La lealtad: Un concepto del siglo pasado que hace mucho fue olvidado por todos
Según los diccionarios, la lealtad es un sentimiento de respeto y fidelidad incondicional por alguien, o por alguna entidad, o algún ideal. Lealtad es compromiso, es honor, es gratitud. En la Argentina, a mediados del siglo pasado, el General Perón revolucionó la política reivindicando las clases sociales más postergadas, y éstas respondieron con una promesa de lealtad. En honor a aquello, el 17 de octubre es para el peronismo el Día de la Lealtad. Pero el General murió en el 74 y parece que con él se llevó aquel concepto, ya que en la politica de hoy ya no existe.
La idea de lealtad, como síntesis de respeto, compromiso, pertenencia, fidelidad y honor, la adoptó el “pueblo obrero” hacia quien tuvo la visión, simpática para unos y antipática para otros, de instaurar la Justicia Social, reconociendo derechos que hasta ese momento eran negados y redistribuyendo riquezas que monopilizaba la aristocracia. A partir de aquello, el proletariado criollo accedió a una calidad de vida impensada hasta entonces.
En realidad, aquella lealtad fue la que le permitió al General Perón gobernar y consumar tan extraordinaria revolución social de forma pacífica. Solo contando con aquella lealtad un fascista de extrema derecha, totalitario y antidemocrático, formado en el ultranacionalismo de Mussolini, podía doblegar los intereses económicos en juego sin morir en el intento. Y lo logró.
En aquel entonces, por todo eso, salvo la porción conservadora de la sociedad, la Argentina profesaba una profunda lealtad hacia aquel líder indiscutido que había cambiado la realidad para bien de todos. Pero, en la Argentina moderna de este milenio, ya nadie es leal a nadie, salvo que por esa lealtad medie algún beneficio, entonces eso ya no es lealtad, eso es prebenda.
En aquel contexto, a partir del golpe del año 1955, la Argentina se sumió en una eterna guerra civil, implícita o explícita. Se hundió en un conflicto en el que la política, en manos de piratas del cuento chino, llevó el país a la miseria, ante una sociedad civil miserable y mezquina que, en lugar de defenderlo y rescatarlo, eligió acomodarse lo mejor posible. En ese proceso, cualquier valor moral o ético, si no se pervirtió o corrompió, desapareció.
Así fue que aquel movimiento revolucionario llamado peronismo fue usurpado por distintos sujetos traicionando uno a uno cada uno de los fundamentos ideológicos establecidos por Perón. Desde el concierto de parásitos enquistados en su entorno durante sus últimos años, hasta los vengativos terroristas alguna vez echados de la plaza por el propio Perón, uno a uno, cada uno a su turno, se valieron del peronismo a su antojo y provecho. Desde 1983, que se recuperó la democracia, cada 17 de octubre, cada traidor ha celebrado la lealtad llenándose su boca de ella.
Desde Luder y Ubaldini, pasando Menem y Duhalde, hasta los Kirschner, cada uno, con su séquito de secuaces asociados, rememoraron al General y renovaron sus votos de lealtad a un legado ideológico que traicionaron de todas las formas posibles, todas las veces posibles. Por ejemplo, Perón, quien erigió el concepto de lealtad como valor supremo, le dejó dicho a su herederos que “la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere, y defiende un solo interés: el del pueblo”, pero todos los que vinieron después de él lo traicionaron.
Pero eso no fue lo único que han violado. Perón les dejó dicho, también, que primero estaba la Patria, después el Movimiento y, por último, los hombres, prioridades que hoy son al revés. También dijo que “en la nueva Argentina de Perón, el trabajo es un derecho que crea la dignidad del Hombre y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume”, y hoy basaron su hegemonía en la prebenda y en la destruccion del trabajo. Y los alertó sobre que “todo círculo político es antipopular y, por lo tanto, no peronista”, pero nunca los gobiernos peronistas han estado más lejos de su pueblo.
“Ningún peronista debe sentirse más de lo que es, ni menos de lo que debe ser, pues cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca”, les dejó dicho, como adivinando cómo se comportarían. Resulta dramáticamente curioso que se llamen peronistas cuando Perón les dijo, bien claro, que “el peronismo anhela la unidad nacional y no la lucha”, y que “en la nueva Argentina, los únicos privilegiados son los niños”. La grieta y los privilegios parecen no avalar ésto.
El General le advirtió que “un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma”, y les señaló que el peronismo es “una filosofía de vida, simple, práctica, popular, cristiana y humanista”, y marcó un camino bien claro hacia “una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. Pero la Argentina de hoy está sin rumbo y sumida en la pobreza economica y emocional, sin trabajo, sin estabilidad, sin valores, sin dignidad, sin justicia, y sin libertades.
Entonces, mientras los dirigentes peronistas de hoy se enriquecen ilimitadamente, y los trabajadores se consuelan con un plan o subsidio en un vano intento de que la heladera no esté vacía, una pregunta brota desde la profundidad vísceral de ese pueblo al que le queda algo de dignidad: “¿De qué puta lealtad hablan?”.
Norman Robson para Gualeguay21