La vida se regala en los jóvenes
La juventud es una etapa en la vida. Es el tiempo en que privilegiadamente se descubre y disfruta la amistad, se logra soñar y afianzar el amor. Si bien siempre buscamos la felicidad, en los jóvenes este anhelo se hace proyecto de vida a desplegar en los años siguientes.
Son momentos de encontrar la propia vocación y disponerse a recorrer el camino que los va a ir llevando a alcanzar algunas metas.
Los jóvenes elaboran proyectos de vida para sí y para otros. Sueñan consigo mismos y con el mundo. Muchos se preguntan con seriedad: ¿se puede pensar en ser feliz en una sociedad con tantos pobres y excluidos?
Tenemos que trabajar para que a ellos no les resbale la realidad. Los que tienen una situación económica holgada poseen acceso a los privilegios que otorga el mucho dinero, pero están tentados por el consumismo hedonista que los encierra en “su mundo” sin capacidad para dar cabida a los otros, y menos a los pobres.
A esta edad se presenta también la tentación del derrotismo y la decepción fácil. Un joven resignado es como un árbol de plástico: vistoso pero sin vida.
Por otro lado, poseen gran frescura y espontaneidad para manifestar lo que piensan. Nos exigen coherencia con el Evangelio que predicamos. No soportan la hipocresía o el doble discurso de los adultos, menos de los dirigentes políticos, sociales, religiosos… El Papa Juan Pablo II, citando la Regla de San Benito “Dios inspira a menudo al más joven lo que es mejor”, nos pedía escucharlos especialmente en la Iglesia (cfr. Nmi 45).
Son directos y sin vueltas en sus juicios.
Tanta vitalidad y energía debe ser encauzada hacia fines nobles. En la sociedad contemporánea se percibe miedo al futuro, y esto incide de manera especial en los jóvenes. El Papa Benedicto XVI ha dicho en el Discurso Inaugural de Aparecida “los jóvenes no tienen miedo del sacrificio, sino de una vida sin sentido”.
Es admirable la generosidad de muchos jóvenes comprometidos con lo que se llama la “Noche de la Caridad” o noche solidaria. Esta actividad congrega a cientos de jóvenes que después de realizar un momento importante de oración, salen a dar de comer a quienes viven en la calle o estaciones de tren u hospitales. Otros participan como catequistas o en grupos misioneros, llevando compañía fraterna y ayuda concreta a las poblaciones más pobres de nuestro país.
Tenemos necesidad de ellos en la Iglesia y en el Mundo. Los adultos debemos alentarlos y darles espacio para que desplieguen sus cualidades.
Como una contracara de esta situación nos encontramos con otros que ven pasar la vida por sus narices sin hacer nada. Algunos estudios recientes nos han alarmado dando cuenta de un aumento significativo de la cantidad: son cerca de 700.000 los adolescentes y jóvenes que ni estudian ni trabajan. Por eso se habla de la generación “Ni Ni”. Crecen con apatía por la sociedad y la propia vida. La mitad de los adolescentes y jóvenes de nuestro país son pobres. Están en lugares carenciados, con dificultad de alimentación, de salud, de no terminar la educación secundaria. Esto hace a la dignidad de la persona humana.
Son tentados por el consumo del alcohol y drogas desde cada vez más temprana edad.
Otra dimensión de la vida de los jóvenes que está en “ebullición” es su afectividad. Por eso es también muy importante acompañarlos en lo que hace a la educación para el amor.
También es una fuente de tensiones y preocupaciones lo concerniente al trabajo. Suelen tener los empleos llamados de baja calidad: peor remunerados, más inestables. Esto les dificulta poder formar familia y elaborar proyectos de vida a más largo plazo.
Mientras tanto y con la energía de la misma ola, la vida desborda en esta etapa. Pero sigue siendo frágil y hace falta cuidarla.
La libertad los enfrenta a elecciones de vida que pueden llevar a la felicidad o al fracaso. Pero esa libertad está condicionada por la propia persona y por la sociedad. Y sabemos que las posibilidades de desarrollo no son iguales para todos.
Seguramente, lector, lectora, vas percibiendo la primavera que ya está llegando. A veces creo que los jóvenes son como ese perfume de flores —jazmines, glicinas…— que nos sorprenden a la vuelta de la esquina y nos hacen más hermoso el camino casi sin darnos cuenta.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social