11 febrero, 2025 12:50 pm
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La situación dialogal

La diferencia en términos vinculares se traslada a todos los ámbitos, a todas las relaciones. De la misma manera en que se procede con los hermanos, se lo hace con los animales, con el medio ambiente, con cualquier otra dimensión de otro.

Al mundo material, vegetal y animal del planeta, se le confiere la dimensión de otro y no de objeto. Entonces si el objeto es resignificado como un “tú”, como otro vincular, y se ponen en juego los mismos criterios fraternales, como hermanos del planeta, encontramos otra dimensión para trabajar en la diferencia.

 

Las personas pueden ser cosificadas como objetos, y los objetos pueden ser puestos en situación dialogal. Podemos plantear que el otro se cosifica y las cosas pueden tener dimensión de otro, de tú. Estamos sujetos por el lenguaje; es allí donde se pone en juego la situación dialogal y la disposición espiritual para articularse con la diferencia, sin anularla ni eliminarla.

La actitud de ponerse en situación dialogal debe educarse, entrenarse, formarse. En la situación dialogal, el otro en vez de ser objeto y cosa, es sujeto y es distinto a mí, por lo tanto ni lo poseo, ni lo domino, ni lo califico, ni lo manipulo.

Dialogamos. Hay un acto de reverencia hacia el otro, que se manifiesta como diferente, y es emisor. No es monólogo, ni conversación instrumental, que se entrecorta e intercala; en el diálogo, es similar la expectativa por dar y decir como por recibir y escuchar.

El vínculo dialogal es una expresión plena de espiritualidad, en la cual nos estamos comunicando. El diálogo es un estado de celebración , de reconocimiento del otro, de conexión energética, sinergia, complementación, suplemento, revelación y encuentro.

¿A qué apela esa situación dialogal? No a la sociología del vínculo sino a la ontología del ser. Lo vincular deja de ser instrumental y empieza a ser constitutivo y constructivo de mi yo. Renuncio a una posibilidad estratégica de administrar a los otros en relación a mi ser yo. Busco reducir el yo, el ego, en términos de darles bienvenida a los otros a mi ser, como en una casa, hacer del otro huésped, invitar al otro a que me habite.

Cuando digo que el otro me habite, lo que hago es determinar qué lugar le doy al otro, que se me presenta como diferente, y qué oportunidades de intercambios podemos tener para ratificar o rectificar lo que yo soy. No es acumulación, se trata de un proceso selectivo en un ejercicio de libertad responsable. No significa una invasión ni una pérdida de la identidad; es enrquecimiento.

Fragmento de mi libro Celebrar la Diferencia, Unidad en la Diversidad del Rabino Sergio Bergman

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