Juancito: Una historia de derechos vulnerados en nombre de la Salud Mental
Desde el Estado escuchamos hablar mucho sobre la protección de los derechos, pero la realidad es que hay otro mundo, invisible a la ley y al orden, donde esos derechos son inpunemente vulnerados. Allí se encuentran historias que duelen, y Juancito escribe una de ellas. Él está entrando a la adolescencia, pero no tiene hogar, ni conoce la escuela, sí la violencia, la droga y todo lo que ellas traen. El Estado sabe de los peligros que representa, para él y para otros, y, también, sabe de sus muchos derechos vulnerados, pero solo le reconoce uno, aquel que lo condena a una muerte cantada.
Juancito es uno de siete hermanos, y se crió como pudo la mamá. Primero en un barrio, y después en otro, siempre acompañado por la violencia y la impotencia. Dejó la escuela ya al principio, y, desde los 8 años, dedicó su tiempo a hacer maldades, pero de las preocupantes. Tal es así que se especializó en idear herramientas caseras para concretarlas, desde gomeras hasta facas tumberas. El barrio fue su campo de ensayo y los niños vecinos fueron sus víctimas. La droga no tardó en conquistarlo, el delito no tardó en alistarlo, y del barrio no tardaron en echarlo, junto a su familia.
A lo largo de su vida, Juancito, junto a su madre, sus hermanas mayores y un hermanito menor, ha vivido un clima familiar de violencia de género, y de las otras también. Un padre que no lo reconoció nunca, y el Estado, con el DNI, lo reconoció hace poco. Su normalidad fue siempre el caos, el desorden y el irrespeto. Tal vez todo esto tuvo que ver con qué haya llegado al extremo de blandir una cuchilla y estocar a otro niño sin ningún reparo.
Hoy, Juancito llega a sus 14 años, y su morbosa tendencia a lastimar a otros es evidente. Muchos niños y mayores lo sufrieron, otros fueron testigos, como los que lo vieron abrir un perro con una cuchilla. A pesar de su corta edad, ya es incontrolable, pues es adicto, pendenciero y sin escrúpulos conocidos, a la vez que no tiene hogar, ni afectos de algún tipo, lo cual lo lleva a dormir donde lo agarra la noche. Sus anécdotas son agredir policías, atacar a un juez y hasta enfrentar malvivientes, quienes ya advirtieron que lo van a matar.
De ese modo, Juancito fue engrosando un frondoso expediente, con múltiples entradas a la Jefatura desde muy niño, por agresiones, por robo, por asalto, y por cuantas miserias pueda cometer un niño como él. Ese expediente alterna entre el Copnaf provincial y el Anaf municipal, el juzgado de familia y los consultorios de salud mental del hospital, pero nadie ha podido (o querido) lograr nada. Les resulta intratable, y lo es. Así va por la vida, sin hogar, sin afectos, sin autoridad alguna, sin límites de algún tipo.
Todas las medidas aplicadas en estos años fueron inútiles, Juancito siempre hizo lo que quizo y eso nunca coincidió con lo que se pretendía. Pero, a pesar de los hechos de alevosa crueldad, del nivel de violencia de sus reacciones, y de la imposibilidad de lograr algún avance, no se conoce un solo informe o dictamen sicológico o siquiátrico. Como si para todos él fuese normal. Igualmente, su historia afirma, sin lugar a dudas, que necesita atención urgente, aunque sea contra su voluntad.
En ese sentido, desde hace varios meses, el Anaf le estuvo solicitando al Copnaf una medida de excepción para que fuera internado sin su consentimiento, ya que vivía en la calle y ya era evidente que representaba un peligro, tanto para él mismo como para terceros. Insólitamente, siempre se rechazó el pedido, hasta que, finalmente, hace dos semanas, el Copnaf aceptó el pedido y lo gestionó ante el Juzgado de Familia.
Así, se cunplimentaron todos los trámites y requisitos, y todo estaba listo para ingresarlo en una institución donde fuera evaluado, contenido y tratado, pero, cuando el transporte estaba en la puerta listo para llevarlo, todo se cayó. Alguien se arrepintió y el Juez de Familia, en honor a la Ley de Salud Mental, aceptó que su hermana, de 20 años, quien ya tiene dos criaturas que cuidar, se haga cargo de él.
Que dice la Ley de Salud Mental
En el capítulo VII, sobre internaciones, de la Ley 26.657, de Derecho a la Protección de la Salud Mental, el artículo 14 dice que la internación sólo debe ser indicada en aquellas excepciones que por razones terapéuticas debidamente fundadas establezca el equipo de salud interviniente, mientras que el artículo 15 dice que en ningún caso debe ser indicada para resolver problemáticas sociales o de vivienda, y el 16 establece que la internación debe contar con el consentimiento del paciente o de su representante legal cuando corresponda, prestada en estado de lucidez y con comprensión de la situación.
Del mismo modo, en el artículo 18, se determina que el paciente internado bajo su consentimiento, en cualquier momento, y por sí mismo, podrá decidir el abandono de la internación, mientras que el artículo 20 dispone que la internación involuntaria debe concebirse como recurso terapéutico excepcional como último recurso, agotadas todas las otras instancias. Para ello debe haber un dictamen profesional que establezca la situación de riesgo cierto e inminente, y un informe acerca de las instancias previas implementadas.
Conclusión
De este modo, en un estricto respeto de su derecho a ser respetado su deseo, el Estado deja que Juancito siga libre, sin tratarse, sin curarse, y que sigan siendo vulnerados todos sus otros derechos. Sin dudas, el aparato estatal eligió cuáles derechos respetarle, y eligió uno solo, el más fácil, demostrando que no tiene interés alguno en el propio Juancito, ni, mucho menos, le preocupan quienes él pueda llegar a lastimar. Es triste, pero mientras en el mundo el sistema y sus engranajes están preparados para la solución, en la Argentina los engranajes y el sistema están preparados para evadirla.
Por el momento, esta historia aún no tiene final, y solo queda esperar que, cuando llegue ese final, no haya que lamentar alguna vida. Lamentablemente, otra historia de otro Juancito, muy similar a esta, en un pasado no tan lejano, terminó con la vida de un niño de 16 años. Aquel niño, también de realidades tan conocidas como éstas, en lugar de ser tratado, contenido y atendido, se lo libró a su suerte, y terminó matando a otro por un celular.
Norman Robson para Gualeguay21