Nuestro romance con el populismo
A lo largo de nuestra historia, nuestro romance con el poder ha sido más que conflictivo, con relaciones de tormentosa violencia, otras de pervertida sumisión, otras sadomasoquistas, y otras, simplemente, de indefinibles fundamentalismos, pero nuestro romance actual con el populismo es, por lejos, la más enfermiza de nuestras relaciones, combinando, en si misma, engaños y perverversiones, fanáticas obsesiones, adictivas o secuencias, e inverosímiles incoherencias.
En 2003, desesperados e ignorantes, luego de varias frustrantes y violentas relaciones, al cabo de las cuales cada vez estábamos peor, emocional y patrimonialmente quebrados, elegimos el populismo, y descubrimos que él era nuestra media naranja, que él era nuestro príncipe azul llegando a poner justicia a nuestra vida. Él, embanderado en derechos vulnerados y postergados, y montado sobre su brioso Proyecto Nacional y Popular, era quien prometía ser todo lo que deseábamos que fuera, único capaz de interpretar y darnos todo lo que queríamos y tanto necesitábamos.
Así fue que comenzó este idilio que aún no sabemos cuando terminará. El populismo, finalmente, nos entendía tanto como nos había entendido el General hacía ya mucho tiempo atrás. Por eso, entre apuestos candidatos, volvimos a elegirlo en 2005 y en 2007, aunque ya habíamos descubierto algunas infidelidades que nos demostraban que no era todo lo bueno que decía que era.
Como sus engaños y abusos comenzaron a ser cada vez más graves, demostrándonos cuánto significábamos para él, en 2009, nos cansamos, dijimos basta, y nos fuimos con la oposición, unos pretendientes que aparecieron de la nada, adinerados terratenientes paracaidistas, esperando que ésta fuera lo que el otro no había sido.
Pero esta oposición, ya de entrada, demostró que era incapaz de satisfacernos en algo, razón por la cual, enseguida, en 2011, no dudamos en volver con el populismo. Como valía más un malo conocido que cualquiera peor por conocer, preferimos los engaños y abusos del anterior. Así, desesperanzados, desganados, nos encontró el 2013, cuando ningún pretendiente despertaba ilusiones de ningún tipo, y todo nos daba igual, así que seguimos.
En 2015, agotados de las traiciones domésticas, apareció otra oposición, de pretendientes más tentadores que los rurales, con un pasado en la mitad más uno, con un relato tan prometedor que nos sedujo de entrada, y no dudamos en irnos con él. Pero, en 2017, ya estábamos otra vez desencantados, y la desesperanza volvía a dominarnos. Tal es así que, otra vez, nos daba todo lo mismo, y solo seguimos para ver si teníamos suerte y algo cambiaba.
Así llegamos al 2019, cuando, viendo que aquella promesa de cambio no llegaba, y sintiéndonos tan engañados y traicionados como con el populismo, elegimos el mal original por sobre el cambio trucho. Privilegiamos aquella arrogancia y aquel desprecio al que ya estábamos acostumbrados, ya no era tanto. Y ahí, enseguidita, nos llegó la pandemia, y el populismo nos encerró para cuidarnos, y, en especial, para cuidarse ellos mismos.
Esta crisis, primero sanitaria y luego económica, no alcanzó para ocultar o disimular las miserias que sufríamos a manos del populismo, sino que las agravó y potenció, y, este año 2021, seguimos, tal vez más que nunca, deseando un cambio. Pero, a pesar de plantearse todo esto como una nueva oportunidad de encontrar la propuesta que realmente necesitamos, y terminar con estas lastimosas idas y vueltas de nuestro romance, los pretendientes vuelven a ser los mismos de siempre, con el mismo cuento de siempre.
Es por esto que, seguramente, ahora volveremos a rechazar al populismo y repetiremos la misma historia de siempre, donde, en la siguiente, volveremos, por enésima vez, con aquel que nos engaña y se abusa de nosotros, repitiendo un círculo vicioso en el que estamos presos desde hace mucho tiempo, y en el que seguiremos hasta tanto no encontremos alguien que realmente nos respete y que nos sea incondicional.
Está bien. Sé que no nos queda otra, pero empecemos a reemplazar a unos y otros por nosotros, y empecemos nosotros a imponer ese cambio para mejor que todos pretendemos.
Norman Robson para Gualeguay21