Futbol: ¿La misión de los clubes es el éxito o la formación integral de sus jugadores?
Quienes pertenecen a la vieja escuela de clubes, en los que imperaba aquello de que “lo importante es competir”, y reinaba el “fair play”, creen que la misión formativa no puede sacrificarse. No se trata de ganar un partido o un campeonato, ni de éxito alguno, sino de preparar personas de bien para la vida. Pero ciertos hechos de los últimos días plantean dudas sobre esa misión: Por un lado, jugadores, con la camiseta de su club, se enfrentaron a piedrazos con hinchas contrarios a la salida de un partido, y, por otro, un defensor de las inferiores de un club recibió dos amarillas por faltas comunes y lo suspendieron por tres fechas. Un mensaje contradictorio que altera la misión.
Un par de semanas atrás, circularon por redes y medios videos de un par de jugadores, vestidos tal como habían jugado el partido, en la calle, a la salida de la cancha, lanzando piedras a hinchas del equipo contrario, al cual habían vencido legítimamente en el campo de juego. Esos videos circularon por todos los celulares del universo futbolístico gualeyo. Todos los jugadores de todas las inferiores de todos los clubes locales vieron el pésimo ejemplo.
No solo que estos jugadores no fueron castigados con pena alguna, sino que nadie reclamó públicamente que así se haga. “Estaban fuera de la cancha”, coincidieron todos. Ni siquiera la institución a la que representaban hizo algo al respecto. Según resulta de todo esto, la Liga Departamental de Fútbol, conformada por los propios clubes para ordenar y fiscalizar esa práctica deportiva, decidió no tener jurisdicción en esos ámbitos, aunque el espíritu deportivo y el concepto de fair play fueran violentados.
En contraposición a esta impunidad, el pasado fin de semana, a un jugador de séptima división, de apenas 12 años, le sacaron doble amarilla, la primera por “camisetear” a un contrario y la segunda por faltas reiteradas, y tuvo que irse a los vestuarios. A pesar de que este jovencito tenía una ficha impecable, sin antecedentes de juego violento o expulsiones por alguna otra causa, el Tribunal de Penas de la Liga Departamental de Fútbol le aplicó una suspensión de 3 fechas.
Este niño venía de una lesión de meses, y, tal vez, en la desesperación de no poder detener un ataque, en el fragor de una final, cometió unas faltas, pero que no revistieron violencia de ningún tipo. Al ser infraccionado, el jugador no reaccionó de mala forma a la decisión del árbitro, y sólo se mostró visiblemente dolido. Pero el nuevo Tribunal, de flamante composición, ha decidido ser duro, y, en todos los casos, decidió aplicar las máximas penas previstas, sin importar cuáles fueran los contextos, ni quienes los infractores.
Cabe recordar que necesario el fútbol de Gualeguay es amateur, razón por la cual un tribunal de disciplina, a la hora de aplicar penas, debe contemplar toda la realidad de una infracción, más aún si sus sanciones son inapelables, salvo que se presente un recurso de apelación ante el Consejo de la Federación de Fútbol provincial que para interponer el recurso cada club debe abonar 35 mil pesos, algo definitivamente excesivo y casi recaudatorio, para instituciones que deben vender pollos los domingos para sostenerse.
También es válido remarcar que, en los deportes, las faltas son parte del juego, son un recurso reconocido por la misma pena, y así deben ser castigadas en el marco de la competencia, mientras que las suspensiones son medidas punitivas y correctivas reservadas para desvíos o errores de conducta, como lo es la violencia, y no sé circunscriben solo a la cancha, sino que trasciende la misma a cualquier ámbito público en que el jugador esté como tal. A ese pequeño defensor, por romper las reglas, lo castigaron durante el juego al mandarlo a los vestuarios, no era necesario infligirle un castigo mayor, pues no se excedió más allá de lo previsto en el reglamento del juego.
Ahora bien, la cuestión que atiende esta nota es el mensaje que transmite a la sociedad en general, y a los niños y adolescentes en particular, la injusta impunidad de los mayores en franca consulta agresiva, y el exagerado e injusto castigo impuesto a un niño de 13 años por un par de faltas, no menores, sino comunes.
El mensaje que dejan estos casos es que la justicia no existe, que lo justo es secundario, que no importa lo que corresponde, sino solo lo conveniente, por un lado, mirando para otro lado ante una alevosa y flagrante conducta antideportiva, y, por el otro, en su afán de demostrar rigor, exagerando las penas de inocentes actitudes. Este tipo de contradicciones e inconsistencias, en los más chicos, desorienta, confunde, y altera, o derrumba, cualquier construcción de valores, aquella sagrada misión de los clubes, mientras que al chico castigado, en particular, lo desmoraliza, lo desincentiva, y le desdibuja todos sus objetivos, al grado de perder el sentido de su esfuerzo.
Sin lugar a dudas, algo no está bien y, con estas medidas, la misión de los clubes se estaría perdiendo, o, por lo menos, distorsionando, razón por la cual deberían ser revisadas. Fair play no solo significa respetar las reglas del juego, sino también, cumplir con lo que, generalmente, se entiende como espíritu del juego, y éste, de este modo, se va por la borda.
Norman Robson para Gualeguay21