El mundo, la educación y nosotros
Para el mundo, la educación es fundamental en el desarrollo humano, y así lo entendieron la mayoría de los países, en el marco de las Naciones Unidas, cuando, en 2015, suscribieron la Agenda 2030, ese conjunto de compromisos que garantizarían un crecimiento sostenido, inclusivo y sustentable de nuestras sociedades. En la Argentina, apenas pudimos hacer algo para conocer la situación educativa, pero, hoy, cuando más lo necesitábamos, lo suspendimos.
El mundo, no occidente y no oriente, no los capitalistas y no los socialistas, sino el mundo, reconoce la importancia del proceso educativo para poder alcanzar otros objetivos, como la reducción de la pobreza, el mejoramiento de la salud y el cuidado del ambiente, entre tantos otros, y propone universalizar la enseñanza primaria y secundaria, brindando a las alumnos la posibilidad de adquirir aprendizajes “efectivos y relevantes”.
En otras palabras, el mundo entiende, desde el 2015, o antes, que no basta con que las personas lleguen y “pasen” por la escuela, sino que es crucial que adquieran conocimientos y competencias esenciales para su desarrollo en el futuro.
A partir de este compromiso, muchos países invirtieron en conocer más sobre cuánto aprenden sus niños y adolescentes en su paso por el sistema educativo, y los resultados alcanzados, y avalados por UNICEF, el Banco Mundial y la UNESCO, entre otros, demostraron que el mundo enfrentaba, y aún enfrenta, desde mucho antes de la llegada de la pandemia, una crisis de aprendizajes severa, principalmente presente en los países de ingresos bajos y medios.
En la Argentina, al igual que en el resto de Latino América, al inicio de la pandemia, 5 de cada 10 niños no podían leer, ni entender un texto simple. En nuestro país, según datos del programa internacional para la Evaluación de Estudiantes, conocido como informe PISA, realizado en 2018, los adolescentes de 15 años del segmento poblacional más vulnerable que va a la escuela, en términos de conocimientos, tienen más de dos años de atraso respecto de aquellos de la misma edad del segmento de mayor nivel socioeconómico.
Y un día llegó la pandemia, y, al otro, 1.471 millones de estudiantes, de todos los niveles educativos, de 170 países, ya no podían participar de la educación de manera presencial. Datos de la UNESCO. De este modo, aquel problema que el mundo había reconocido en 2015 se veía agravado seriamente, y exigía de los gobiernos celeridad y efectividad para implementar nuevos sistemas que laceraban aún más sus sistemas educativos.
Sin embargo, estas respuestas no han podido diseñarse con un alcance y una calidad equivalente a la educación presencial, y hoy el mundo sabe que la educación a distancia y la virtualidad no pudieron reemplazar la presencialidad en las escuelas, menos todavía en aquellos lugares donde los cierres de establecimientos fueron los más extensos. Con tantos días de clases presenciales perdidos en 2020, los efectos adversos que se esperan son muy importantes. Por ejemplo, el cálculo del Banco Mundial dice que aquella estimación del 2015, en la que 5 de cada 10 adolescentes no alcanzaban el estándar mínimo en lectura y matemáticas, hoy sería de 7 de cada 10.
Como, por el momento, esta estimación no se ha podido corroborar con evaluaciones recientes, y no se puede saber, a ciencia cierta, el impacto sufrido en la educación en nuestro país, es importante, y urgente, evaluar el alcance de esta pérdida de aprendizajes, y, a partir de los resultados, diseñar las políticas públicas adecuadas para recuperar nuestra educación.
Si bien en la Argentina, este tipo de evaluaciones, se implementan desde 1993, se ha hecho bajo distintos nombres, de manera discontinuada, y con cambios en sus objetivos y metodologías, razón por la cual la información obtenida genera dificultades para el seguimiento de sus resultados y su aprovechamiento integral, mientras que las evaluaciones Aprender, iniciadas en 2016, buscan dar respuestas sobre el estado de los aprendizajes de estudiantes en todo el país, y detectar cuáles son los principales factores de contexto que explican esos resultados.
La última administración de estas pruebas se dio en 2019 y los resultados fueron publicados en 2020, con un análisis comprehensivo que buscó integrar la información proveniente de estas pruebas con otras fuentes que sirven para caracterizar el contexto de los estudiantes desde una perspectiva amplia. Pero, con la irrupción de la pandemia el año pasado, este programa se canceló y no se aplicó ninguno en su reemplazo.
Frente a esta situación, todos aquellos que saben de educación, y están comprometidos con ella, coinciden en que, este año, luego de un año de pandemia, conocer el estado de los aprendizajes de nuestros estudiantes, y en qué medida fueron afectados por la emergencia, es urgente, e impone la realización de una nueva evaluación cuyos resultados puedan compararse con el pasado. Esta valiosa información servirá para definir las medidas necesarias, en forma de políticas de estado, para recomponer la situación e imponer un rumbo adecuado, a la vez que deberá servir de guía, a cada docente, para ajustar la calidad de su servicio educativo, y ponerlo en valor.
Finalmente, vale destacar que, en nuestro país, a diferencia de países como Colombia, Guatemala, Honduras, Panamá y Uruguay, no se han desarrollado nuevas acciones, ni se han profundizado líneas de acción existentes, sino que, hoy, se debate si se realizan o no los programas existentes, como el Aprender, el cual hoy nos daría una idea de lo que está ocurriendo. En su defecto, abundan las excusas y promesas de otros programas mejores, a la vez que se politiza la realidad educativa, impidiendo cualquier vía de mejora.
Norman Robson para Gualeguay21