El impacto de la pandemia en los más chicos
A partir de que el encierro fue la medida sanitaria mas efectiva para combatir la propagación del virus, la pandemia ha provocado una crisis global con alto impacto en múltiples aspectos de las condiciones de vida de las comunidades, en especial en los sectores más vulnerables, agravando los déficits preexistentes que ya afectaban el desarrollo y la calidad de vida de niños y adolescentes de nuestro país.
En este sentido, las observaciones y conclusiones de un trabajo realizado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina, con el aporte de profesionales de la UCA, del CONICET, del INTA y de la UBA, conocido semanas atrás, permiten apreciar un panorama detallado sobre la realidad que hoy sufren los niños y adolescentes de nuestros sectores más bajos.
Titulada “Nuevos retrocesos en las oportunidades de desarrollo de la infancia y adolescencia”, la investigación se interioriza en la realidad del impacto de la crisis sanitaria en el desarrollo infantil y adolescente, y describe cada uno de los aspectos que afectaban y afectan a ese universo.
El escenario
En los sectores de mayor pobreza, al quedar los convivientes confinados por más tiempo en sus hogares, en su mayoría de ingresos bajos e informales, los mayores se vieron imposibilitados de salir a trabajar y a entretenerse, pero fueron los más chicos los más afectados en sus derechos fundamentales.
Niños y adolescentes de todo el pais se vieron obligados a dejar de ir a la escuela, al comedor, y a practicar su deporte, mientras que, en sus hogares, en su mayoría precarios y sobrehabitados, se saturaron las estructuras de efluentes y servicios, crecieron los problemas de salud, y se generaron incomodidades, alentando así un aumento de los roces propios de la convivencia.
A este escenario propio de la creciente pobreza se sumaron los factores externos, como el clima, la economía y las medidas políticas, que impactaron en el interior del hogar generando intolerancia, violencia y altos niveles de estrés, los cuales afectaron directamente el desarrollo infantil, ya que, en ese espacio reducido, los más chicos debían educarse, jugar y descansar.
A partir de este trabajo del Observatorio de la UCA se visibilizan los déficits que alcanzaron a los más chicos, de los sectores más bajos, y que amenazan a criaturas de los estratos sociales inmediatamente superiores. Junto a la pobreza, aumentaron la precariedad, la desnutrición, la enfermedad, el abandono, la ignorancia, y la exclusión tecnológica, degradando drásticamente el desarrollo y la calidad de vida infantil y adolescente.
La pobreza
Un abordaje del impacto de la pandemia en la subsistencia de los más chicos advierte que la pobreza, en niños y adolescentes, tuvo un crecimiento sostenido desde 2011 hasta 2016, pero que se duplicó a partir de entonces, mientras que la indigencia, o pobreza extrema, registró una evolución más sostenida en el tiempo, disparándose recién entre 2018 y 2019.
Frente a este flagelo, el Estado dispuso sistemas de protección social, como la Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar, antes de la pandemia, y el Ingreso Familia de Emergencia, durante la misma, los cuales en algo sostuvieron el avance de la pobreza, pero, el año pasado, ésta volvió a crecer agravando la situación. En el último año, aumentó más en la franja de 5 a 17 años que en aquella de los más pequeños, lo cual se debe a la mencionada protección social a la primera infancia.
El déficit habitacional
Conforme se debieron quedar en casa, crecieron los peligros y las incomodidades propias de las carencias del hábitat. Ya desde antes de la pandemia, los deficits como el hacinamiento, la falta de servicios esenciales por falta de saneamiento y la precariedad de las viviendas afectaban sensiblemente la realidad de los sectores más comprometidos.
Estos déficits no solo eran muy elevados y afectavan de modo particular a las infancias más vulnerables, sino que se estancaron o crecieron a partir de la pandemia, potenciando los riesgos sanitarios y los peligros sociales, ya que se trata del espacio que debe contener en armonía a las familias.
Esto afectó a los más chicos tanto en su desempeño educativo como en su sociabilidad y desarrollo físico, intelectual y emocional.
El déficit alimentario
La inseguridad alimentaria, desde 2011, ha mantenido una tendencia sostenida al ascenso, razón por la cual se fue incrementando la asistencia alimentaria a través de los comedores escolares y barriales, alcanzando una importante cobertura en 2017. A partir de aquel año, a pesar de la asistencia, la inseguridad alimentaria fue creciendo, y se disparó con la pandemia al restringirse la atención en los comedores.
