Gladiadoras: mujeres adultas que le dan sentido a su vida corriendo largas distancias
En la sociedad moderna todavía sobreviven algunos estereotipos, tan es así que aún se impone la idea de que cuando los chicos ya son grandes, las mujeres deben dedicarse a algún arte, a los juegos de cartas, al yoga, o a cuidar nietos. Es por eso que llama la atención cuando alguna osada desafía esos prejuicios corriendo largas distancias. Desde hace un tiempo a esta parte, sorprende ver como estas mujeres se multiplican en distintos desafíos, más interesadas en llegar que en algún podio. De una charla con ellas se puede saber qué las motiva a correr, qué las impulsa al esfuerzo y al sacrificio, qué buscan, qué encuentran, y cómo eso las realiza o las hace felices.
Aún hoy, pleno siglo XXI, algunos siguen viendo extraño que mujeres adultas puedan seguir disfrutando de la adrenalina propia del desafío físico de algún sueño. Pero los prejuicios a ellas no las amilana, y resulta común, al cabo de cuanta competencia tiene lugar, ver grupos de mujeres celebrando felices su llegada, transpiradas, embarradas, doloridas, acalambradas, y desprovistas de todo glamour.
Las historias de Mónica, Marcela, María José y María Ángeles son ordinarias, las típicas de cualquier mujer y madre, solo podrían diferenciarse de otras por un mayor vínculo con su cuerpo, cultivado desde jóvenes. Precisamente, eso es lo que debe haber llevado a esta mujeres ya hechas, de entre 45 y 58 años, a asociarse con sus cuerpos para darle sentido a sus vidas corriendo.
Lo que es indiscutible es que encontraron su realización personal en sí mismas, en su propio cuerpo en comunión con su espíritu. Ellas descubrieron que los límites no están afuera, sino que están dentro de ellas, y superarlos es su desafío. Por eso las seduce el desafío de correr sin sucumbir al cansancio, ni al dolor, ni al miedo. Para ellas se trata de resistir, de desoír esa vacilación repentina y traicionera que invita al abandono, sin importar el sudor, el barro, los golpes, los raspones. Ellas son mujeres luchando contra sus propias condiciones, contra sí mismas, por eso son gladiadoras.
Pero esto no es calzarse la colorida indumentaria, las zapas fluo, que les pongan un numerito en el pecho, y salir a correr, no. Para esto hay que entrenar, y mucho. Hay que cuidarse, controlarse, y no hacer desarreglos. Hay que costear viajes, y no son baratos. O sea que, para estas mujeres, nada es fácil en el desafío elegido. Correr, para ellas, es el premio de una gran apuesta personal en esfuerzo, tiempo y dinero. Pero ellas, como madres, saben bien de que se trata ese hermoso fruto del sacrificio.
Por eso, aún transpiradas y agotadas, ya empiezan a planear la próxima. Que el Unitorco, que las Sierras, que allá, que acá, y el sueño de alguna vez poder correr el Inca Trail, en Machu Pichu. Cada semana, o semana por medio, hay una oportunidad, cada una con sus desafiantes encantos. Montaña, río, llano, o de los tres. De día, de noche, o parte de noche y parte de día. De un día, de dos días, o más. Allá van ellas, muchas veces haciendo milagros para poder ir.
Al equipo apropiado para cada caso, en cada competencia, se suman la inscripción, los traslados, el alojamiento, y los demás gastos normales. A plata de hoy, se puede hablar de unos 20 mil pesos por carrera, un monto que no lo juntan así nomás dos empleadas, una docente y una instructora personal. Pero ellas se las arreglan ahorrando aquí y allá. Tal es así que su próximo desafío es el 14 de agosto, en Cosquín, Córdoba, dónde las esperan 44 kilómetros de montaña a 3 mil metros de altura.
Mónica, Marcela, María José y María Ángeles son mujeres, son madres, son gladiadoras que corren porque así, venciendo sus límites, se sienten realizadas, y porque corriendo, asociadas a sus cuerpos, le dan sentido a sus vidas. Ellas, en cada carrera, superan sus propios límites, y, al hacerlo, encuentran su plenitud particular, y logran la libertad de su ser. En otras palabras, ellas corren, y, corriendo, son felices.
Norman Robson para Gualeguay21