Exalumnos primarios homenajearon en vida a su maestra de campo
Fue a finales de los cincuenta, allá por el segundo distrito de Gualeguay. El cielo todavía estaba encapotado después de la lluvia que bañó la zona hasta la madrugada. Sin embargo, el sulky y los caballos descansaban afuera de la escuelita 14. Asistencia completa, indiferentes al barro de las angostas calles rurales. Adentro, en el aula, los gurises atienden en estricto silencio a la joven maestra. Recitan la tabla del dos. Más de sesenta años pasaron de aquellos días, y aquellos gurises, hoy curtidos por sus historias, rescatan aquel ejemplo de maestra. Qué mejor que homenajearla en vida.
En la mañana de hoy viernes, en el hall de la Departamental de Escuelas de Gualeguay, ex alumnos de la escuela 14 “Ciudad de Lima” y de la 17 “12 de Octubre”, ambas del Segundo Distrito de este departamento, homenajearon en vida a su adorada maestra de primer grado: María Haydée Gómez de Ferreccio, más conocida como Chichí. Algunos tienen más de 70 años, otros menos, pero tienen intactos los recuerdos de aquel entonces. Ella, con sus 91 años, también los recuerda, uno por uno. Al llegar, entre risas, advirtió a los presentes de que no había venido en el sulky.
La menuda mujer, de coqueto ambo gris, fue recibida por cada uno de sus exalumnos, y, seguramente, todos recordaron la misma escena: aquella joven docente recién recibida, de guardapolvos inmaculado, llegando a la escuela sobre su sulky, tirado por un brioso tordillo. A aquella escena se suman aquellos retrasados que, al verla, apuran el tranco de sus pingos viejos para ya estar en la fila, tomando distancia, cuando icen la bandera. “Aunque cayeran rayos de punta, la maestra Chichí no faltaba”, afirman orgullosos sus gurises de entonces, hoy adultos mayores.
“En tiempos de Chichí, todos andábamos derechito”, afirman, y agregan: “nos tenía cortitos”. Tiempos aquellos de rigor y penitencias, hoy reconocidos en este sentido homenaje, iniciativa de los propios exalumnos. También eran tiempos de diabluras sanas. “Me escondía en el baño y después soltaba los caballos a la calle”, confesó uno de sus gurises recordando algunas travesuras. Consultados sobre sí tenían novias, ellos se sonrojan, y confiesan que había gringas hermosas, “pero en ese entonces había vergüenza”, reconocen.
Por otro lado, algunas de sus gurisas de la escuela 17, aquella que le decían “la de Piaggio”, recordaron que, allá por los setentas, ella era la única docente, que les hacía de maestra, mamá y cocinera. Ellas no olvidan que en la única aula de aquella escuelita había dos pizarrones y, entre éstos, una ventana, sobre la cual la maestra Chichí colocaba un reloj despertador para recordar la hora de ir a prepararles la merienda. “Pobres de nosotros que nos portáramos mal mientras nos dejaba solos”, recuerdan entre risas. Preguntadas sobre cómo llegaban a la escuela, dos hermanas respondieron melancólicas, y a coro: “Chichí nos pasaba a buscar en el sulki”.
A su turno, uno de aquellos gurises le recordó a Chichí una poesía que recitó para un Día del Maestro, y la repitió, de memoria:
“En el tope del ranchito,
la bandera al flamear
santifica la enseñanza
que a este niño le darán.
Vuelve al campo buena maestra,
vuelve que haces falta allí,
labrando la dicha ajena,
y también serás feliz”.
Sin dudas, ella estaba feliz.
Esta maestra, casualmente nacida un 9 de julio,brincando dudas hizo Patria, así como hizo Sarmiento, quien dijo que es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos, y que las escuelas son la base de la civilización, o al igual que hizo Belgrano, quien dijo que el maestro de escuela tiene la tarea más importante de todas.
Norman Robson para Gualeguay21