13 diciembre, 2024 2:24 pm
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La Nación rescata al poeta Alfredo Veiravé

En un artículo titulado Alfredo Veiravé: el rescate de un poeta olvidado, el matutino nacional La Nación, en la pluma de Mempo Giardinelli rescata la personalidad y trayectoria del poeta gualeyo.

La semana pasada, en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) me tocó evocar a uno de los más importantes poetas del Siglo XX argentino: Alfredo Veiravé (Gualeguay 1928 – Resistencia 1991). A casi 20 años de su muerte, y ante un auditorio con mayoría de jóvenes estudiantes que eligieron hacer de sus vidas un culto de la Literatura, intenté contarles quién fue ese exquisito profesor de Literatura Hispanoamericana con cuyos libros enseñé por añosen la Universidad Iberoamericana, de México, donde mis alumnos se cansaron de fotocopiar una vieja edición de Kapelusz que aún conservo, deshilachada hasta el agobio, y que hoy, penosamente, quisiera no pensar que aquí casi nadie lee.

 

 

Y si es así se lo pierden, como seguramente se pierden tantos libros y autores los estudiantes de la UNNE, como de tantas otras que llegan a la Literatura Argentina siguiendo un canon porteño que es tan municipal como mezquino, y tan ninguneador. Y en el que no está Alfredo Veiravé como no están Daniel Moyano, Juan Filloy o Amalia Jamilis, por ejemplo.

Veiravé fue en varios sentidos mi maestro, y un amigo leal a quien siempre agradecí íntimamente el haber sido de los pocos que no tuvo miedo de escribir o recibir cartas desde México, cuando el exilio era una leve condena para nosotros los de allá, y una ardorosa espera para los de aquí.

Cuando regresé en el 83, por cierto, me dio una cálida bienvenida y ahí empezamos una activa amistad plural, que se enmarcaba en otras comunes amistades compartidas: Juan Rulfo, Edmundo Valadés, Gustavo Sáinz.

Académico respetado y querido, Veiravé era propietario de la virtud que más ennoblece a los profesores de Literatura y a todo gran poeta: era un enorme lector. Sabía de clásicos y contemporáneos, su mente estaba abierta a novedades y descubrimientos, y para él la Literatura era antes una sopa de arte puro que la búsqueda narcisista de editores o subsidios.

A mí me regaló, además, la primera y única visita a una clase que hice jamás en mi Universidad. Ironías de la vida a las que uno se adecua con los años: he pisado muchísimas facultades de Letras y Humanidades en todo el mundo pero la única de mi pueblo, la única de mi casa, por decirlo así, se la debo a Alfredo. Y señalo una ironía más: a finales de los 80 preparé una antología poética de la obra de Veiravé para la más grande universidad de América: la Nacional Autónoma de México. Fue para la serie más popular de aquella casa, y esa edición se agotó varias veces y se lee y estudia aún hoy en México. Así el azar, como un exquisito radar en la tormenta, nos tiene, a mi maestro y a mí, unidos en aquel país que amo como lo amaba él, en ese como doble exilio a que nos obligan ciertas mezquindades de pago chico.

Veiravé fue también hincha de Chaco For Ever, y no es un dato menor. Eso fue hace ya muchos años, cuando For Ever era una escuela futbolística y nuestra aldea respetaba más a los humildes y a los locos clarividentes que a los ignorantes con doctorado en letras. Más de una vez fuimos juntos, o nos encontramos en las cascajientas tribunas del viejo estadio de hierros y maderas, sobre la chaqueña avenida 9 de Julio. Y tengo la memoria de un partido que perdimos injustamente, en algún torneo nacional, tras lo cual él, apesadumbrado,me dijo: “Mejor volvamos a la Literatura, Mempo, que ahí nos va mejor”.

