La Fábrica Discotheque: Cuando el pasado resucita de la mano de la música
La pista explotaba al ritmo de aquellos clásicos de los años ochenta. Desde la cabina de disc-jockeys (como se decía antes), ese mirador con todo el boliche frente a sí, cuatro locos manipulaban las emociones de cientos. A un costado, en la intermitencia de la sicodelia, se podía ver a un veterano observando, solitario y sonriente, ese universo que revivía el pasito de “La cuenta final” (The Final Count Down), de Europe. Hace casi 40 años atrás, ese hombre había llegado a Gualeguay y apostado a ese espacio. “El término emoción no alcanza”, respondió cuando le preguntaron qué sentía.
Era cierto. Esa noche, y desde ese lugar, él comprobaba cómo su criatura se había convertido en parte de la historia de una ciudad. Frente a él, un nostálgico “¿te acordás?” se reproducía entre los distintos grupos y parejas. Una anécdota, un amor, el principio o el final de una historia. Algo inolvidable había pasado en algún lugar de esa confitería, con o sin la complicidad de las penumbras, pero siempre al ritmo de Earth, Wind and Fire, Toto, Depeche Mode, Queen, Police o Duran Duran. ¿Y quién no esperó ansioso la hora de los lentos…?
Esta vez, muchas parejas cuarentonas y cincuentonas aprovecharon la oportunidad para volver a la noche, en una ciudad que no le ofrece muchas variantes. Éstos dominaron la fiesta. También fueron parte, al igual que en aquel entonces, muchos grupos de solos y solas. Pero la nota la dieron los “infiltrados”: gurises que recién nacían en aquella época y que, sin lugar a dudas, tienen buen paladar para la buena música. Esta amalgama etarea, rica en lo diverso, pero con el ánimo común de divertirse y pasarla bien, bailaron hasta que ardieron las velas.
Mientras todo esto se vivía en la pista y en las barras de abajo, desde arriba, desde ese balcón que rodea la pista, otros tantos disfrutaban de esta reedición de La Fábrica Discotheque, todos reviviendo los ochentas a su manera, como antes. Roxette, Dire Straits, Alphaville, Erasure, ACDC. Los disc-jockeys, deejays o DJs ahora, desde sus bandejas, hoy tecnificadas, no dejaron faltar ningún tema de aquellos. El Colo Campostrini y Oscar Maddonis supieron hacerlo, mientras Melena Collomb, de Esperanza, la madre del boliche gualeyo, y el delfin local, Lichi De Zan, icono de nuestra nueva generación, supieron acompañarlos.
A la derecha de ellos, el Bicho Piropán, autor material de este fenómeno, nunca dejó de celebrar lo hecho, mientras lo interrumpían saludos, abrazos, y recuerdos. Este inquieto empresario santafesino, en Gualeguay no solo parió La Fábrica, el boliche y el bar al frente, sino que rescató el viejo residencial de los Ferreccio, en Mitre y Maipú, lo restauró, y lo convirtió en el Hotel Jardín de hoy, e intentó, junto a otros amigos, recuperar el servicio de tren que une, o unía, Gualeguay con la vecina Carbó, pasando sobre el río Gualeguay. En algun momento, se lo supo ver, junto a Pabcho Gastaldi, desmalezando el ramal a pala y machete.
Norman Robson para Gualeguay21