Lo que nos dejó la Copa: Un mensaje demasiado valioso para ignorarlo
Ya casi es Navidad, y, como siempre, un nuevo año se va, y otro llega. El 2022 será, sin dudas, inolvidable, en la historia pública por la Copa del Mundo, y en la intimidad de cada argentino por lo duro, por lo angustiante y extenuante, por lo agónico. Ese año se va, pero viene uno que en nada insinúa mejor, sino que, hace pensar que será peor. En el medio, un pueblo se viste de celeste y blanco para desahogar sus frustraciones. El éxito futbolística no puede cambiar en nada nuestra realidad, pero en él puede estar la clave de un éxito como país.
La Argentina se convirtió en Campeón del Mundo haciendo lo que mejor sabe hacer: jugar a la pelota, y lo hizo gracias a que contó con un proyecto, y gracias a que se sumaron sus mejores jugadores, y a que todos se comprometieron con un proyecto, se ordenaron detrás del mismo, y trabajaron dentro y fuera de la cancha para alcanzarlo. Esta vez, todos hicieron todo lo necesario para merecer el éxito.
Gracias a esa demostración o exhibición de buen fútbol, compromiso, empeño, convicción y sacrificio, todo el mundo se hizo hincha de Argentina. Hasta los brasileros. Todos hincharon por Argentina en la final contra Francia, la más competitiva que se recuerde en el fútbol moderno. Una final que, luego de dos tiempos intensos, y un extenuante suplementario, la Copa fue para la Selección Nacional, consolidando así el éxito del proyecto.
Tal fue ese éxito que millones y millones de argentinos se volcaron a las calles para celebrarlo. Sin colectivos, sin arreo, solo motivados por su alegría, por su orgullo, por su argentinismo. Todos unidos por una bandera celeste y blanca, festejando una copa obtenida sin tinturas, sin goleadas inexplicables, sin goles con la mano, sin malos ejemplos. Un éxito genuino y meritorio.
La euforia por el ansiado logro pudo tener mucho que ver con la necesidad de un desahogo, sin dudas, pero el orgullo sentido por la hidalguía y excelencia de cada uno de los integrantes del grupo que representó al país también tuvo mucho que ver.
Ahora bien, como siempre, frente al éxito consumado, o en las buenas, todos somos grandes patriotas, pero cuando las papas queman, cuando el colectivo celeste y blanco llamado país lo necesita, esos mismos patriotas miran para otro lado. La Argentina tiene jugadores de gran nivel, en su país y desperdigados por el mundo. Así como los tiene en el deporte, los tiene en las artes, en las ciencias, y en los negocios. O sea que la Argentina tiene recursos humanos de calidad, e, incluso, de excelencia, pero los tiene enfocados en lo individual, interesados en lo particular, no en lo común.
Dicho de otra manera, en la Argentina hay Messis, pero ninguno de esos puede ser Messi sin Di María, sin Álvarez, sin Scaloni, sin Aimar, sin Marito, el utilero. La dirección de Argentina lleva décadas, por no decir siglos, sin un Scaloni, o alguien con un proyecto que convoque a los mejores para llevarla al éxito, sino que, históricamente, nunca ha tenido un proyecto, y su rumbo ha estado siempre en las manos de improvisados más interesados en lo individual y particular que en lo común o colectivo.
Lamentablemente, a los argentinos, alguien les hizo creer que siendo individualistas pueden salir campeones del mundo, y no se dan cuenta de que perdieron el concepto de grupo, de comunidad, básico e indispensable para ello. Todos buscan salvarse por la suya, y creen que lo lograrán, olvidando que un kiosco de panchos puede ser muy exitoso, pero nunca en el Titanic.
La Copa obtenida por la Scaloneta deja un clarísimo mensaje: Que el éxito de un pueblo es un producto exclusivo del esfuerzo y el compromiso de un grupo representativo, conformado por los mejores, con un proyecto serio de trabajo. Solo ese éxito será masivamente reconocido y verdaderamente apoyado por el pueblo, y será explícitamente celebrado por el mundo.
En otros términos, este tercer mundial nos deja dicho que la Argentina va a salir campeona cuando tenga un proyecto concreto y genuino, y éste sea ejecutado, con esfuerzo y sacrificio, por los mejores y más comprometidos del país. Por eso, hasta tanto la excelencia argentina no se decida a quitarle un poco de atención a su kiosco de panchos y manotee un poco el timón del Titanic, seguiremos siendo el ejemplo mundial del desperdicio condenado al hundimiento.
El ingenio popular no se equivoca en sus dichos cuando dice que cuando Dios hacía el mundo, le advirtieron sobre las muchas riquezas que concentraba en la Argentina. “Calma, muchachos”, dice que los tranquilizó, y les explicó: “lo voy a llenar de argentinos”. Solo los argentinos podemos revertir esto, haciendo a un lado las culpas y las excusas, y haciéndonos cargo del timón.
Norman Robson para Gualeguay21