Quienes más sufrieron este déficit son los adolescentes de 13 a 17 años, algo menos en los niños entre 5 y 12 años, y mucho menos en los niños entre 0 y 4 años, protegidos por la Tarjeta Alimentar y la AUH. En este aspecto, también se advierte un especial deterioro de las infancias y una profundización significativa de la brecha de desigualdad social.
El déficit sanitario
En la Argentina, el sistema de salud es público, y, al 2017, accedían a éste apenas un 60 porciento de los niños y adolescentes, pero, a pesar de esto, siempre existió un déficit importante en los controles periódicos de salud, y, más aún, en los odontológicos, una carencia que se incrementó de modo exponencial durante la pandemia.
Del mismo modo, si bien el déficit de atención de la salud del niño sano se incrementó conforme la edad, y tuvo mayor incidencia entre aquellos en edad escolar, en apenas un año, se duplicó en la primera infancia. Una situación que no fue exclusiva de los estratos más bajos.
El déficit emocional
En niños de hasta 12 años, las carencias emocionales se aprecian, especialmente, en las costumbres, como tener que compartir una cama o colchón para dormir, en no poder festejar el cumpleaños, en no tener libros infantiles, o en no ser receptor de cuentos o historias orales, pero también en el régimen de disciplina y en la abstracción en pantallas, sea con dibujos en la tele o jueguitos en el celular.
Si bien la pandemia permitió una mayor disponibilidad de tiempo en los mayores, la estimulación a través de la palabra y la disponibilidad de libros infantiles aumentó su ausencia. Se estima que esto se debió a que la disponibilidad en el nuevo contexto fue absorbida, probablemente, por las actividades educativas. Una situación que tampoco fue exclusiva de los estratos más bajos.
Tampoco se limitaron a los sectores vulnerables los retos en voz alta, las penitencias y la violencia física, ya que a partir de contexto de encierro se incrementaron, obligando a los menores a experimentar situaciones de tensión que probablemente repercutieron en sus estilos de crianza.
Si bien las situaciones deficitarias para la socialización y la salud de los chicos ya eran preocupantes antes de la pandemia, el déficit de la actividad física se incrementó, a la par del comportamiento sedentario frente a pantallas de computadoras, celulares y televisores. Esto fue menos grave en los sectores bajos que en los más acomodados, no somo por el acceso a la tecnología, sino por el acceso a espacios públicos barriales fuera del control sanitario.
El déficit educativo
Aunque la desigualdad social ya existía en la educacion a partir de las diferencias cualitativas entre la escuela pública y la privada, con la pandemia esta desigualdad se profundizó, ya que las distintas plataformas, y la inexperiencia docente en ese entorno, no pudieron igualar el nivel y el ritmo de incorporación de experiencias y contenidos del sistema presencial.
La pérdida del ámbito escolar, y del contacto personal con los docentes, y, en su lugar, concentrar la enseñanza en contactos virtuales en el contexto hogareño, facilitaron la dispersión de los alumnos y degradaron cualquier posibilidad de aprendizaje.
Todo esto confabuló en significativas desigualdades sociales, con brechas que se estiman en casi 4 veces en la educación inicial, 8 veces en la primaria y 5 veces en la secundaria.
El déficit tecnológico
El acceso al servicio de internet y a equipamiento tecnológico era observado como una necesidad creciente que fue atendida con el programa Conectar Igualdad, pero que, con el tiempo, se fue perdiendo, hasta encontrar hoy que la mitad de los niños no tiene acceso a Internet ni una computadora en su casa.
Al llegar la pandemia, la conectividad y el equipamiento se convirtieron en esenciales, y en un déficit definitorio en el desarrollo de los niños y adolescentes que se encontraban en formación escolar, condicionando la posibilidad de aprendizaje al acceso a la tecnología.
Conclusión
El mayor impacto negativo de la pandemia lo sufrieron nuestros niños y adolescentes, el cual se suma al impacto negativo acumulado durante años de políticas indiferentes a sus necesidades, las cuales recién hoy se visibilizan parcialmente.
Norman Robson para Gualeguay21