Justicia, justicia, justicia
Dos por tres, la sociedad se manifiesta en demanda de justicia… Justicia ante una u otra cosa… Siempre el clamor de justicia presente en los medios y propagado, y contagiado, por estos contribuyendo a un agudo marco de inestabilidad, angustia, incomodidad…
Tal es así que comencé a cuestionarme porque había tanta falta de justicia, y en la búsqueda de respuestas me encontré con argumentos enfrentados, sólidas contrapartes, una abismal diferencia entre la justicia y la sensación de justicia.
Ante tanta distorsión conceptual y percepciones enfrentadas, salí a buscar donde se producía la justicia y porque no llegaba hasta nuestra sociedad.
Entonces me vi obligado a buscar el verdadero significado de Justicia.
¿Qué es justicia?
Una primera interpretación me dice que justicia es la virtud de dar a cada uno lo que le pertenece o lo que le corresponde o lo que merece.
¡Eso es!
Pero…
¿Quien dice que es lo que corresponde, lo que se merece?
Entonces seguí buscando algo más profundo, más amplio.
Y encontré otra interpretación.
Una que me dice que a la justicia la conforma un grupo de reglas y normas determinadas por la sociedad para establecer el marco adecuado para mantener la armonía en las relaciones entre personas e instituciones, autorizando, prohibiendo y permitiendo acciones específicas.
Leámoslo de vuelta.
La justicia es un grupo de reglas y normas determinadas por la sociedad para establecer el marco adecuado para mantener la armonía en las relaciones entre personas e instituciones, autorizando, prohibiendo y permitiendo acciones específicas.
O sea, nosotros somos los que hacemos la justicia.
¿Pero cómo es esto?
Profundizando en los conceptos, vemos que la justicia se construye a partir de dos basamentos, uno cultural y otro formal.
La base cultural es aquella que surge del consenso amplio entre los individuos de una sociedad sobre lo bueno, lo malo, y otros aspectos prácticos de cómo deben organizarse las relaciones entre personas.
O sea, lo que creemos o pensamos que debe ser.
Y la base formal es aquella donde ese consenso cultural se codifica formalmente en varias disposiciones escritas que son aplicadas por personas que tratan de ser imparciales con respecto a los miembros e instituciones de la sociedad y los conflictos que aparezcan en sus relaciones.
O sea, los legisladores, las leyes y los tribunales.
Ahora bien, visto y considerando esto, el continuo y creciente clamor de justicia pone en evidencia algún tipo de divorcio en las bases de la justicia, entre lo cultural y lo formal.
¡Eureka!
Eso es lo que nos pasa: Existe un agudo desvío entre lo que creemos o queremos y lo que nuestro sistema de justicia determina. Y pareciera que es así en demasiados órdenes de nuestra vida cotidiana.
Ahora bien… ¿Cómo debemos comportarnos ante la distorsión de nuestra justicia?
¿Cómo debemos actuar ante los conflictos entre lo cultural y lo formal?
¿Qué hacemos cuando lo que vemos mal está bien?
¿O lo que vemos bien está mal?
¿Qué hacemos cuando, según lo formal, las víctimas son los victimarios y viceversa?
¿Violamos la ley o la corregimos?
Considerando que somos seres humanos civilizados que nos regimos por un sistema formal, no podemos atentar contra la formalidad sino que debemos corregirla.
¿Tan fácil era?
Tan fácil su razonamiento como difícil la gestión del cambio.
El cambio surge de la articulación de los poderes: el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, y el Poder Ciudadano, el supremo de los poderes.
El poder que debe saber imponer los cambios sin alterar los equilibrios, sin vulnerar el sistema, evitando la anarquía.
Esa caótica anarquía que es tan cómoda para no hacer nada.
Norman Robson para Gualeguay21