Magia: El mundo del siglo XVI invadió el salón del Club Social

Hubo una vez un mundo recién nacido y en silencio. Fue entonces que despertó el Hombre, provocó el ruido, y, con su inteligencia, lo hizo música. Su primer instrumento fue su voz y, al resultarle grato, la música se contagió de una cultura a la otra, y se propagó por el mundo como expresión de los pueblos y sus costumbres. En el interín, el Hombre aprendió a hablar, a decir, y entonces se le ocurrió agregarle letra a la música, y así hacer más explícita su expresión. Así fue que nació la canción. Experimentar aquello en este siglo XXI y en Gualeguay es extraordinario. Permite imaginar el camino recorrido desde aquella precariedad de recursos hasta L-gante o los Rolling. Fantástico.
En Gualeguay, en la noche del pasado sábado 12 de octubre, en Sportiva sonó el chamamé, en Hechizos la cumbia, y en Variedades el rock de los años ochenta. En contraste con toda esa oferta, en el Club Social, de la mano del Grupo Madrigalista del Coro de Cámara de Adrogué, se escuchó el madrigal italiano y la chanson francesa, canciones del sigo XV y XVI. La propuesta, claro está, era tal vez demasiado exótica para competir contra las otras, y, por ello, su convocatoria no fue multitudinaria, pero valió la pena.
Hay que tener ganas de escuchar canciones populares de hace 500 años atrás, pero, contra cualquier pronóstico prejuicioso, la experiencia de hacerlo no solo es única, sino que también es maravillosamente enriquecedora. Y, para ello, no hay que ser un culturoso conocedor de música e historia. Basta sentir y tener un poco de imaginación. Solo cerrar los ojos, dejarse transportar en el tiempo, e imaginar la precariedad en recursos de aquel siglo, pleno de reyes y cortes, de guerras y tratados, de descubrimientos y precoces colonias, tiempos en que el mundo se agrandaba y las religiones dominaban a los pueblos.
Se trató de una época en que no había luz, solo fuego; ni pólvora, solo hierro; ni autos, solo caballos; ni wifi, solo juglares contando lo que ocurría. Tiempos de Colón, Magallanes y Cook. Tiempos de Da Vinci, Miguel Ángel y Tintoretto. Tiempos de Shakespeare, Cervantes y Tasso. Tiempos de Galileo, Descartes y Newton.
En medio de toda esa dinámica maratón de genios y sus inventos, de osados y sus descubrimientos, grupos de jóvenes comenzaron a cantar contando la vida, sin cuerdas, sin vientos, sin siquiera percusión. En el templo, o en palacio, o en la plaza. Con su sola voz conquistaban auditorios, difundían emociones, formaban culturas, construían identidades, hasta perpetuaban la historia de entonces.
Eso fue lo que se revivió el sábado en el Club Social. Diez eximios vocalistas, un extraordinario director, y la locura de revivir y recrear aquellos orígenes de la canción. El lenguaje no fue un obstáculo. Fue un viaje en el tiempo a cinco siglos atrás que solo Marcelo Ortiz Rocca y sus secuaces corales podían recrear. Solo ellos tienen el don mágico de poder convertir el salón del Club Social en una capilla del medioevo, o en la señorial sala de un castillo medieval.
Sin dudas, la canción popular del Renacimiento y el Barroco ya nunca conquistará los corazones del tercer milenio, pero sí permite a éstas generaciones conocer la esencia de esa expresión, la cual es la misma a pesar del paso de los siglos. La misma que motivó a Claudio Monteverdi y Clement Janequin en aquel entonces, y la misma que en la modernidad motivó a los Rolling Stones y hoy a L-Gante: Decir lo que su gente siente, en el lenguaje que ésta acostumbra.
Gracias maestros por la exquisita y mágica experiencia.
Norman Robson para Gualeguay21
Excelente sigue escribiendo en mismo color del fondo Norman!