocado con esa faceta desafortunada del ser humano que lo hace fundamentalista, intolerante, y, por supuesto, inapto para la convivencia.
Mis vecinos erristas me tildan de vitulista, mis amigos vitulistas me imputan amistades jodoristas, mis colegas jodoristas me llaman radical, mis vínculos radicales destacan mi gorilismo, los gorilas me llaman zurdo, los ambientalistas me increpan por soychuista o quimiguayista, los empresarios se asustan de mi ambientalismo, los docentes me toman por urribarrista, los urribarristas por subversivo, los agnósticos me llaman chupasirio, la curia me sentencia por hereje…
¿Y qué?
¿Tan difícil es pensar distinto?
¿Tan intolerable es que otro piense distinto?
¿Tan difícil es contemplar el pensamiento del prójimo?
¿Tan difícil es ponderar las razones del otro?
Más allá de que las limitaciones de la idiotez ya me desborden, lo que sorprende y entristece es la poca altura que hay a la hora de pensar.
Solo la mera y llana práctica del pensamiento bastaría para salir de esta profunda mediocridad que se esconde en el fundamentalismo.
Es increíble que quienes ostentan responsabilidades importantísimas para la sociedad solo puedan echar mano del liviano descrédito de quienes piensan distinto para sostener sus gestiones.
Es increíble que no sean capaces de tomarse el trabajo de pensar y así enfrentar el debate que enriquecerá genuinamente su pensar y proceder.
Cuán exitosas y sustentables serían sus gestiones si estas partieran de un debate con tolerancia y en convivencia.
Cuanto mejor sería la calidad de vida de nuestros vecinos si sus dirigentes recobraran la decencia del pensamiento.
Si abandonaran la indecencia del fundamentalismo, del facilismo, del comodismo…
Una sociedad no puede marchar, ni crecer, si sus líderes viven promoviendo el continuo enfrentamiento.
Estimados, ustedes a quienes me refiero en este texto, es hora de dejar el comodismo estéril y la conveniencia espuria del fundamentalismo y dedicarse a la práctica seria del pensamiento.
Estimados, no hace falta pensar mucho para darse cuenta de que así no vamos a ningún lado.
Estimados, es cierto que el pensamiento invita al trabajo, y que el trabajo requiere tolerancia y exige convivencia, y que todo esto demanda compromiso, pero es el único camino cierto hacia el crecimiento en comunión.
Creo que todos, ustedes y nosotros, buscamos el buen camino, y, definitivamente, creo que el fundamentalismo no marca ese buen camino que todos buscamos y merecemos encontrar.
Norman Robson para Gualeguay21