La cultura del conventillo
Hoy, a pesar de la dolorosa y costosa crisis que atraviesa nuestra sociedad, tanto los gobiernos como su sociedad civil siguen buscando soluciones en palabras elocuentes, y no en acciones concretas, lo cual desnuda una realidad de aparente impotencia, pero de real incompetencia y absoluta falta de compromiso. Como en un conventillo, las fuerzas vivas apelan a la culpa, al reproche y a la excusa para sobrellevar una situación que los supera y los incomoda, sacándolos de su zona de confort, o de beneficio.
Pero lo grave de esta fea costumbre, típica de conventillo, es que persiste aún hoy, en este escenario en que la distorsión y la mentira, nacidas de la mezquindad y el egoísmo, nos salen tan caras. Hoy, las culpas, los reproches y las excusas, en conmovedores argumentos, no solo no sirven en nada para paliar la grave situación que sufrimos, sino que alimentan la incertidumbre y el miedo que nos asolan.
Así, en este concierto, se abre o se cierra la vida social y económica, y así se libera o se encierra a la gente, de forma intermitente, favoreciendo, alternativamente, lo económico y lo sanitario, pero sin buscar una nuevo escenario en el que puedan convivir la economía con la sanidad. Solo atinan a apostar todas sus fichas, y las de la gente, a unas vacunas de incierto resultado.
Al igual que en el conventillo, aquel enorme caserón en el que vivían muchas familias inmigrantes en el siglo pasado, en la sociedad actual también reina el desorden, por la falta de autoridad, y la discordia, por las pretensiones y miserias individuales de cada uno, mientras las fuerzas vivas, tanto públicas como privadas, priorizan sus intereses particulares, o sectoriales, por sobre los comunes de la gente.
Así como los políticos priorizan las elecciones por sobre la salud pública, lo mismo hacen los legisladores con sus dietas, los funcionarios con sus cargos, los docentes con las clases virtuales, los padres con las clases presenciales, los hoteles con el turismo, los gastronómicos con la nocturnidad, los comercios con las restricciones, los jugadores con los casinos, los clubes con el fútbol, hasta los curas con las misas, todos en un vertiginoso y desesperado “sálvese quien pueda”, ignorantes de que así no se salvará nadie.
Hoy, así, cada cofradía defiende su interés particular, y no el común, como, en este caso, sería hacer comulgar la salud y la economía. Hasta las asociaciones civiles de bien público toman parte en su afán de ser protagonistas, de hacer y que se vea que hacen, pero sin saber si sirve o no lo que hacen.
En este contexto de conventillo, donde cada entidad pública o privada hace y dice lo que quiere en honor a su santísimo derecho, los individuos, empoderados por la responsabilidad individual con la cual los bendijo el Estado, imitan la conducta de las cofradías y hacen lo que se les da la gana, tan indiferentes e impiadosos como los otros. Todos tienen derecho a ser responsables como mejor les plazca.
Y como si todo esto fuera poco, todo esta atravesado por la histórica dicotomía política argentina: zurdos contra derechos, peronistas contra conservadores, kirchneristas contra antikirchneristas, y según esto adoptan poses y actitudes.
Tan así es hoy la cultura del conventillo, que se hace muy difícil encontrar una manifestación pública que no responda a un interés particular o sectorial, al igual que es difícil encontrar actitudes que no respondan a posiciones políticas en lugar de al interés público, y es casi imposible encontrar a alguien que le interese lo común por sobre lo particular. Así estamos en este conventillo…
Los conventillos del siglo pasado no sobrevivieron, sucumbieron al abandono que le impusieron sus inquilinos, tal como están haciendo hoy los inquilinos de esta vida.
Norman Robson para Gualeguay21