La educación emocional: Una asignatura pendiente post pandemia
La experiencia de la pandemia demostró la necesidad de una formación emocional más sólida en la sociedad, no solo para enfrentar ese tipo de cataclismos, sino, también, para enfrentar el mundo que viene. En la segunda mitad del siglo pasado, creció el concepto de Inteligencia Emocional. Hoy, en la Argentina, una ley de Educación Emocional descansa en el Congreso y dos provincias ya tomaron la iniciativa, pero no alcanza.

La Inteligencia Emocional se gestó en la segunda mitad del siglo pasado y completó su concepción con el libro del psicólogo Daniel Goleman en 1995. Se trata de la capacidad de comprender las emociones propias y ajenas, y manejarlas de forma inteligente. Vista la importancia de éstos para los individuos, comenzó a crecer en el mundo la idea de enseñar su aprovechamiento.
En la Argentina, desde 2018, cuando muchos aún no sospechábamos la importancia de una educación emocional, una ley sobre la implementación de la misma en las escuelas recorre los caminos del Congreso de la Nación. Hoy, otro proyecto se sumó en el 2022, mientras que dos provincias, Corrientes y Misiones, ya implementaron la Educación Emocional en sus escuelas.
En 1996, el famoso ensayo “Los 4 Pilares de la Educación” de Jacques Delors, político y economista europeo, planteó el cambio de paradigma pedagógico que se viene dando en el mundo. Los cuatro pilares enunciados son aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser, siendo éste último el que se busca potenciar para enfrentar la modernidad.
Muchos estudios hoy demuestran que gran parte del éxito personal depende de las habilidades emocionales de los sujetos, especialmente frente al avance de las múltiples enfermedades emocionales. En este sentido, la realidad demanda individuos formados con los recursos necesarios para conocer y manejar las emociones propias y ajenas de manera saludable.
Los proyectos de ley argentinos apuntan a incorporar la educación emocional en los niveles inicial, primario y secundario en todo el país. Las distintas iniciativas reconocen el poco valor dado en la educación actual a la emoción de los educandos, y el crecimiento de las afecciones emocionales, especialmente a partir de la pandemia. Por ello, el objetivo de una Ley de Educación Emocional es promover en la escuela la prevención primaria de la salud mental y el desarrollo cognitivo de los alumnos.
De ese modo, los educandos estarán más preparados, por ejemplo, para enfrentar las consecuencias de una nueva pandemia, la llegada de la inteligencia artificial, el bulling, y la presión exitista de los padres.
Por último, y volviendo a los 4 pilares de Delors, un manejo inteligente de las emociones propias y ajenas no solo permitiría un completo “aprender a ser”, sino que potenciaría el desarrollo de los otros tres pilares: aprender a conocer, aprender a hacer y aprender a vivir juntos.
Lo arriba expuesto, aunque sintético, no solo demuestra la necesidad e importancia de incorporar la inteligencia emocional en la enseñanza, sino que, también, demuestra la urgencia de comenzar a garantizarle a nuestros hijos y nietos un desarrollo integral de su persona.
Así lo entendieron dos provincias argentinas que, sin dudar, hicieron punta en el tema. En 2016, se aprobó por unanimidad la primera Ley de Educación Emocional en la provincia de Corrientes y en 2018, se hizo lo propio en la provincia de Misiones, pero por estos pagos nada se sabe del tema, ni nadie entiende su importancia, y cualquier avance en el tema se percibe lejano.
La inteligencia emocional, y, su aprovechamiento, la educación emocional, no están en la agenda política de Gualeguay o Entre Ríos, ni lo está en la consciencia de sus instituciones.
Norman Robson para Gualeguay21