La mujer como objeto de culto de lo que queda de una generación en extinción
El colectivo que me llevaba al colegio tenía la parada a metros de la esquina. A esa altura de su recorrido, siempre venía vacío, así que podía elegir dónde sentarme. Así lo hacía, pero nunca faltaba una vieja que, al rato, subiera, seguro con una enorme cartera, y, sentara donde yo me sentara, por más que me hiciera el dormido, me tenía que parar para cederle el asiento. Nadie me obligaba, era una mujer y así debía hacerlo. Así como yo, aún hoy, millones de hombres veneramos a la mujer como un ser que debe, y, sin dudas, merece, ser atendido y protegido como algo sublime. ¿Está mal?
No, para nada. Muchos hombres fuimos formados así, y, desde chicos, adoptamos la premisa de que la mujer ocupa un lugar de distinción. Tal vez sea porque todos somos hijos de una, y por ese don natural de ellas de poder gestar vida, algo que las distingue de nosotros. Pero lo que es seguro es que se trata de una cuestión cultural que colisiona contra algunas corrientes feministas modernas, fundamentalistas, y las resiste.
Lo cierto es que, aún hoy, la mujer es para muchos de nosotros un ser de incuestionable belleza y mística, en la que vemos a una madre, a una abuela, a una hija, o a una hermana. Razón por la cual muchos, aún, somos devotos e incondiconales cultores de esa concepción tradicional del mal llamado sexo débil, por la cual la mujer está en un pedestal, por arriba nuestro, protegida de todo lo que podamos defenderla.
Éstos hombres como yo, hoy nos vemos frustrados al descubrir que aquel pedestal fue derrumbado por la modernidad, y que la mujer, hoy, se revuelca entre los peligros de aquello que siempre quisimos protegerla. Hoy sentimos que, en el afán de una igualdad que creemos que no existe, pues se trata de seres diferentes, la mujer fue bajada a un llano que no se merece.
En síntesis, la mujer es, para nosotros, un ser de fortalezas, físicas y espirituales, diferentes, y un ser que tiene dones únicos y exclusivos de su género, pero que, a la vez, carga debilidades que obligan al hombre a protegerla. Es que la naturaleza creó a la mujer y al hombre como complementos perfectos.
Es por eso que, en su día, celebro la presencia de la mujer en la naturaleza, reivindico todos los conceptos expuestos, y renuevo mis votos de veneración a todas las mujeres que se crucen en mi vida. Así que seguiré poniéndome de pie ante su presencia, cediéndoles el paso, ayudándolas a ponerse el abrigo, priorizándolas en todas mis actitudes, y diciéndoles todas las cosas lindas que les pueda decir. Y quienes piensen que está mal, evítenme.
Norman Robson para Gualeguay21