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Las apariencias engañan


“Vuele bajo / porque abajo está la verdad. Eso es algo que los hombres no aprenden jamás.” “Vuele bajo”, Facundo Cabral
Muchos autores y poetas se han dedicado a destacar el valor de la pequeñez y la humildad para obtener la auténtica felicidad: Aquellas pequeñas cosas, Pájaros en el aire, Los ejes de mi carreta…

José Pedroni lo dice así: “entre las gentes del camino/siempre un hombre humilde me propongo ser”. Por medio de arte y la belleza buscan centrar nuestra atención en lo verdaderamente importante. En las cosas que permanecen y dejan en nosotros experiencias de plenitud.
Vivimos tentados por parecer importantes, ¿más de lo que somos? Bueno, depende. Para Dios y los que nos quieren valemos mucho, y no necesitamos “echarnos cosas encima” para agradarles; ni ropas caras o de marca, ni tecnología top, ni vehículo nuevo, ni fama inflada.
Pero a veces —según justiprecian algunos por cierta inseguridad afectiva o baja autoestima— mostramos lo que no somos para quedar supuestamente bien. Estamos en riesgo de vivir pendientes de la opinión de los demás, de su aprobación o rechazo.
El Papa Francisco nos advierte acerca de esto: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada”. (EG 2) La confianza puesta en las cosas por encima de las personas, o en el estatus por encima de las convicciones y afectos, nos dejan vacíos en el corazón. Conciencia aislada es aquella que sólo es capaz de mirarse a sí misma, sin importarle la suerte de los demás. He conocido gente avara que vive en permanente angustia por dinero o propiedades haciendo lo imposible por aumentar su patrimonio, pero descuidando amigos y familia. Habría que recordarles el dicho popular “la mortaja no tiene bolsillos”.
Otra característica actual es la ponderación excesiva de lo instantáneo, que conspira contra la posibilidad de plantear proyectos de vida a largo plazo, y relaciones afectivas estables y perdurables. Lo efímero gana lugar, dejándonos una sensación interior de vacío y soledad. ¿Por qué? Porque nuestro espíritu anhela horizontes amplios, y el cortoplacismo le pone límites a los sueños. Los grandes logros personales, familiares o comunitarios solamente son posibles en el camino sereno y con el tiempo de nuestro lado. El deseo de “tenerlo todo ya y sin esfuerzo” no es realista, es ilusión que tarde o temprano nos lleva a dar de narices contra la pared.
Haciendo referencia a esta tensión y aplicado a la búsqueda de la paz y el bien común, Francisco nos dice que “hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. (…) Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae”. (EG 222)
Pareciera contradictorio lo que te dije: valorar lo pequeño y mirar horizontes lejanos. Pero son actitudes complementarias que tienen relación con sabiduría de vida. Porque “de lejos dicen que se ve más claro”(Joan Manuel Serrat), y “es mi destino, piedra y camino, de un sueño lejano y bello, soy peregrino” (Atahualpa Yupanqui).
Recuerdo uno de los salmos que solemos rezar “Señor, mi corazón no es ambicioso / ni mis ojos altaneros / no pretendo grandezas que superan mi capacidad / sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”. (Salmo 130) ¡Con qué belleza expresa convicciones tan profundas!
Las apariencias engañan y desalientan. Jesús nos dijo que “la verdad nos hace libres” (Juan 8,31). La vida es hermosa, y no hay que confundir belleza con maquillaje.
Mañana 10 de febrero cumplo 59 años de vida en este mundo hermoso que Dios nos regaló. La vida es un don de su amor. El planeta, la familia, los amigos (y también quienes no lo son), la fe, forman parte de su grandeza. Tengo un corazón agradecido a Jesús Buen Pastor que me ha acompañado siempre con ternura y misericordia. Te pido hagas una oración a la Virgen para que ella me siga sosteniendo con su cariño de Madre.
También mañana se cumple un año de la carta de renuncia del Papa Benedicto XVI, dada a conocer el 11 de febrero. Recuerdo la conmoción mundial que provocó ese gesto tan sincero y profético. Un hombre de fe, que puesto delante de Dios con total libertad de espíritu tomó una decisión que entendió era la que la Iglesia necesitaba. Recemos por él.
Y también el 11 de febrero se conmemora la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, devoción tan entrañable, especialmente para los enfermos. Pidamos a la Virgen por sus hijos que más sufren.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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