La quinta del necio
El dolor, la impotencia, el desconcierto, la indignación, y la angustia coinciden hoy en nuestro pueblo, y estos alentaron más violencia, más intolerancia. ¿Qué decir cuando oscurece así? A mí se me ocurrió un cuento…
La quinta del necio
Desde hace un tiempo, la desgracia se ha adueñado de mi quinta, y cuando recorro mi berenjenal, a cada paso me sorprende la creciente abundancia de frutos podridos pendiendo de diferentes plantas.
Por ese motivo, desde hace un tiempo también, me armo de paciencia todas las tardes, me arremango, y uno a uno retiro los frutos podridos de la quinta.
Pero cada día hay más…
Tal es así que en la fosa del descarte se amontonan los putrefactos frutos como fiel testimonio del frustrado trabajo en la quinta.
Cada día, luego de remover los frutos podridos, y con la satisfacción del deber cumplido, emprendo el camino hacia el merecido descanso, pero al mirar atrás, siempre me sorprenden nuevos frutos podridos atrayendo el mosquerío.
Don Joaquín, el viejo quintero, ya me había advertido sobre esto, él decía que era un mal nuevo, y que para solucionar esto debíamos cambiar el sistema y realizar una serie de otros trabajos más.
Creencias de viejos, por supuesto…
Así es que, en la amargura del frustrado descanso, atribuí el problema a algún mal propio de las plantas, y decidí que, a primera hora, removerla aquellas plantas que estuvieran afectadas.
Apenas amanecido, tomé el tractor, el acoplado, la pala, y, una a una, removí cada una de las plantas con frutos podridos.
Al cabo de la agotadora jornada, cuando el sol apuraba su partida en el horizonte, la fosa se mostraba rebalsada de frutos podridos, una cuantiosa perdida que comprometía seriamente el futuro de la quinta.
Por suerte, Don Joaquín no estaba, así no debía tolerar sus ignorantes argumentos explicándome lo que yo ya sabía.
Ahora sí, satisfecho y orgulloso de haber terminado con el problema, festejé el fin de la jornada descorchando una botella de mi mejor vino.
Cuando el sol ya se anunciaba, cuando el canto del gallo mandaba el inicio de la jornada, y mientras calentaba el agua para el mate, fui a apreciar cómo se lucía mi quinta curada.
Con el más cruel de los horrores, descubrí que nuevos frutos podridos poblaban mis plantas, y el desconsuelo y la impotencia me invadieron el alma.
Nuevamente, me puse a retirar uno a uno los frutos podridos, mientras, en medio de la desesperación, recordé las insistentes palabras del peón, quien me advertía que la culpa no era de las berenjenas…
¿… y si el viejo tenía razón…?
Pensé en ese viejo peón, y, aunque recordé que lo había despedido, me desprendí de mi orgullo y fui en su busca.
Al encontrarlo, desprendido de rencores y con la humildad que lo caracterizaba, Don Joaquín, entre mate y mate, me explicó que el problema estaba en la tierra, no en la planta ni en sus frutos.
Por lo tanto, me explicó que no servía eliminar los frutos podridos o sus plantas, ya que eso solo era cosmética momentánea, ya que al ratito nomás, nuevos frutos atraerían más moscas al lugar…
De este modo, Don Joaquín terminó explicándome como tenía que curar la tierra, como tenía que nutrirla y tratarla, de sol a sol, por varios días, removiendo yuyos, siempre tratando de preservar todo lo que aun esté sano.
Me llevó un largo rato aceptarlo, ya que varias veces insistí en buscar alternativas más cómodas, más rápidas, menos trabajosas, más económicas.
Tal es así que, al regresar a la quinta, ya cuando caía nuevamente el sol, no quedaba un solo fruto sano, todos estaban podridos.
Era tarde, ya había perdido toda mi quinta, mientras una enorme nube negra de moscas oscurecía el sol que iba camino al ocaso.
Tal vez el último…
Norman Robson para Gualeguay21