Megajoda en la megaobra
El sábado por la noche, en la millonaria obra del prácticamente culminado estadio cubierto del Centro de Educación Física N° 2, Dr. Luis R. Mackay, se realizó una megafiesta donde cientos de jóvenes bailaron y tomaron hasta bien salido el sol, despertando serias y preocupantes inquietudes tanto sobre el hecho en sí como en su trascendencia.
Ante un evento de tales características, consideré oportuno registrarlo, para lo cual fui gentilmente invitado a abonar los 30 pesos de entrada, y así descubrir la majestuosa y millonaria obra convertida en una pista de baile.
De acuerdo a la información recabada, las autoridades educativas y la asociación cooperadora del establecimiento pusieron una obra que aún no han recibido definitivamente del constructor a disposición de un seudogrupo privado para recibir unos dos mil jóvenes en un evento de baile, recital y despacho de bebidas alcohólicas.
En otras palabras, el Ministerio de Planificación y su zonal de Arquitectura, el Concejo General de Educación y su Departamental local, la dirección del CEF, y su Asociación Cooperadora se prestaron a facilitar una obra pública de ocho millones de pesos, aún en garantía, con solo el seguro de obra, para que un tercero, una asociación informal de particulares, lleve a cabo una acto lucrativo, un negocio privado, un baile.
La obra pública al servicio del negocio, pero…
¿Qué hubiese pasado si ocurría un desmoronamiento y perdía la vida algún joven?
¿Se habría hecho cargo el particular?
¿En qué contexto autorizó esto la Municipalidad?
¿Cumplía este evento con todos los requisitos de seguridad?
¿Se realizaron todos los controles correspondientes para megaeventos de estas características?
Más allá de estas inquietantes inquietudes, suena inadmisible que cuando aun no se termina la obra, ya sus responsables, en las formas directivas, administrativas y cooperativas, se zambullan a un negocio privado usufructuando bienes del estado y exponiendo al mismo a perjuicios infinitamente mayores.
¿Cuál fue el negocio?
Una megafiesta donde dos mil jóvenes pagaron 30 pesos de entrada, un total de 60 mil pesos, y pueden haber gastado otros 30 promedio por cabeza en la cantina, totalizando un ingreso total de 120 mil pesos.
Cifras que determinan, más allá de las irresponsabilidades del caso, que definitivamente fue un buen negocio, aunque no se sabe si lo fue para la cooperadora o para el organizador.
Por último, queda destacar el lamentable mensaje que ofrecen a la ciudadanía quienes son responsables directos de este hecho, apropiándose de lo público para degradar su funcionalidad en pos del enriquecimiento privado.
Si bien es cierto que el pueblo celebra las megaobras y brega por sistemas a la altura de las mismas, hoy ya no ve con buenos ojos los megacurros ni el libertinaje institucional.
Es tiempo de cambios. Debería ser tiempo de cambios.
Norman Robson para Gualeguay21