Lo cual, siendo verdad, no era una verdad completa. Pero Alfredo, que en cierto modo y poéticamente era un alma blanca, yo digo que no lo sabía. En la gran literatura siempre nos va mejor, desde luego, pero como solemos vivir en la pequeña en ella primero hay que saber sufrir, como estableció para siempre Homero Espósito, en “Naranjo en flor”. Y si Alfredo no sufría, o lo disimulaba, se debía a que era un maestro también para sobrellevar ninguneos, y por eso, como todo gran poeta, apostaba a la sencilla posteridad del recuerdo de sus versos en boca de las muchachas del país y en día domingo, como dice uno de sus más bellos poemas.

Dije también, y sobre todo para los estudiantes, que Alfredo Veiravé es uno de los grandes poetas argentinos del Siglo XX. Busqué transmitirles la certeza de estar pisando aulas y pasillos que fueron senderos de un enorme poeta nacional. A quien ni se nombra como hito de la literatura argentina, y acaso ninguna calle lo recuerde (no sé en Gualeguay), pero que fue un poeta como dio pocos la Argentina. Quizás Lugones, sin dudas Borges y ahora Juan Gelman o Diana Bellesi. De esa misma estirpe tuvimos, en el Chaco y como de pasada, al poeta que escribió los versos de “Mi casa es una parte del universo”:

Los que la vieron dicen que la tierra

es una esfera en el espacio, un planeta

más bien pequeño

del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.

Yo no lo dudo porque he visto las fotografías

y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.

Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar

también mi casa es una parte del universo.

Cómo no serlo si en el patio del fondo

hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo

la tierra

aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo

el olor de los helechos contra la pared

la cara de Delfina o Federico entre los árboles

y aquel canario que se nos voló de noche.

En México se venera a los poetas, en Chile también, y en Nicaragua y ni se diga en el ancho y tropical Caribe. Yo he visto en esas geografías algunos santuarios de poetas, casas de narradores, monumentos a creadores de rimas infantiles como hacen en Bogotá con Rafael Pombo. Conocí, azorado, la Capilla Alfonsina (que así se llama la magnífica biblioteca de Alfonso Reyes). Y todos los años, cuando viajo a dar mis cursos en la Universidad de Virginia, Estados Unidos, visito en silencio el dormitorio que fue de Edgar Allan Poe. Está sobre la calle principal de la universidad, justo enfrente de la Biblioteca Alderman, donde se atesoran una colección de manuscritos de William Faulkner y los documentos fundacionales de Thomas Jefferson.

En todos esos lugares se hace un culto de sus literatos, y los visitantes desfilan religiosamente ante poemas como “El cuervo” o cuentos memorables como “Una rosa para Emily”. Pero aquí en Resistencia me pregunto qué hito tiene nuestra ciudad del mayor poeta nacional que pisó sus calles durante varias décadas.

Veiravé fue un hombre universal, enciclopédico, casi renacentista. Pero hoy, ¿quién lo andará leyendo? No digo en Gualeguay, digo en este Chaco plagado de lapachos, chicharras, enanos y aspirantes a glorias regionales, ¿cuánta gente lee hoy a Veiravé? ¿Quién estudia su poesía, aquí, en esta universidad en la que él pasó casi todas las horas de su vida académica?

No lo sé. Pero evoco a Juanele Ortiz, ese otro entrerriano al que Veiravé rendía culto: “Deja las letras y deja la ciudad”.Desde ahí ironizó Alfredo su lugar de poeta local en “Las carabelas de Colón”.

Premiado muchas veces y en muchas ciudades y países, básteme decir que donde quiera que voy, y pronuncio su nombre, alguien se yergue y lo recuerda, admirativo. Eso significa que su poesía sigue viva; que pasan los años y la sonoridad no se atenúa. Como un hernandeziano rayo que no cesa, la poesía de Alfredo Veiravé sigue siendo un laboratorio central de la poesía.

No se es grande por ser local, regional o de tal o cual comarca. Se es grande cuando se escribe una gran obra. Que hace una ética de la estética; que establece coordenadas de futuro y hace docencia en el aire, en las voces que declaman sus versos con la suave naturalidad de un sol en primavera.

Mempo Giardinelli para La Nación

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