El relato: Génesis y apocalipsis de un recurso que condena a los argentinos
Desde que nuestra sociedad adoptó feliz la teoría de las mil verdades, e incorporó a su agenda todos sus derechos, pero sin las obligaciones, los argentinos hemos hecho del relato un culto. Se trata de esa versión de la realidad que, interpretada según la conveniencia de cada uno, y justificada con “oportunos” argumentos, nos sirve a cada uno para acomodarnos en nuestra historia. Pero el relato de uno siempre colisiona con el de otros, y, en especial, con la realidad, generando abundantes conflictos y un clima de violencia. Ese puede ser el origen de muchos de nuestros problemas.
Siendo que Génesis y Apocalipsis son los libros de la Biblia en los que se abordan el principio y futuro del mundo, y entendiendo por relato a la versión particular de la realidad, en este texto pretendemos analizar el uso de este recurso por parte de los argentinos, cómo surge, y hacia dónde nos lleva.
Para esto, vale recordar que, en la actualidad, y desde hace unos años, cada argentino tenemos nuestra verdad particular, individual, la cual debe ser aceptada y respetada por el resto de nuestro entorno. De igual modo, desde hace un tiempo, también, todos tenemos derecho a todo lo que nos conviene, y quien mejor para decidir qué es lo que nos conviene que cada uno de nosotros. Así es que adoptamos esto tanto en la política, como en el deporte y en todas y cada una de nuestras relaciones humanas.
Sin ir más lejos, basta ser parte de cualquier sobremesa o ronda de mate, entre amigos, familiares o compañeros, para apreciar cómo nos montamos en nuestro relato, en el cual no solo interpretamos arbitrariamente nuestra vida, sino que, también, y para validarlo, necesitamos interpretar nuestro entorno, y, así, la vida de quienes nos rodean.
Más allá de los elocuentes argumentos particulares que cada uno querramos esgrimir, podemos apreciar como cada uno de nuestros caprichosos y antojadizos relatos se va construyendo en base a excusas y culpas, justificando las consecuencias y definiendo nuestra responsabilidad en lo relatado. En esta interpretación de los hechos podremos ser ajenos, o exclusivos artífices, según lo que nos convenga.
Pero lo extraordinario de todo esto es la creatividad, velocidad, asiduidad y naturalidad con que los argentinos hacemos esto. Es casi fenomenal ver como en instantes recreamos un relato que nos ubica en nuestra zona de confort, libres de compromisos, y convertidos en casi víctimas inevitables, e injustas, de los avatares del universo. Tan es así que es común ver cómo algunos relatos conquistan corazones e, incluso, hacen que los demás nos sintamos culpables.
Ejemplos
Algunos vicios de nuestro folklore resultan simpáticos. Por ejemplo, todos hemos visto un mismo partido, y su desarrollo ha sido interpretado de formas diametralmente opuestas por unos y otros, según la simpatía o antipatía que tuviéramos por uno u otro equipo. Y hemos discutido a muerte su desarrollo aferrados cada uno a una interpretación única y particular que defienda nuestros colores. De igual modo, lo mismo pasa cuando interpretamos la realidad política que nos contiene, en la cual nos sentimos cómodos, o que nos conviene.
Por otro lado, todos conocemos, también, casos de parejas rotas después de años, o de relaciones laborales terminadas abruptamente, y hemos apreciado como aquella vida transcurrida juntos fue tan distinta para una y otra parte. Tan es así que los relatos de una y otra expareja, o de un ex empleado y su ex jefe, alcanzan a ser, curiosamente, diametralmente opuestos.
La cultura del relato
Ahora bien, tal es la adopción y naturalización de esta práctica, o vicio, y su incorporación inconsciente a nuestras costumbres, que ya se ha convertido en parte de nuestra cultura. El problema es que no todos nos encontramos cómodos en la misma posición, y, por ello, nuestros relatos siempre difieren unos de otros, razón por la cual, al entrar en contacto, entran en conflicto, y generan violencia.
Este roce constante entre las verdades y los derechos de unos y otros nos sumerge a todos en una crispación contínua de nuestras vidas. Los continuos conflictos que surgen en nuestra convivencia entre un relato y otro, entre una versión y otra, entre una “verdad” y otra, entre los derechos de unos y los de otros, ha llevado nuestra vida a un estado natural de conflicto con nuestro entorno, un clima constante de violencia.
Las consecuencias
En este contexto social y cultural ya naturalizado, vivimos continuamente distraidos más en la atención de nuestros conflictos que en cuestiones propias de nuestro desarrollo integral como personas o, en especial, como comunidad. Cabe comprender que las comunidades se componen por vínculos basados en lo común, los cuales se han visto alterados, sino degradados, a partir de los continuos roces.
Tan es así que los individuos vivimos en un estado de alerta continuo, reprimiendo nuestra naturalidad por miedo a algún conflicto. Nadie puede ser uno mismo sin tener que enfrentar la intolerancia del entorno.
Sin lugar a dudas, toda esta distracción de nuestras energías arruina cualquier convivencia armónica entre nosotros, neutraliza cualquier pretensión de desarrollo, y nos priva de cualquier posibilidad de una pacífica convivencia.
Conclusión
La génesis de la cultura del relato está en nosotros mismos, en nuestras concepciones de la verdad y de los derechos como argumentos de convivencia y desarrollo. La incapacidad de aceptar que la verdad es una sola, aunque nos incomode, y de entender que los derechos, junto con las obligaciones, son los que ordenan nuestra vida en común.
Es a partir de esta incapacidad de resolver y terminar con el roce eterno, con el interminable conflicto, y con la violencia resultante de todo esto, es que nos vemos condenados a un apocalipsis de postergación, de insatisfacción, de angustiante frustración, de fracaso. Un estado en el que esa comodidad que tanto buscamos se termina perdiendo.
Norman Robson para Gualeguay21